Objetivos.

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Me despierto con la esperanza de que todo haya sido sólo un extraño sueño pero al sentarme en la cama veo que todo está igual que la noche anterior. Sigo en la misma cama circulas en el mismo cuarto decorado de rojo y dorado.

Siento un sabor amargo en la boca y me pongo de pie. Ya no traigo puesto el corsé ni los ligeros, sólo unas medias negras que me llegan arriba de las rodillas, un pequeñísimo short rosa y una sudadera negra que me queda un poco grande.

La sensación que siento en los pies al arrastrar la tela de las plantas contra la alfombra me relaja. Doy vueltas de un lado a otro tratando de averiguar que pasa pero es como si mi cabeza estuviera bloqueada porque no logro concentrarme en nada.

Camino hacia la puerta de madera y toco el pomo dorado, pero antes de tener la oportunidad de abrirla K entra.

-Buenos días, pequeña, ¿qué tal dormiste?-Me dice besándome ambas mejillas.

-Bien… creo-que me diga pequeña me resulta un poco extraño pero no incómodo.

-Que bueno, después de todo el ajetreo que sucedió anoche…

No me atrevo a preguntarle si se refiere al efecto de la Rouge Fée o a mi… ¿cliente?

-Tengo un poco de hambre-le digo, pero más que hambre lo que quiero es abandonar este cuarto.

-Claro, claro. Ven te llevaré a desayunar-responde y me toma de la mano.

Caminamos por el mismo corredor que ayer, el que está repleto de vestidos y lo pasamos de largo.

-Quizás quieras asearte un poco-dice abriendo una puerta donde hay una enorme tina blanca sostenida sobre unas patas de águila hechas de bronce. K cierra la puerta después de que entro. El baño es pequeño pero acogedor. Tiene mosaicos pequeños hechos de cocha, así que cuando camino cambian del azul perla al rosa pálido.

Cuando el agua está suficientemente caliente me quito las medias y la sudadera. Tengo miedo de quitarme el short y no ver lo que hace apenas veinticuatro horas me hacía hombre pero lo hago. Miro hacia abajo y ahí está. Qué alivio. Juraría que anoche…

Me sumerjo en el agua y por un instante todo parece solucionarse. El agua relaja mis músculos y me ayuda a despejar mi mente. Tomo un jabón y comienzo a lavarme. Noto que no solo el vello de mis brazos desapareció, sino el de todo mi cuerpo, ni siquiera siento la incipiente barba en mis patillas.

"Creo que así es mejor-pienso-nada de rasurarse. Además, me veo más limpio, más femenino."

Ese último pensamiento me apuñala por la espalda. No quiero ser femenino, quiero ser lo que soy, ¡un chico! Debería escapar de aquí.

Miro a la puerta pero no voy a ella. Siento las piernas como imanes pegados a la tina.

-¿Ya estás lista, querida?-pregunta K del otro lado de la puerta.

-Voy, un segundo-me levanto y me seco con una toalla color vainilla. Es como si mi cuerpo ya no reaccionara al querer escapar, pero sí al de querer quedarse aquí y hacer lo que me ordenan.

Me pongo mi ropa de nuevo y salgo. K me lleva por un laberinto de puertas y pasillos. Por fuera el edifico se ve mucho más pequeño. No logro recordar de donde vinimos cuando llegamos a un comedor donde hay una enorme mesa de madera sin tallar. Me siento y pongo las manos en mi regazo.

-Tranquila, te traeré algo.

Soy la única… el único que está en el comedor o eso parece. Sobre mi hay un techo abovedado con tabiques rojos donde cuelga un gran candelabro de metal negro.

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