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Cuando Kantiss se despertó había luz en la cueva. Se sentó sobre la alfombra. Se sentía cansada ya que se había pasado la mayor parte de la noche evitando caer en la tentación de acariciar a Peeta. Una parte de ella deseaba no haberle detenido... habría sido la primera vez en su vida que habría hecho algo que realmente quería. Pero no podía ser tan egoísta. Tenía que pensar en el sultán y en el pueblo de Rovina.

No había rastro de Peeta.

Preguntándose dónde habría ido, estaba a punto de gritar su nombre cuando oyó el sonido de un helicóptero aterrizando justo afuera de la cueva. Se levantó apresuradamente; le temblaban las piernas y tenía la boca seca. Estaba aterrorizada. La habían encontrado. Comenzó a dirigirse a la entrada, pero unos fuertes brazos la agarraron e impidieron que saliera de la cueva.

—Todo está bien. No tienes por qué asustarte —dijo Peeta—. He sido yo el que ha llamado al helicóptero. Dadas las circunstancias, pensé que era mejor si te sacábamos de aquí lo más pronto posible, antes de que tu tío descubra que ha fallado en sus planes y lo intente de nuevo.

—¿Has llamado a un helicóptero? —dijo ella tras asimilar aquello, suspirando aliviada.

—Efectivamente.

—Así que... ¿me marcho? ¿Vas a venir tú también? Peeta vaciló y la agarró con fuerza del brazo. Entonces la soltó y se echó para atrás.

—No. Te van a llevar directamente a Citadel. Allí estarás segura.

—No quiero ir sin ti —dijo Kantiss sin pensar. Entonces se dio la vuelta avergonzada. No estaba acostumbrada a mostrar sus sentimientos, pero eso había cambiado tras aquella experiencia en el desierto con Peeta. Por primera vez desde la muerte de sus padres, había habido alguien que se había preocupado por ella, alguien que la había abrazado tras haber tenido una pesadilla.

Y en aquel momento tenía que despedirse de él. Al sentirse incapaz de moverse de allí, supo que lo que sentía hacia él no era sólo gratitud, sino algo mucho más profundo. Supo que era amor.

—Katniss... —comenzó a decir Peeta. Estaba tenso y levantó una mano en señal de stop cuando uno de los soldados que llegaron con el helicóptero se acercó a ellos—.

Todo va a salir bien.

—Sí —dijo ella, permitiéndose el lujo de mirarlo por última vez. Miró su sensual boca y se preguntó si sería capaz de olvidar la manera en la que se habían besado. Temerosa de que si se quedaba allí de pie durante más tiempo iba a hacer aún más el ridículo, se dio la vuelta y anduvo con rapidez hacia el helicóptero.

Se dijo a sí misma que no mirara para atrás. Se iba a casar con el sultán como había planeado. Lo haría por Rovina y por la memoria de su amado padre. Ocultaría sus sentimientos hacia Peeta ya que eso era lo que tenía que hacer. Al llegar al helicóptero la ayudaron a subir y a sentarse en un asiento. Cuando éste despegó, no pudo contenerse durante más tiempo y miró por la ventanilla. Vio a Peeta allí de pie entre el polvo. Aquel hombre la había protegido, le había dado esperanza, le había enseñado que el amor era posible... incluso para ella.

Debería sentirse feliz y agradecida. No comprendía por qué se sentía como si, por segunda vez, lo hubiera perdido todo.

Si Kantiss no hubiera estado distraída pensando en Peeta, le habría encantado ver Citadel por primera vez. Era realmente espectacular, con sus altos muros y su precioso palacio interior. Le dio un vuelco el estómago y recordó todo lo que le había dicho Peeta del sultán.

Nadie se atreve a discutir con él. Sus órdenes son cumplidas inmediatamente. Se sintió invadida por el pánico y se preguntó qué ocurriría si el sultán se negaba a ayudarla. Cuando aterrizaron, ocho guardias armados la llevaron hasta los cuartos del sultán en palacio. Ansiosa, miró a su alrededor a la espera de que apareciera el sultán.

Una Princesa Rebelde (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora