El aire dentro del túnel era extraño. Pesado y asfixiante, aunque por suerte, respirable. Este era el camino mas directo hacia la Capital Imperial.
La ruta iluminada por antorchas de un naranja mortecino cada cinco metros era casi recta. Apenas si podía distinguirse la mancha de luz al final del túnel. Habían múltiples puertas enrejadas a los lados y cada una estaba cerrada, grupos de guardias vigilaban el túnel.
A diferencia de los guardias regulares, estos usaban armaduras muy ligeras broqueles metálicos y espadas cortas.
Kate solo caminaba a paso veloz, ningún detalle de estos le importaban. Solo quería salir de allí lo antes posible.
—Sinceramente no entiendo que ven de bueno al trabajo los mineros. Excepto por el oro y las joyas —Kate corrió entonces a toda velocidad y rápidamente alcanzó el final —. ¡Ya veo la luz al final del túnel! ¡Si! ¡Si! ¡Aire! ¡Aire Fresco! ¡Maldito aire fresco! —exclamó con fuerza respirando como una maniática.
Un guardia le pasó por un lado.
—Niña —dijo con cierto reproche.
Kate miró al frente con emoción, colina abajo empezaban las extensas Praderas Praira. En el centro de todo, se divisaba la colina sobre la cual fue edificada de forma magistral la fabulosa Capital Imperial, con sus torres altas y los masivos torreones de piedra del castillo del rey. Desde el Monte Pantera, descendía como una extensa serpiente de piedra gris, el Acueducto Imperial.
Su estructura de arcos lo hacia resistente y una demostración mas de la excelente arquitectura felina. Este proveía de agua a la capital y a sus seiscientos mil ciudadanos felinos.
—¡Waaa! ¡Que maravilla!
Kate miró maravillada el extenso campo y como el mar de hierba verde se extendía hasta unas lejas montañas sombrías en el extremo. Y aunque no lo veía, mucho mas allá, estaba el Mar del Archipielago Oreo.
Sonrió espontáneamente, inhaló aire con fuerza y exhalo con ganas; y empezó su camino colina abajo. Era una bajada larga y muy estable. Algo peligrosa para los carros que no contaban con frenos y un conductor experimentado.
La brisa, ya no tan debilitada por las montañas, soplaba fresca y agradable, pues venía de las islas del extremo norte. Kate disfrutaba de cada paso, pues era una experiencia en si misma.
Antes de darse cuenta, ya estaba en el camino central. El solo pisar sus piedras gris claro, ya era algo distinto a los caminos desiguales y desnivelados del resto de la isla. La perfección y la simetría de los ladrillos del camino eran únicas, y quizás solo podía ser igualada o superada por la ingenieria y la arquitectura nubiriana.
El aire silbaba en sus orejas y el frescor ondulaba su blanco cabello. El agradable sonido de los pájaros hacia una melodía única. A su izquierda. Se empezaba a formar la Meseta Rosquilla, cubierta por grandes arboles del extenso Bosque Rosquilla.
—Esto si esta solo —pensó —. Nadie usando el camino central es como que raro, y yo que creía que este era el más transitado —pensó en voz alta.
Pero distinguió algo mas abajo, un carro a un lado del camino, estaba volteado y la mercancía que llevaba —bolsas de granos, papas y maiz— estaba desperdigada por todo el suelo. No había ni un gato u otra especie a la vista.
—Esto si esta mas sospechoso aun —dijo mirando de lejos, de forma analítica y buscando año que le indicará si era o no seguro.
La curiosidad mató al gato y se acercó a ver. No se sorprendió de no encontrar nada.
Revisó bien el carro, había sido saqueado, casi por completo. Pero los alimentos no estaban dañados o en descomposición, así que debía de ser reciente, pero tampoco había huella alrededor.
ESTÁS LEYENDO
La Isla de los Gatos (Editando)
FantasíaEsta es la historia de la gata Kate de ningún lado, hija de nadie. Una felina huérfana de la Isla de los Gatos. Cansada de sus compañeros en el orfanato, los deberes impuestos y la odiosa Santa Madre Joanne, escapa del orfanato y se encuentra mister...