Hace un par de días que venían subiendo por las colinas a mitad del bosque, más allá del Pueblo Sin Nombre. Todo el bosque parecía haber crecido sobre una rampa de tierra natural hacia una zona más alta de la isla que se había formado de manera inexplicable.
Ni Kate ni Daniella conocían estas tierras.
Además de todo, Kate se estaba empezando a percatar de que los arboles de este territorio son ligeramente distintos a las secas y flacas varas con pelucas que hay por sus "bosques" allá en su tierra.
–"Estos si son bosques" –pensó la gata blanca.
Sin embargo, estaba mortalmente aburrida. Daniella no parecía querer conversar demasiado. De lo poco que le había logrado sacar a la gata rosa era:
–Me dan miedo los bosques.
Y a saber Kate por qué. Como alguien podría tener miedo de la protección y el camuflaje que te brindaban los árboles. El olor a fresco y a tierra húmeda, y el crujido suave de las hojas secas bajo las botas. Esto era todo un paseo y una experiencia para la felina de ojos verdes. No se molestaba en ocultarlo, entre silbidos y tarareos de canciones de taberna o de unas inventadas sobre la marcha.
El mapa indicaba que faltaba poco para llegar al segundo camino real –del que se habían salido al irse por campo abierto– que era la ruta del oeste. La conexión hacia la ciudad de Bosquealto. Nombre que llevaba por estar ubicada en medio de un bosque elevado en una colina... Bosquealto.
Los gatos de verdad no son creativos con los nombres de sus ciudades y pueblos.
A lo lejos, se veía el claro. Daniella fue la primera en volver al camino real corriendo. Suspiró aliviada de alejarse de los árboles.
– ¡Qué bien! ¡Finalmente podemos caminar por suelo civilizado! –exclamó la felina rosa.
Kate le vio de reojo y soltó una risa burlesca.
–Por aquí es más probable que nos vean. No soy experta en rastreo, pero cualquiera que te vea te recordara fácilmente.
– ¿Y eso por qué motivo?
Kate sonrió.
–Eres rosa tontita.
– ¿Y eso es tan raro? ¿No hay variantes rosa plebeyas? –dijo con cierto aire aristocrático que Kate veía solo de vez en cuando.
–Te juro que en mis dieciséis años de vida, que jamás había visto un gato rosa hasta que te conocí. Creo que no es un color común entre nosotros los "plebeyos" –dijo énfasis en eso último.
– ¿Tan rara soy? Ahora que lo pienso, mi madre tampoco era rosa... Mi padre es el único que conozco de ese color.
–Ponte la capucha, quizás así pases un poco desapercibida.
Daniella registro su bolsa de viaje y saco la fea capa parda que había comprado en la Ciudad de los Gatos. Se la ajusto y listo. La sombra oculto la mayoría se su rostro, pero aun escapaban unos mechones de su rizado cabello rosa. Sus ojos azules brillaban levemente por debajo de la capucha raída.
Aún eran un poco llamativos los colores de su costosa vestimenta. Pero ya casi nada sobresalía además de eso.
–Eso servirá –dijo Kate mirando la colina que subía ligeramente y hacia cada vez más pesado el andar –. Apresúrate, tengo hambre –dijo mientras seguía el avance –. Espero tengan carne, mucha carne. Aunque me conformaría con pescado igualmente, un pescado asado y relleno, que sean dos, podría comer un lago entero de peces. Ay, ya me estoy babeando.
Ahora solo debían seguir el camino. Avanzaron pasando un par de caravanas de comerciantes que venían en dirección contraria y parecían ir con prisas. Kate avanzó y se puso frente a Daniella para cubrirla aún más.
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La Isla de los Gatos (Editando)
FantasyEsta es la historia de la gata Kate de ningún lado, hija de nadie. Una felina huérfana de la Isla de los Gatos. Cansada de sus compañeros en el orfanato, los deberes impuestos y la odiosa Santa Madre Joanne, escapa del orfanato y se encuentra mister...