Un impulso inexplicable

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Andrea no solía soñar con ser mujer, no miraba a su hermana y madre con envidia, no admiraba sus ropas, maquillajes y joyas; bueno, al menos no recuerda haberlo hecho durante sus primeros doce años de vida. ¿De dónde nació ese impulso? ¿Cómo explicarlo o racionalizarlo? Durante bastante tiempo se planteó preguntas como esas, hasta que entendió que no tenían respuestas. 

Tenía doce años  estaba en casa, a solas, miraba la televisión en el cuarto de sus padres. Le gustaban los programas de música y algún que otro dibujo animado, o el Chavo, cosas así. En la pantalla apareció un video en blanco y negro. Era Madonna. Ella olvidará la canción, pero sí recordará la extraña sensación que invadió su cuerpo al ver a esa mujer rubia, femenina y sexy, y a las otras chicas que la acompañan y bailaban junto a ella. Andrea -que aún era solo un muchacho de doce años- deseó ser ellas, o al menos, parecerse a ellas. Se quitó el pantalón, los calcetines y los zapatos. Su camiseta holgada le cubría los muslos. Frente al televisor, empezó a imitar los pasos, los movimientos de los caderas, las ondulaciones de las piernas y brazos... La canción acabó, pero para Andrea era apenas el inicio. Se dirigió al cuarto de su hermana mayor, abrió el ropero y el cajón en el que guardaba la lencería. Miró, uno a uno, los modelos y eligió un calzón blanco, con tela de algodón. Se quitó los calzoncillos y vistió la braga de su hermana. De reojo, descubrió un delgado cinturón de cuero negro. Lo tomó y lo cerró en su cintura, sobre la tela de la camiseta. Apretó y apretó. Se miró en el espejo y lo que el reflejo le mostró le alucinó.

La vida de AndreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora