Capítulo 2

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          —Creo que no he visto unos ojos mas bonitos y atrayentes en toda mi vida.—

Salgo de la farmacia con la bolsa que contiene los antidepresivos para mi madre, y pongo rumbo para mi casa.

Al llegar, dejo la bolsa sobre la mesa y corro a la ducha.

Después de comer, nos habíamos dado cuenta que casi no quedaban suficientes medicamentos para mi madre, así que tuve que ir rápido a por ellos, y, ahora, tengo el tiempo justo para ducharme y vestirme antes de ir a trabajar.

Cuando salgo de la ducha, me visto con unos jeans negros y una camiseta blanca que tiene el logo del bar en la parte superior derecha. Mi turno comienza en 15 minutos, y tardo 10 en llegar, así que termino rápidamente de arreglar mi pelo -que tras varios intentos se queda en una cola, como siempre- y cojo el bolso junto a las llaves antes de salir cerrando la puerta.


Me encuentro con Samantha en la puerta y entramos juntas. Dejamos nuestras cosas en los pequeños vestuarios y salimos a ocupar nuestro puesto. Nuevamente, empieza nuestra rutina, yo me ocupo de tirar las botellas vacías y reponerlas entrando y saliendo del almacén, mientras mi compañera limpia las mesas.
A los 5 minutos comienzan a entrar los clientes , y con ellos, nuestro estrés va aumentando.

—No recuerdo haber tenido nunca tanta gente aquí un jueves.–Resoplo terminando de tirar algunas cosas -que prefiero no saber que son- a la basura.

—Ya te digo, yo ya no puedo más.–Rueda los ojos.

Le pongo una mano en el hombro en señal de apoyo -y de que yo estoy igual- y voy a atender otra mesa.

Y si, así ha sido toda la noche, no hemos parado ni un momento, y cuando teníamos algún descanso porque estaba todo servido, alguien levantaba la mano y volvía a gritar "¡Preciosa!", creo que nunca nos había dado tanto asco que alguien nos llame de esa manera como desde que empezamos a trabajar aquí. Y es que nunca había sido una opción trabajar aquí, por lo menos para mi.

Encontré este bar después de pasarme meses buscando trabajo en diferentes supermercados y bares de la ciudad.

Justo cuando estaba cansada de buscar, vi un cartel que invitaba a una fiesta en uno de los paneles de la calle principal, justo al lado, había uno que ofrecía un puesto de camarera.                 Este último no tenía mucha creatividad, era simple: fondo negro y lo que parecía ser el logo del bar en rojo. Daba algo de mal rollo pero era mi única esperanza, así que llamé y me citaron al día siguiente. Acepto que al entrar mil escalofríos pasaron por mi cuerpo y, por supuesto, también acepto que el mal rollo pasó a ser miedo. Un chico se acercó a mí diciendo que era el hijo del dueño, y si él tenía esa mala pinta, no quería imaginar su padre. Una hora después salí de allí con una pequeña sonrisa en el rostro porque al fin había encontrado trabajo, uno en un lugar mugroso, pero no estaba en posición de quejarme, al menos había encontrado algo.

Dejo de pensar en el pasado cuando veo unos brazos apoyados en la barra, levanto la mirada y ruedo los ojos.

—Hola guapa, cuanto tiempo. –Su voz se escucha ronca y me mira de arriba abajo.

—Jake  ¿Qué tal? –Le digo más por obligación que por otra cosa. La amabilidad no es lo mío.

—Pues ahora muy bien, ya veo que tu también.

—Estaría mejor si pararas de mirarme las tetas. –Le fulmino con la mirada.

 —No es mi culpa que llamen tanto la atención. –Se encoge de hombros restándole importancia.

D E M O N SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora