La vorágine Pt. 3 (descuidos)

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El problema con los secretos es que tarde o temprano se destapan. El día en que su madre descubrió el escondite de Andrea, ella creyó que el mundo se le caía encima. Ella solo miraba, mientras su madre metía la mano debajo del mantel del tocador y sacaba las blusas, vestidos y lencería. ¿Qué es esto?, le preguntaba. ¿Qué hacés con toda esta ropa aca? Andrea no sabía qué responder, guardó silencio. Luego, una vez estuvo a solas, lloró. Pero quien se llevó la peor parte, sin embargo, fue Francisca. Esa misma tarde la despidieron y así Andrea perdió a su primer amiga. Durante los años siguientes, esa culpa la atacaría. Nunca más volvería a ver a Francisca, su primer amiga. Prometió, además, no volver a vestirse como chica. Por supuesto, no cumplió su palabra. Ese tipo de impulsos no se pueden reprimir, no desaparecen de la noche a la mañana, no se pueden controlar. Andrea decidió ser más cuidadosa y durante un buen tiempo, lo fue. Fue por esas épocas que adquirió el hábito de usar bragas debajo de sus ropas de chico. Iba a clases, entrenaba deportes, salía con amigos... Nadie sospechaba que bajo sus pantalones cortos o bermudas, había un calzón. Esa era una sensación fantástica. Otro de los hábitos que asumió -para sentirse mujer sin tener que travestirse por completo- fue usar el baño como lo hacían las mujeres. Andrea ingresaba al lavabo del colegio, cerraba la puerta del cubículo en el que estaba el inodoro, se bajaba las bragas, se sentaba y orinaba. Durante un buen tiempo controló el deseo de transformarse por completo, pero poco a poco, casi sin darse cuenta, retornó. Encontró un nuevo escondite en el techo de la casa. Metía la ropa en a mochila, subía hasta llegar al techo y allí mismo, bajo el cielo amplio, se vestía. Su fantasía más grande era que alguien la viese, a lo lejos, un hombre que la espiase y se excitase gracias a ella. Tenía otras fantasías que hizo realidad. Ella solía tirarse de espaldas sobre la cama, colocar una almohada encima de su cuerpo, abrir las piernas, cerrar los ojos e imaginar que tenía sexo junto a un hombre. Una noche, mientras chateaba por el Mirc, conoció a un muchacho que estaba a pocas cuadras de la casa de Andrea, era un chico de 22 años, guardia nocturno de un instituto técnico. Le dijo que estaba solo y le invitó a ir. Sin pensarlo demasiado, Andrea aceptó. Colocó ropa, medias pantys, tacones, maquillaje, joyas dentro de su mochila. En silencio, salió de la casa, debían las 11 de la noche. Caminó las pocas cuadras que la separaban del instituto técnico. Al llegar al edificio, tocó la puerta de vidrio y el guardia le abrió. Andrea temblaba, los nervios le atacaban, pero logró disimular su tensión. El muchacho le ofreció una cerveza que ella aceptó. ¿Tienes un baño? -preguntó Andrea- es que quiero cambiarme -le explicó. El guardia, que era moreno y alto, no demasiado guapo, pero sí amable,le indicó dónde quedaba el lavabo. Andrea ingresó, cerró la puerta con llave, apoyó su espalda sobre la pared de cerámica y respiró, se tranquilizó. Abrió la mochila y extrajo, una a una, las prendas. Se colocó las bragas diminutas y las medias pantys, se colocó la falda de jean y un body negro que le encantaba. Pintó sus labios, colgó una cadena de su cuello, se colocó aros de presión. Por último, se calzó los tacones y se miró en el espejo. 'Lo haré' -pensó-en verdad lo haré... pero antes de abrir la puerta del lavabo, algo ocurrió, una conmoción. Escuchó la voz de un hombre que hablaba fuerte, prepotente. Escuchó la voz del guardia que intentaba explicar que nada raro pasaba. 'Hay alguien aquí, ¿dónde está?, preguntó el hombre. Tras escuchar esas palabras Andrea inició el proceso de des-transformación. Mientras se quitaba la falda, la puerta del baño sonó. ¡Bom! ¡Bom! ¡Bom! ¿Quién está ahí? ¡Salga!, grito el hombre. 'Ya voy', dijo Andrea, asustada. Los golpes continuaron mientras ella se quitaba el atuendo de mujer y se colocaba la ropa de varón. Abrió la puerta y vio, frente a ella, a un hombre alto y obeso, con una mirada molesta. ¿Quién sos?, le preguntó. Un amigo, se apresuró a responder el guardia, que estaba sentado. Andrea asintió y el hombre debió compadecerse de la mirada aterrorizada del chico frente a él. ¿Cuántos años tenes?, le preguntó. Catorce, respondió ella. ¡Mierda!, gritó el hombre, le dio la espalda y, sin mirarla, le ordenó que se fuera. Andrea corrió, salió del instituto y retorno a casa. ¿Qué acaba de suceder?, pensó cuando se echó en su cama... Me salvé, eso es lo que acaba de suceder, razonó. 

La vida de AndreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora