Frente a ella, el brillo tenue y único de un objeto mágico. Sus manos de gato llenas de lodo se acercaron a la empuñadura impoluta de ónix de la espada clavada en el suelo.
La sostuvo débil. Una poderosa energía externa la invadió de súbito, sintió su corazón dar un latido con fuerza mas allá de su comprensión y su cuerpo tuvo un espasmo, parpadeó un par de veces. Sus ojos habían cambiado. Sostuvo el arma con fuerza entonces. Levantó la espada y miró atrás. Hacia su destino.
12 horas antes
El pueblo de Garragris no era mucho mas que varias casas alrededor de la fortaleza del mismo nombre. Los gatos no eran muy ingeniosos con los nombres, pues hasta su isla solo se llamaba, Isla de los Gatos.
Rodeados de bosques próximos a una alta montaña gris, donde funcionaban las Minas de Garragris. El terreno árido estaba cubierto de árboles flacuchos y arbustos espinosos. El pueblo y sus tejados altos se divisaban por sobre los bosques.
Un territorio muy alejado del camino principal y por consecuente, de la Capital Imperial de los Gatos.
Entre las pocas cosas dentro de esta pequeña comunidad. Una gran iglesia a Felinae, el mercado del pueblo, la taberna local, la forja de Garragris y la herrería de Garragris (que no es lo mismo), la fundición y las minas de hierro. Los cultivos al sur del pueblo, junto al gran molino. Una muralla baja de piedra gris bordeaba la colina y mantenía una relativa seguridad contra los monstruos del bosque.
Y por demás, solo destacaba el convento y el orfanato. Punto central de la fe de Felinae.
Aquí es donde viven los huérfanos de aquí a media Isla de los Gatos, hijos bastardos, no queridos o sin padres. Como Katherine.
¡Ding, Dong! ¡Ding, Dong! Sonó con fuerza la campana que anunciaba el amanecer de un nuevo día.
Se levantó sobresaltada cuando oyó las campanas de la iglesia. Bajó de la litera de un salto y vio la habitación —llena de literas— totalmente vacía. Sobre el camisón blanco que usaba para dormir, se puso su único vestido, uno gris opaco que le habían dado desde hace años y que usaban todas las niñas, remendado con parches de telas distintas y que ahora le llegaba a las rodillas. Luego se puso el chaleco de lana encima, se calzó las botas desgastadas que siempre había tenido y salió corriendo al patio de la abadía. Era tarde y todo el mundo ya había despertado.
El sol le dio de lleno en el rostro y la sacó de su somnolencia.
—¡Ah! Maldita luz...
Todos los gatos huérfanos voltearon al verla, ella metió la cabeza entre los hombros y siguió. Su cola se movía de lado a lado como un reloj de péndulo. Corría sin hacer ruido, debía apresurarse. Aunque no podía esconderse, todos podían distinguirla fácilmente.
Ella siempre destacó desde que tenía memoria, y es que desde que eso empezó a ocurrir, ella siempre ha estado aquí, rodeada de gatos de colores diversos, al menos dos colores de pelaje. Todos saben lo que significa ser un gato de color único. Ella es un gato blanco como la nieve con ojos de peridoto. Una noble. Dejada aquí anónimamente, probablemente una bastarda, despreciada, al nivel de los demás.
—Buenos días Katherine de ningún lado, hija de nadie —dijo una gata gris y negro.
— ¡Hola huérfano sin padres! —respondió ella sonriente señalándole con todo su cinismo.
—Allí vas tarde de nuevo Katherine hija de nadie —cantó otra blanca y naranja.
—Como siempre, bastarda.
—Saludos, Katherine, hija de nadie —rió una gris rayada.
—Buenos días, hija de... ¿Quién sabe? —rió con más fuerza y a ultimo.
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La Isla de los Gatos (Editando)
FantasyEsta es la historia de la gata Kate de ningún lado, hija de nadie. Una felina huérfana de la Isla de los Gatos. Cansada de sus compañeros en el orfanato, los deberes impuestos y la odiosa Santa Madre Joanne, escapa del orfanato y se encuentra mister...