Recibir las carpetas de los candidatos enviados por la agencia de apareamiento era algo que utilizaba para mirar hacia el futuro. En el primer año, corría para encontrar al cartero y firmaba por ellas a toda prisa, antes de ojear a través de ellas en cuestión de segundos tratando de encontrar al hombre, en que el muchacho que había conocido, se transformó.
Con cada nuevo lote de carpetas que llegaba, su emoción se transformaba en algo más. La esperanza era algo peligroso, algo cruel. No era de extrañar que su manada pensó que estaba volviéndose loco, habían días en que se sentía de esa manera también. Incluso había ido tan lejos como para citarse con un par de candidatos, con la esperanza de enamorarse y olvidar su obsesión infantil.
Cuando oyó los sonidos familiares de neumáticos de la camioneta del correo, suspiró y dejó caer sus herramientas, limpiándose las manos con un trapo antes de salir a su encuentro.
—Hola, estás ahí. — El mensajero humano le saludó amigable.
Ser un artista hacía que la gente dejara a su manada en paz. Un grupo de personas que viven juntas en el bosque era considerado automáticamente como un culto o una célula terrorista, pero cuando uno o más eran artistas de algún tipo, eran simplemente descartados como excéntricos. Fue por esta misma razón que se aseguró de vender algunos de sus trabajos a una galería local, incluso si recibía menos que con su contacto en California, que compraba y vendía su trabajo en su tienda.
—¿Cómo estás? — Preguntó al cartero. Hizo un punto de ser amable con la gente del pueblo, pero nunca tan amigable para que empezaran a hacer preguntas.
—Bien, gracias, mejor si el tiempo continúa así.
Kyu asintió hacia el cartero con una sonrisa cortés, mientras firmaba por la caja de carpeta. Había recibido tantas en los últimos años que sabía exactamente lo que eran por la forma y el color de la caja.
—Bueno, que tengas un buen día. —Le dijo al hombre antes de caminar de regreso a su garaje. Amabilidades poco sinceras y charlas sobre el tiempo era lo que todos los seres humanos necesitaban para sentirse seguros.
Sintió la tentación de tirar la caja en su banco e ignorarla por el resto de la tarde, pero se conocía muy bien. Estaría distraído y terminaría odiando lo que hiciera. Mirando la caja, dejó una larga garra salir y la cortó, abriéndola sin cuidado. Había siete carpetas dentro de la caja y balanceó la cabeza, asombrado de que después de todo este tiempo todavía recibiese tantas a la vez.
Giró las carpetas, abriendo una por una y tirándolas en el suelo cuando veía las fotos. Había algunas personas que eran de excelente aspecto, pero no lo suficiente para mantener su atención. Su estado de ánimo comenzó a cambiar y comenzó a pensar que sus hermanos estaban en lo cierto acerca de él, tomó la última carpeta y la abrió. Apenas miró la foto, a la espera de ver a un extraño mirándole, pero en vez de eso, vio un par de ojos café oscuros familiares.
Sus manos temblaban tanto que dejó caer la carpeta en el suelo polvoriento. Rápidamente se agachó para recogerla de nuevo y cuidadosamente sacudió y sopló el polvo antes de dejar que sus ojos viajaran al nombre de la carpeta.
Lee Sungmin, guepardo.
El hombre tenía una pequeña sonrisa privada en la cara y el pelo castaño claro estaba despeinado artísticamente. Él está usando una camisa blanca con un lazo negro delgado y una chaqueta de punto gris, consiguiendo parecer sexy, inteligente y encantador a la vez. Algo apretó el pecho de Kyu y se encontró acariciando la imagen con el dedo.
—Min.
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