Para bien o para mal, no regresaría al club después de esa noche. Si Carrie estaba allí, le pediría disculpas, y si no, viviría con ello. Pero no podía seguir yendo cada semana a aquel antro a la espera de que ella se apersonara. No luego de lo que la señora Robinson había pasado.
Le parecía que nunca se había ido del todo; que el edificio en general nunca consiguió limpiarse esa mancha por completo. Como si sus muros tuviesen memoria, le contaron la historia de aquel día con lujo de detalle, haciéndosela sentir en cada fibra de su ser.
Subiendo la escalera de la entrada, se imaginó el dolor que cada escalón debió traerle a ella cuando los bajó. Atravesando la pista de baile, se preguntó cómo nadie había notado a la mujer que la cruzaba llorando. Y en el pasillo... el pasillo fue lo peor de todo.
Casi deseaba verlo. Casi deseaba que aquel cabrón estuviese en el sitio de siempre, recargado contra la puerta de la terraza, los brazos cruzados y la sonrisa autosuficiente. Seguro se vería más orgulloso que nunca, satisfecho de saber que Marshall fue su peón a la hora de terrorizar lo poco de Joanna Robinson que no había destruido.
Sin embargo, no estaba por ninguna parte, al igual que Carrie. Marshall quería gritar. Los puños le ardían de ganas de partirle el hocico y su pecho quemaba en su urgencia de pedir perdón. Ambos sentimientos se mezclaron dentro de él y por no saber qué hacer con ellos se mordió el labio hasta casi sacarse sangre.
Las parejas que pasaban a su lado y le preguntaban si estaba bien lo enfurecieron todavía más. Todos lo veían y aun así, nadie vio a la señora Robinson esa noche. Nadie la oyó llorar durante esos dos años de tortura. Nadie...
—Cariño, ¿estás bien? —dijo alguien a su espalda.
—¡No! —rugió él, volviéndose hacia la voz.
Al descender la marea de su ira, se topó con la mirada anonadada de Madame Annette.
—¡Mierda! Lo... lo siento, no sabía que... —intentó disculparse y ella chistó, sonriéndole cálidamente.
—Tranquilo, Marshall, tranquilo. —Le acarició la mejilla con sus dedos carnosos—. No pensé que volvería a verte por aquí.
—Yo tampoco —suspiró.
—Tenemos cosas que hablar, ¿no es así?
—Eso parece.
—Vamos por unos tragos. Acabo de terminar mi última sesión, así que creo que merezco una copa.
Sentados a una mesa y con dos Martini entre ellos, Marshall buscó desesperado una forma de iniciar la conversación. Había tantas cosas que quería decirle a ella, a Carrie, a...
—Asumo que buscas a Carrie —aventuró la mujer, leyéndole el pensamiento—. Me enteré de que terminaron.
—¿Cómo...?
—Me lo contó, querido. Me lo contó todo.
El corazón de Marshall se saltó un latido.
—¿Todo?
—Todo —enfatizó Madame Annette.
El hombre soltó un largo quejido, dejando caer la cabeza sobre la superficie de madera oscura. La enorme mano de ella le acarició el pelo.
—¿Por qué te pones así?
—Porque si te lo contó todo, también debe haber mencionado que...
—¿Que me llamaste abusadora?
—¡No era mi intención! —se defendió de inmediato—. No fue lo que dije en absoluto. Lo que quería decir era que...
—Descuida, lo comprendo. Sé que no fueron las palabras que usaste y Carrie solo estaba contándomelo como lo sintió. Lo importante es... entiendes por qué pensó que estabas diciendo eso, ¿no?
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El ascenso de Marshall
RomanceCuando Marshall Valenzuela, un joven diseñador editorial, explota en una junta creativa de la revista femenina para la que trabaja, lo que menos espera es que su jefa vaya detrás de él y lo ayude a salir de su crisis. Y cuando esta revisa el proyect...