El Mal Nunca Se Detiene

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Llegué a mi habitación en el Caldero Chorreante y noté que Tonks ya no estaba. Había dejado una nota en la que explicaba que se había ido a su casa para comer, ya que tenía que encontrarse más tarde con Ojoloco.

Estuve a punto de enviarle una carta a Dumbledore, pero me pareció demasiado lento para la urgencia del asunto. En cambio, decidí enviarle un Patronus. Concentrándome, vi cómo mi gato Patronus salía por la ventana y desaparecía en la distancia.

Mientras esperaba una respuesta, traté de hilvanar todo lo que había descubierto. Empezaba a atar cabos y a entender por qué Dumbledore estaba tan apurado en esta investigación.

De repente, un Patronus en forma de fénix apareció ante mí. Se detuvo en el aire, y la voz de Dumbledore emanó de él.

—Ven a Hogwarts a las 9 de la noche y trae todo lo que has descubierto —dijo la voz del profesor.

Asentí, aunque sabía que él no podía verme. Tenía unas pocas horas para prepararme y recopilar toda la información antes de dirigirme a Hogwarts. Algo me decía que esta noche sería crucial para desentrañar el misterio que me había llevado a Gringotts.

Tenía bastante tiempo hasta la noche, así que decidí visitar a Tulip para matar el tiempo y, más importante aún, para evitar que me enviara sus infames bombas fétidas. Encogí el cofre que contenía toda la información que había recolectado y lo guardé en uno de los bolsillos de mi campera, sellándolo con magia para asegurarme de que no se despegara de mí hasta entregárselo a Dumbledore.

Después de despedirme de Irina y Annie, mis fieles compañeras, salí de mi habitación. Una vez en el Callejón Diagon, desaparecí, con destino a la casa de Tulip en las afueras de Manchester. Aparecí a una distancia prudente, consciente del riesgo de hacerlo demasiado cerca de una zona habitada por muggles.

Tras una caminata de media hora, finalmente llegué a la dirección de Tulip. La casa era sorprendentemente grande. Me acerqué a la puerta y toqué el timbre, pero me alejé rápidamente por precaución. Conociendo a Tulip, bien podría haber preparado alguna trampa con bombas fétidas, o cualquier otra sorpresa explosiva.

Esperé unos momentos y la puerta se abrió de repente.

—¡Benjamin! —exclamó Tulip, lanzándose a mis brazos con su cabellera roja revoloteando. Me abrazó con tanta fuerza que casi me estranguló. Devolví el abrazo, aunque con cierta precaución por si tenía alguna bomba fétida escondida.

—Entra, entra, acabo de llegar —dijo, apartándose un poco pero con una sonrisa traviesa.

—¿Trabajas ahora? —pregunté mientras entraba.

—Algo así —respondió, guiándome a través de la casa.

El interior era impresionante: muebles finos y cuadros hermosos, aunque no mágicos. "A Badeea le encantaría esto", pensé.

—¿Te gusta mi casa? —preguntó Tulip, orgullosa.

—Es muy bonita. ¿Aquí vives con tus padres? —inquirí, curioso.

—No, mis padres están en Londres. Esta casa era de mi abuela, que falleció hace un año y me la dejó en herencia. Ahora que soy adulta, decidí vivir sola aquí —explicó con un tono de independencia.

—Vaya, qué bueno —comenté, impresionado.

—¿Y tú sigues en Londres, en hoteles? —preguntó con una sonrisa pícara.

—¿Tonks te contó? —dije, un poco sorprendido.

—Sí, ella me lo dijo —confirmó Tulip, con una risa ligera—. Pero ahora me toca a mí preguntarte, ¿verdad?

RompeMaldiciones Vol 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora