7. Una nueva percepción de los caballos

757 106 2
                                    

Elizabeth y Bruno eran indudablemente poderosos. Sin embargo en su intento de encontrar la llave habían destruido toda la ciudad. Ambos eran impulsivos e impacientes, algo en lo que Sebastian tendría que trabajar.

Salieron de la sala de entrenamiento y una cálida brisa los rodeó. Era verano en la Patagonia Argentina y desde donde estaban, no importaba en qué dirección miraban, podían ver las imponentes montañas alzarse a su alrededor. Sebastian vió a Otrera mirar el cielo y por un segundo pensó que estaba admirando el paisaje igual que él, sin embargo no era así. Estaba mirando una forma que se acercaba hacia ellos hasta posarse en el suelo con elegancia.

Un corcel completamente blanco y dos veces más grande que un caballo normal se encontraba ante ellos.

-Hola, jóvenes- saludó y a excepción de Otrera, todos soltaron un grito ahogado.

-¿Tienes un caballo?- exclamó Elizabeth.

-¿El caballo vuela?- preguntó Bruno.

-¿El caballo habla?- acotó Daniel, su voz una octava más aguda de lo usual.

-Es un Pegaso- se explicó Sher.

-Todos dicen lo mismo- contestó el caballo mirando a Otrera. La muchacha le sonrió con pena y acarició su crin- Ese es mi primo, duendecillo.

-Soy un humano, no un duende- contestó Sher, a quien no le había gustado que confundieran su especie.

Sher, a pesar de que seguía ofendido por el comentario del caballo no pudo evitar acercarse para estudiarlo. Cicero era más alto que él, sin embargo el joven se acercó sin miedo y deslizó sus dedos por el suave cabello de su crin. Era como tocar la seda más suave del mundo, tan sensible y delicado que apenas lo sentía, era como tocar una nube y la nada misma a la vez.

Elizabeth recordó que habían varitas y pociones hechas con pelo de caballo alado y que no debería haber estado tan sorprendida de verlo. Con algo de vergüenza, se recordó que ella podía ser la Bruja Roja pero aún le faltaban muchas cosas por conocer.

Bruno y Daniel se mantuvieron al margen de la situación, ¿Dioses Griegos y seres mitológicos? No. Era demasiado. Ellos habían lidiado de muy cerca con los crímenes más horribles que podían cometer los seres humanos, no querían ni escuchar hablar sobre los horrores que podrían cometer las criaturas mitológicas.

-Hola, Cicero- lo saludó Otrera. La chica lucía auténticamente feliz mirando a aquel ser extraño, como si lo conociera de toda la vida. Y de hecho lo hacía, lo conocía hace decenas de vidas.

Elizabeth miró a Sebastian con el ceño fruncido.

-¿Sabías sobre él?

-No, a Gustavo se le debió olvidar mencionarlo- dijo el peliblanco sonando menos sorprendido de lo que el resto del grupo habría esperado. A veces olvidaban que Sebastian debía haber visto ciertas cosas, no era por nada que había llegado a ser su capitán- No sabía que tenías un caballo alado, Otrera.

La muchacha lo miró con una sonrisa de disculpa.

-Creí haberlo mencionado- dijo aunque su voz no sonó nada convincente. Cuando Sebastian lo miró, Cicero ya lo estaba observando.

-Hay algo raro en este muchacho- dijo el caballo alado y se acercó lentamente, sus patas resonando contra el pavimento. Sebastian se quedó quieto y Cicero lo olfateó íntegramente como si fuera un perro de caza.

-¿Qué sucede, Cicero?- preguntó Otrera mirándolo con atención. Era claro que el caballo sabía ciertas cosas y era conveniente escucharlo cuando hablaba.

Cicero tardó en responder, ninguno lo notó pero Otrera si lo hizo.

-¿Qué sucede Cicero? Háblanos.

-Lo que sucede...- dijo lentamente, como si estuviera buscando una forma más delicada de poner en práctica sus palabras. Finalmente sacudió la cabeza, como si hubiera llegado a la conclusión de que eso sería imposible- Lo que sucede es que este muchacho no es humano.

El Chico Niebla Donde viven las historias. Descúbrelo ahora