Gringost

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Aparecí frente a la tienda de Ollivander, donde la gente ya había comenzado sus compras. Sin demorarme, me dirigí hacia el Banco de Gringotts.

Al entrar, noté al guardia escudriñando a cada persona con una mirada sospechosa. Después del robo reciente, era evidente que la seguridad estaba en alerta máxima. Mientras caminaba por el banco, observé a los duendes ocupados pesando piedras preciosas y manejando pilas de papeles. El ambiente estaba cargado de una tensión apenas perceptible.

Me acerqué directamente al recepcionista, un duende que estaba absorto en un libro con el sello de Gringotts. "Malditos duendes, siempre tan meticulosos con los magos", pensé.

—Buen día —le dije, intentando sonar lo más cordial posible.

El duende levantó la vista de su lectura, mostrando una expresión neutral.

—Buen día, caballero. ¿En qué puedo servirle? —preguntó con un tono formal.

—Mi nombre es Benjamin Cattermole, vengo de parte del profesor Dumbledore —informé.

—Ah, sí. Nos dijo que vendría usted —respondió el duende, mostrando un atisbo de reconocimiento.

—También me pidió que le entregara esta carta —dije, extendiendo la carta hacia él. El duende la tomó y comenzó a leerla con atención, sus ojos recorriendo rápidamente las líneas escritas.

Mientras esperaba, no pude evitar sentir una mezcla de curiosidad y ansiedad. ¿Qué me esperaría dentro de la bóveda? ¿Qué secretos se escondían tras las recientes actividades en Gringotts? Estas preguntas llenaban mi mente, añadiendo un aire de misterio a mi tarea.

Mientras el duende leía la carta, aproveché para observar detenidamente el Hall del banco. Buscaba algún indicio de magia inusual, pero todo parecía estar sorprendentemente normal.

—Muy bien, señor Cathermole —dijo el duende, terminando de leer—. ¿Por dónde desea empezar?

—¿Tiene los registros de las personas que ingresaron al banco el día del robo y los de siete días antes? —pregunté.

—Sí, los tenemos —respondió el duende—. Pero necesitaré un momento para buscarlos y pedir permiso para mostrárselos. Son las reglas del banco.

—No hay problema, ¿cuánto tiempo tardarán? ¿Una hora más o menos?

—Ah, no, no será tanto tiempo —aseguró el duende—. Mientras tanto, ¿le gustaría bajar a las bóvedas?

—Sí, sería ideal —asentí.

El duende llamó a otro de su especie. —Grhipock —dijo.

—Señor, dígame —respondió el recién llegado.

—Por favor, acompañe al señor Cathermole a las bóvedas. Está investigando el robo —instruyó el primer duende.

—Sígame, señor Cathermole —indicó Grhipock, y lo seguí hacia las profundidades de Gringotts.

Mientras descendíamos, una sensación de anticipación crecía dentro de mí. Las bóvedas de Gringotts siempre habían sido un lugar de misterios y secretos, y ahora estaba a punto de explorarlas en busca de pistas sobre un robo audaz e inusual.

Caminamos por varios pasillos hasta llegar a los carruajes que se utilizan para acceder a las bóvedas. A lo largo del trayecto, no detecté ninguna señal de magia o anomalías.

—¿Estos son todos los carruajes que tiene el banco para ir a las bóvedas? —pregunté a Grhipock.

—Faltan algunos que están actualmente en uso en las bóvedas —respondió el duende.

RompeMaldiciones Vol 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora