10.- Error En El Libreto

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El azabache terminaba de acomodar los botones de su camisa, su rostro reflejaba una serie de sensaciones extrañas, tras de él recostada en la cama con una expresión confusa se encontraba su prometida, mirándole mientras cubría su torso desnudo con una almohada, vulnerable, servida en bandeja de plata para cualquier deseo, pero Sasuke la ignoraba completamente, como si aquella hermosa mujer tallada por una deidad antigua no le despertara sus instintos primitivos, pero la verdad es que lo hacía, quizá demasiado bien para que fuera algo sano, como podemos apreciar, el hombre no estaba en sus 5 sentidos; maldijo en voz alta a su próximamente esposa, sentándose en la cama y cubriendo su rostro con una mano para después sujetarse el puente de la nariz mientras apretaba los ojos, necesitaba sacar lo que había acontecido de su cabeza porque la situación le empezaba a dar una migraña molesta.

¿Y qué sucedió? Volvamos atrás, hace apenas unos minutos.

Hyuga seguía tendida, su pecho subía y bajaba a la par de su agitada respiración, hace apenas unos momentos el azabache le había arrebatado su suéter color rosa que ahora adornaba el piso alfonbrado de la habitación de hotel.
Sasuke también estaba desnudo de la parte superior por lo que cuando los boluptuosos pechos de la chica subían con los suspiros, algo de la carne expuesta entre ambos chocaba y en los pensamientos de los individuos recorría la misma idea: «Su piel está ardiendo.»

Sus labios se juntaban para no separarse, ocasionalmente Sasuke mordía los labios de la su princesa cautiva con cuidado, pero a medida que su hombría apretaba más en sus pantalones, él se presionaba contra estos con más necesidad. Sus manos también estaban involucradas en el asunto, seguía tocando por donde hubiera piel para satisfacer, si se separaba de Hinata lo suficiente para ver esa piel tan blanca sonrojarse una locura pasional, una muy oscura a decir verdad, se apoderaba de él. Esta mujer era como una droga, pero era él el poseedor de tan grande estupefaciente y este último dato, cabe aclarar, le subía su terrible calentura de maneras impensables.
Con una de sus manos levantó a la chica del brazo mientras analizaba el delicioso par que estaba frente a él.

«Vamos a cambiar de lugares.» Le dijo con una voz grave, afirmaba con tal seguridad que los sentidos dormidos de la ojos de luna no reaccionaron adecuadamente y siguió la orden, aún si muy en su interior Hinata no quería cometer estos actos, ahora estaba completamente embriagada por las sensaciones que su cuerpo acababa de experimentar, por lo que resistirse no era algo que se le pasara por la cabeza.

Se colocó encima de su pareja mientras le miraba, Sasuke le sonría satisfecho por cómo acataba sus órdenes, empujó las caderas de la chica más abajo, hasta que ambos sexos lograrán tocarse por encima de la ropa, a los dos se les escapó un quejido al sentirse mutuamente y, de nuevo, pensaron casi al mismo tiempo: «¡Está muy caliente!»

«¿Por qué se siente tan duro?» Preguntó la pobre mujer en un tono dulce, le preocupaba que su compañero estuviese guardando algo más en su pantalón, incluso se podría decir que se preocupó por sí esto no le dolía de alguna forma a el hombre debajo de ella.

«Yo te lo advertí, princesa. No puede evitar responder a alguien tan obediente como tú.» La manera arrogante en la que hablaba le molestó a la chica, la cual estaba a punto de reclamarle que no era su culpa pero sus palabras no alcanzaron a salir a tiempo, él había empujado contra su intimidad simulando una embestida.

Las piernas de la chica porcelana temblaron, sus manos se colocaron por debajo de él ombligo de Sasuke y su espalda se arqueo para que aquellos ojos miraran nuevamente el techo, se había sentido bien, asombrosa tanto como asquerosamente bien.

«¿Te gustó? Princesa. Hay muchísimo más.» Volvió a arremeter contra ella está vez de forma más agresiva, tomando sus muñecas para que la pobre chica sintiera con fuerza la fricción entre ambos, su piel se erizó por el contacto tan brusco, la pálida piel de la joven se tornó rosa de todo su rostro, estaba casi delirando por el calor que emanaba su cuerpo; así fue como en su extasis prematuro el azabache aprovechó para incorporarse y con un ágil movimiento retiró su sujetador.
Apreció cómo en cámara lenta aquella prenda caía por la suave y tersa piel de la joven hasta que, junto con su suéter, se convirtió en un adorno más del piso.

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