El descubrimiento del placer Pt. 1

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Una tarde cualquiera Andrea hizo lo que siempre solía hacer. Esperó a que sus padres y hermana se vayan de la casa, ingresó al cuarto de su hermana, abrió los roperos y extrajo las prendas que -desde la mañana- sabía que se iba a poner. Ya para ese entonces se consideraba casi experta, conocía los estilos que mejor le sentaban, dominaba las técnicas para feminizar su cuerpo. Solía rasurarse el cuerpo entero, en especial los vellos púbicos. Sabía que, para ocultar su pene, debía utilizar dos bragas: una pequeña y apretada; y otra encima, la sexy y con encajes. Por suerte, su hermana era una mujer con muy buen gusto; había calzones de todo tipo: de tela lycra por completo, con encajes, de algodón, etc. En cuestión de sostenes, prefería los de su madre, eran algo más grandes y tenían hombreras. Cada tarde, elegía un conjunto diferente; un vestido largo apretadito a la cintura, con un body negro; o una falda corta con el mismo body; o un vestido holgado y blanco... La tarde del descubrimiento ella se colocó un mini de jean, ajustada; y una blusa corta que dejaba su ombligo al descubierto. Como braga, eligió su favorita: una sexy prenda blanca de Caro Cuore, de tela de lycra y detalles de encaje. 

Una vez vestida y maquillada, se echó a ver la televisión

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Una vez vestida y maquillada, se echó a ver la televisión. Desde la partida de Francisca todo había cambiado. Andrea se sentía sola, había perdido a su única amiga, a la única persona en el mundo que la comprendía. Aquella tarde, algo aburrida, miraba la pantalla y cruzó las piernas. Era común que en algún momento el miembro se le endureciera, eso era algo que molestaba a Andrea, ella no deseaba sentir su hombría crecer debajo de las bombachas, pero esa tarde, tras cruzar las piernas, la sensación no le fastidió... Fue diferente, candente... Andrea mantuvo las piernas cruzadas y movió las caderas... El placer creció... Cerró los ojos y continuó con los movimientos hasta que un candor se apoderó de su cuerpo y percibió el temblor entre sus muslos y lanzó un leve gemido y advirtió que -allí abajo- lanzaba un líquido... 'Mierda, me oriné', fue lo primero que pensó. Se asustó, por supuesto, ¿cómo ocultaría la bombacha orinada de su hermana? ¿Cómo la lavaría? ¿Dónde la secaría? Se puso de pie y corrió hacia su habitación, se desnudó y miró la braga... Entonces entendió lo que en realidad había ocurrido. Ella ya conocía el placer de la masturbación manual, pero jamás imaginó que fuese posible alcanzar el éxtasis sin tocarse con las manos. Desde ese día, empezó a acariciarse como hacían las chicas... por encima del calzón, como si estimulase una vagina... 

La vida de AndreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora