6. La ambigüedad del casto

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Sí, abrazo la ternura y devoción

Flotando en un espacio sin fin

En este pequeño planeta.

Cuando siento tu calidez junto a mi

Entiendo la carga

Y la trascendencia de la vida.

[Voyage, intro de Fantastic Children].

Aziraphale siempre había visto con inapropiada curiosidad, y a veces inexplicable envidia, una característica sorprendente de ser tan propia de alguien mortal: la capacidad de cambiar

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Aziraphale siempre había visto con inapropiada curiosidad, y a veces inexplicable envidia, una característica sorprendente de ser tan propia de alguien mortal: la capacidad de cambiar. (Como la capacidad de encontrar felicidad en la ambigüedad de su forma de amar y felicidad).

Los humanos cambiaban, muchas veces, cada instante, en el período que transcurría en sus cortas vidas. Mientras que ellos, ya fueran seres divinos o entidades del plano infernal, poco se transformaban así mismos, pues no existía la necesidad de recrearse.

¿Para qué intentar transformarse en entidades diferentes? Pensó en un principio observando la figura imperturbable de su cuerpo a través de los siglos. No así, opinaba su eterno acompañante, su más inesperado amigo: el demonio que se nombró a si mismo Crowley.

El demonio mantenía su esencia, que contrastaba con su manera de aprender y transformarse. Era un ciclo curioso que el ángel observaba; mientras Crowley estaba en constante cambio, adaptándose según la época (con una pasmosa rapidez), éste permanecía a su lado como irrevocable constante.

Aziraphale, que consideró aquello era un peculiar designo de la casualidad que seguramente recae en las directrices del gran plan, optó inicialmente por ser cortés con el demonio. ¿Cómo anticipar que un acuerdo llegaría entre ellos? Que década tras década verían la forma en que sus caminos se cruzaran.

Crowley era como su estabilidad, su eterno acompañante que podría siempre buscar recrearse, pero no de forma que ambos encontraran sus destinos divergir. En otras palabras, un demonio era la serenidad de que permanecía, de que existía eterno y para él.

Sin embargo, tras haber evitado el apocalipsis, a la par que una línea de tiempo en apariencia idéntica, sin embargo en esencia diferente, se instauraba, las dudas de su porvenir se hicieron claras.

«¡Estamos de nuestro lado!» Le había gritado Crowley, suplicándole que huyeran juntos, que permaneciera con él. Y lo pensó, con profunda vergüenza, con el deseo de ignorar su deber, realmente anhelo simplemente tomar la mano del demonio, olvidarse de ángeles de demonios, del cielo.

Pero no podía, amaba el mundo (tuvo miedo; tenía miedo).

Cuando pensó que no tenías nada (que incluso su único refugio de dios, su librería había desaparecido), volvieron aquellas preguntas que cuestionaban su propósito en el principio, cuando el Jardín del Edén perdió su propósito.

Los buenos pecadores  [Good Omens] [Ineffable Husbands]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora