No era que Marshall estuviese evitando activamente a la señora Robinson. Todo tenía una explicación más que razonable. Ella le escribía un mensaje para preguntarle cómo se sentía, él se decía a sí mismo que lo contestaría en un rato y luego se le olvidaba. Se cruzaban en el ascensor, él estaba apurado y salía ni bien se abrían las puertas sin darse ocasión de saludar. Las reuniones terminaban, Fitzpatrick lo miraba con desconfianza y él se retiraba enseguida para no levantar sospechas.
Todo era lógico, lo que cualquier ser humano maduro y responsable haría. Las dificultades de Carrie para encontrar un trabajo que la satisficiera lo habían hecho valorar más el suyo. No iba a ponerlo en riesgo por jugar a tonterías de adolescente con su jefa. Menos aún ahora que contaba con una novia fuera de la empresa, encantadora y comprensiva. Una novia junto a la que podía existir un futuro que para él y la señora Robinson era imposible.
Además, no existía ningún compromiso entre ellos. Hablar de una ruptura sería ridículo. Probablemente se reiría en su cara si intentaba decirle que debían terminar. Lo miraría como a un mocoso que cree que el sexo casual es una especie de contrato y quizás hasta lo consideraría inapto para desarrollar las tareas de su ascenso.
Pero, ¿era lo suyo verdaderamente casual? ¿Podía algo casual involucrar tanto diálogo, tanta cercanía? Marshall se acordó de un compañero de la universidad que pasó años durmiendo con su mejor amiga sin que las cosas jamás se pusieran raras. Desde luego que seguía siendo casual. Como si fuera a decirle «podemos seguir siendo amigos» a la mujer para la que trabajaba.
Quizás lo ideal sería charlarlo con alguien que tuviese más experiencia, más conocimientos en la difícil área de las relaciones. El problema era que no sabía a quién consultar.
Su abuelo de por sí estaba fuera de los límites —se burlaría y hasta le aconsejaría quedarse con las dos— y no iba a hablar de eso con su hermana. Carrie era una de las principales afectadas y Madame Annette le guardaba un tremendo afecto, así que acudir a ella sería de mal gusto. Sus amigos de México borrados del mapa, sus compañeros de oficina lejanos y poco fiables, su padre en el limbo de la inexistencia aun cuando se está existiendo...
¿Acaso era la señora Robinson la única persona con la que podía hablar?
—Marsh, ¿estás ahí? —Parker Brown le llamó la atención, moviendo una mano frente a su rostro.
Marshall pestañeó, dándose cuenta de que se había quedado en blanco.
—Sí, sí, lo siento. Estoy un poco distraído. ¿Dónde nos quedamos?
Ashley Bawcett gruñó de exasperación y su amiga Conaghan le dio un codazo. Fitzpatrick alzó el mentón —la ausencia de la señora Robinson debía darle superpoderes—.
—Estábamos por darle un repaso a lo del próximo mes, ¿recuerdas? —dijo Brown—. Mientras esperamos a...
—Oh, sí, es cierto —interrumpió Marshall. No quería escuchar su nombre—. Bueno, prosigamos.
Brown regresó su asiento y le dedicó una sonrisa incrédula.
—Vaya, Marsh, estás más que distraído últimamente.
—Quizás sea todo el trabajo extra —comentó Fitzpatrick.
Marshall le clavó los ojos y se ajustó el nudo de la corbata.
—Le garantizo que este trabajo no es más de lo que puedo manejar, señorita Fitzpatrick, pero agradezco su preocupación.
—Yo creo que es porque tiene novia —bromeó Brown—. No me mires así, Marsh, se te nota. Está bien, aquí todos somos amigos, ¿no es así?
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El ascenso de Marshall
RomantikCuando Marshall Valenzuela, un joven diseñador editorial, explota en una junta creativa de la revista femenina para la que trabaja, lo que menos espera es que su jefa vaya detrás de él y lo ayude a salir de su crisis. Y cuando esta revisa el proyect...