1. De pecados olvidados

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El cómo el fin del mundo pasó a ser un recuerdo difuso, y ellos a sobrevivir el juicio incuestionable del cielo, o el inevitable del infierno, (respectivamente), eran hechos que se podrían llamar sin duda milagros, unos que se dieron de forma tan extraña, que apenas parecía fuera de una realidad ficticia de esas novelas que a un ángel de nombre Aziraphalel tanto le gustaban.

Ambos habían regresado a sus rutinas dentro de lo que cabe. No que a sus bandos, que en realidad ya no querían nada concerniente con ellos, les importase (aunque el cielo al parecer era bueno olvidando).

Por supuesto, actualmente Crowley, el demonio amigo del ángel, se encontraba disfrutando su estado de desempleo, (siempre se había sentido más bien obligado, a trabajar en su labor de tentar almas). Se daba el lujo de explorar otras cosas del mundo humano, como era asistir a conciertos con más frecuencia, o carreras de automóviles en las que pudiera jugar un poco con la suerte de los apostadores.

Debido a que el tiempo había sido alterado gracias a Adán, cosas que el mismo había enterrado, sellado, en el lugar más alejado de su mente resurgieron. Porque, a pesar de ser un ángel caído, habían emociones humanas que se encontraban arraigo en él; ideas agobiantes, tristes, y dolorosas: en su caso, recuerdos, remembranzas, que lo habían dejado vivir en paz en su eternidad puesto que él mismo decidió exiliarse, encerrarlas de forma que no hubiese manera de que volvieran a resurgir.

Por supuesto, las cosas en esa línea temporal cambiaron, así como el milagro que uso para borrar esos recuerdos específicos, y los sentimientos que existían en ellos. Pero, se dio cuenta, que en realidad esas emociones poco habían hecho para desaparecer, esos sentimientos que se suponía no debió permitirse sentir.

Sin embargo era difícil. Era imposible.

Su naturaleza siempre le había empujado, (o talvez es que era más bien endeble a la luz divina), con particular fuerza hacia Aziraphale. Porque, no tenía sentido que fuesen amigos, no tanto tiempo. Su deseo de seguir sin pretenderlo al ángel durante esos milenios siempre lo había atribuido más bien a su trabajo, a esa costumbre de verlo.

No obstante, el querer protegerlo, él siempre ir a salvarlo de las dificultades en que la ingenuidad, a veces impulsividad, de Aziraphale, eso era inexplicable, siempre lo había sido. Sus recuerdos le daba la razón de eso, la respuesta al origen de sus acciones.

Tras su juicio, es que se dio cuenta que el bien impoluto, que la representación de lo santo que se suponía era el cielo, eran tan rígidos, tan impersonales y ciegos a veces, que lo sintió como una extensión del infierno. La humillación que, se dio cuenta en esos breves instantes el cielo, vivió Aziraphale durante siglos, el menosprecio a sus acciones nacidas de su naturaleza bondadosa (que se suponía debía ser evidente en todo ángel).

Aziraphale les habrá dicho incontables veces con orgullo como esperaba evitar el apocalipsis, como creía en la naturaleza buena del erróneo anticristo. ¡Él les había dicho eso mismo en el cuerpo del Ángel!

Conocía a los habitantes del infierno, sabía qué esperar de ellos, anticipaba crueldad incluso. Pero los ángeles ni se inmutaron a sus justificadas acciones.

Pero, ¿Qué debía pensar del cielo llegando a esos extremos? ¿De seres que debían ser ajenos a la crueldad? El ángel, todas sus decisiones en el último siglo, lo había hecho en afán de ayudar a los humanos, que había aprendido a amar por sus particularidades, (independientemente de tener que hacerlo por ser un ser divino).

Recordaba con rabia su frustrante una conversación acerca de cómo era en realidad el cielo que busco tener con Aziraphale; buscó hacerle ver que le trataban con desprecio, y que él era el que menos merecía su mano dura de la divinidad.

Los buenos pecadores  [Good Omens] [Ineffable Husbands]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora