Entonces, Christine no pudo seguir conteniendo las ganas de desenmascarar (literalmente) a su Ángel de la música.
Mientras el hombre le robaba dulcísimos sonidos al órgano y se deleitaba con su divino arte, Christine se abalanzó sobre su espalda y le arrancó la máscara. Inmediatamente, Erik se cubrió el rostro con las manos y lanzó un sonoro chillido bastante agudo.
—¿Qué hiciste? ¡Hija de perra! —gritó el hombre con desesperación. A Christine le llamó la atención porque su voz, antaño majestuosa, sonaba ahora más delicada e histérica, como si de una mujer enfurecida se tratase.
—Yo... —comenzó la joven con indecisión—. Yo sólo quería ver tu rostro, quiero saber quién eres, Erik.
Erik levantó la cabeza al cielo y dio otro grito. De pronto, se volteó rabioso y avanzó a grandes zancadas hasta estar frente a ella. Christine se mordió el labio ante la vista de aquel rostro tan bello y juvenil.
"Oh, maestro" pensó poniendo cara de pervertida "¡Quisiera ser piano para que me toques todo el día, muñecote!"
—¡Mírame, Christine! —volvió a gritar él—. Mírame muy bien, pequeña perra... Verme será lo último que hagas esta noche.
"Bueno, de algo hay que morir, ¿no? Ándale, Erik, que este corsé no deja que se me oxigene el cerebro".
—Eh... ¿Por qué no querías mostrarme tu cara antes? —le preguntó intentando parecer asustada. Erik estaba ahora sentado en el piso llorando.
—¿Acaso no lo ves? —gimió el hombre.
—No, Erik, no lo veo...
—Dorian, no más Erik, soy Dorian —corrigió enfático—. ¡Esta belleza me ha traído la desgracia! Desde la muerte de Sibyl Vane todo ha sido en vano... Soy un monstruo y no cambiaré.
—¿Sibyl? —preguntó celosa—. Pues seguro que Raoul de Chagny anda buscándome por todas partes.
Dorian, el ex Erik, comenzó a reírse.
—Ambos sabemos que es un cobarde.
Christine se sentó en el piso, apoyando la espalda en la pared, justo en frente suyo. Había algo extraño en Dorian, algo que le recordaba a algo más... Fue la frase sobre Sibyl la que la hizo comprender.
—¡Oye! —exclamó—, ¿tú eres Dorian Gray?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó confundido.
—¡Es que alguien escribió un libro sobre ti! —explicó con emoción. No todos los días puede uno encontrarse a su crush literario.
Dorian se quedó unos minutos mirándola fijo unos segundos. Alguien había escrito sobre él, eso significaba que...
—¡Todo mundo sabe sobre mi desgracia! —gritó dramáticamente.
—Dorian —lo nombró con el tono en que se nombra a un niño inocente—, todo el mundo no, aún hay gente analfabeta en todas partes... la igualdad no es para todos.
—¡Como si no lo supiera yo! —exclamó levantándose del suelo y caminando hacia la máscara—. ¡Hijo de un soldado pobre y una noble mujer! ¿Salía eso en el libro?
—No sé, no le presté mucha atención..., estaba más ocupada shippeándote con Lord Henry que siguiendo el hilo de la historia.
Dorian se dirigió hacia la mesita de la sala y extrajo del cajón un pequeño espejo de mano. Se examinó el rostro atentamente y suspiró con alivio.
—Tenía un grano gigante, por eso usé la máscara todo este tiempo —explicó—. Al parecer se ha secado... ¿Quieres vino?
—¿Por qué no mejor me dices a qué diablos me trajiste a los sótanos? —preguntó Christine levantando una ceja insinuante, continuaba sentada en el suelo.
—Te traje para que ensayes esta obra —le dijo mostrándole unas hojas de música.
Christine puso cara de desilusión.
—¡Qué romántico! —exclamó sarcástica.
Dorian la miró asombrado.
—¿Román...? —comenzó a reírse a carcajadas—. ¿En serio pensaste que tú y yo...?
Christine desvió la vista ofendida.
—No eres mi tipo, Christine.
—¿Cómo te gustan? ¿Más suicidas que yo?
Dorian se sentó a la mesa con sus hojas de música y las acarició con la punta de los dedos.
—Oh, Christine... He vivido tanto tiempo, he amado tantas mujeres... A tantas mujeres he amado en esta vida que he comprendido que la belleza no radica en sus cuerpos ni en las caricias que te pueden dar.
Christine se acercó a él lentamente y se quedó de pie a su espalda, mirando las hojas por sobre su hombro.
—Entonces, ¿dónde radica la belleza?
—¡Oh! ¡En las manos del hombre! En la visión del poeta, porque cuando escribe sobre su musa no es a ella a quien describe, sino que transmite lo que cree ver en ella... La belleza radica en el arte, porque el pintor no representa lo que está a su alrededor sino lo que percibe, lo que siente al ver a su alrededor.
Christine se quedó callada procesando la información. De pronto, sintió que había muchas contradicciones con el pobre Dorian.
—Tú dices que la belleza no está en el cuerpo de la mujer... —repitió ella caminando por alrededor de la mesa hasta quedar frente a él—. Sin embargo, te consideras muy bello, tanto que lo ves como una maldición.
—Sí.
—O sea... ¿Las mujeres no podemos ser bellas, pero tú sí?
Dorian asintió con tranquilidad.
—El arte es lo que hace bellas a las personas. Yo soy arte puro, Christine... Tú no, claramente, por eso me necesitas: yo puedo convertirte en arte.
Christine se cruzó de brazos con desgano.
—Me gustabas más cuando tenías la máscara y te hacías llamar Erik. Ahora no eres más que un engreído vanidoso, un loco que usa máscara para ocultar sus granitos.
—¡No! Era uno, uno solo, y era gigante —la corrigió con firmeza.
—Como sea, estás loco y equivocado. Me largo de aquí, mañana es día de mi santo y debo rezar.
Salió frustrada de la casa del lago, había soñado algo totalmente distinto para ese día. Dorian sonrió mientras corregía una nota en su Don Juan Triunfante.
—Nadie está equivocado, vivimos diferentes realidades porque definimos el mundo según lo que percibimos. El punto de vista crea al objeto.
Había leído eso en alguna parte y lo repitió hasta que llegó a naturalizarlo, por eso buscaba lucir perfecto acorde a cánones sociales.
Ser percibido como perfecto es ser perfecto.
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Antología: El País de los Clásicos
Short StoryCompilación de los relatos ganadores del desafío "El País de los Clásicos".