2. Un poco de bondad

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Enfadarse con Aziraphale era de las cosas más contradictorias, y que más frustración le traían a Crowley. El ángel era terco, sorprendentemente terco, y eso lo llevaba a perder la paciencia facilidad, todavía más que con algunos de sus superiores.

Y enojarse con él llevaba a que estuviera en una contradictoria diatriba de querer reclamar, o ir a verlo fingiendo que lo que fuera que pasó fue una nimiedad. De una u otra forma, el conflicto se desvanecía, y él demonio terminaba visitando la librería como si no hubiera acontecido nada.

Aunque, ahora que se encontraba en su apartamento, y en uno de esos silencios reflexivos que surgían mientras regaba sus plantas, sus pensamientos fueran nuevamente a Aziraphale.

Le molestaba (dolía, por más que no le gustara reconocerlo) que Aziraphale aún veía su deber con esa devoción que no ameritaba ahí arriba. Pero, ¿Qué iba a saber él? Quizás podía pensar de manera más personal todos los siglos en que seguramente Gabriel desdeñaba hasta la forma en que el principado le hablaba, por ser un demonio; poco recordaba lo realmente importantes que eran las jerarquías en el cielo.

Suponía que el ángel tenía razón: aún era uno de ellos, ¿Gabriel todavía lo estaría vigilando? Y es que era sorprendente que no hubiera caído, al mismo tiempo como aterrador: su castigo fue el directo exterminio, ni siquiera pensaron en convertirlo en un caído. ¿Tal vez aún lo mantenían bajo sus reglas? Era lógico considerando que el cielo no dejaría a un ángel estar sin control o propósito.

Que Aziraphale pudiera caer era un pensamiento siempre amargo; Crowley no creía que el ángel estuviera ni un poco hecho para adaptarse al infierno.

El demonio terminó de revisar sus plantas un poco ausente, y se dejó caer en su cama, inexplicablemente cansado. Ahora la inmortalidad parecía un periodo lleno de incertidumbre si pensaba en eso de tener o no un propósito, ahora estaba de su lado, supuestamente (aunque el infierno probablemente lo dejase mientras no se metiera en sus asuntos).

El silencio de su apartamento no pareció ser tan plácido como antes, no ahora que su mente se discurre en su indignación por la forma en que los ángeles trataron a Aziraphale, o el tremendo conflicto que le sobreviene de siglos atrás: sus sentimientos, esos que tuvo que desaparecer con milagro de su propia mano para que no le causarán problemas.

—Maldición —se sentó en su cama, desordenando sus cabellos con una mano.

Miró sus dedos largos, y pensó que ese amor, ese que a veces le hizo considerar en sus tiempos más oscuros, la primera vez que se dio cuenta el tipo de apego, uno similar a una devoción humana (amor), profesaba por el ángel, ¿y sí tentaba al ángel con sus anhelos? ¿Y si lograba que le correspondiera...?

Esas ideas le atormentaron en cada ciclo, en cada ocasión que borraba el momento en que volvía a caer en esa maldición, idílica, humana llamada amor. Pero ahora estaban de su lado, podía...

¡No! ¡No podía! El ángel aún podía caer, ¿cómo podría mirar esos ojos claros transformados por el infierno durante la eternidad sin ahogarse en remordimiento? Aziraphale aún tenía cosas que perder, a diferencia de él.

—De nuevo —suspiró con exasperación, acercando su mano a su rostro. Un poco de eliminar algunos recuerdos, de jugar con ellos, y volvería a ese apego ambiguo sin nombre que lo unía al ángel.

Un nudo en su garganta se formó cuando pensó en la bonita sonrisa del ángel que siempre le recibía. Tal vez la única respuesta era simplemente olvidar todo, pero se veía incapaz de pensar en estar lejos de Aziraphale, siempre lo había sido desde la antigüedad, lo recordaba.

 Tal vez la única respuesta era simplemente olvidar todo, pero se veía incapaz de pensar en estar lejos de Aziraphale, siempre lo había sido desde la antigüedad, lo recordaba

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Los ojos de Crowley miraron bien abierto en sorpresa el rostro del ángel, procesando lo que acababa de decir.

—Le di mi espada, es que es muy peligroso ahí afuera... —comenzó a balbucear Aziraphale con su sonrisa tensa, y moviéndose un poco nervioso, con sus manos fuertemente entrelazadas sobre su pecho.

¿Le había regalado la sagrada espada llameante que le regalo Dios a Adán? Bueno, sabía que los ángeles eran amor y generosidad por naturaleza, aunque nunca estuvo de acuerdo con esa descripción, hasta ese momento.

Con el paso del tiempo, y los recuerdos que tenía antes de caer, nunca había pensado en los ángeles como los seres luminosos de bondad que se suponía eran. Normalmente los veía como existencias rígidas, algo impersonales siguiendo un plan (quizás era natural pensar así para él, pues siendo un demonio, podía distinguir perfectamente lo bueno y lo malo sin complicación). No así con Aziraphale, que cedió la gloria de un regalo de Dios para los primeros humanos.

Y todavía le cubrió de la lluvia sin dudar un segundo.

Crowley decidió que a diferencia de otros ángeles, no lo detestaba, y que Aziraphale era, en todo sentido, el ser de luz bondadoso que debía ser. No fue difícil, (justificándolo por curiosidad), seguir de vez en cuando lo que hacía el principado en los siglos venideros.

Era curioso cómo podía ser tan terco, (a veces medio malicioso, débil a la comida), ese ángel, uno que se mantenía sorprendentemente apegado a esa inocencia que ni los arcángeles ya poseían. Decidió que era el ángel más interesante en la existencia.

—¿Ángel, confías en mí? —le preguntó una vez, sonriendo al ver lo mucho que el ángel acudía a él para contarle sus problemas: que peculiar amistad.

—¡Por supuesto que no! —Exclamó escandalizado, ruborizándose ante la sonrisa ladina de Crowley—. Eres un demonio, ¿Cómo podría...?

—Entiendo, ya —interrumpió Crowley a esa frase que el principado no se cansaba de decirle—. ¿Te parece si te tiento a almorzar?

Esa fue la primera vez que uso la palabra «tentar» sin realmente pretenderlo; fue divertido ver al ángel mirar algo espantado el uso tan casual de una palabra tan terrible, arrugando su nariz en una peculiar forma infantil que Crowley apreció con una incomprensible sensación en el momento, que después descubriría como afecto.

—Solo hablas de ir a comer, ¿no es cierto? ¿Debo interpretarlo así...? —preguntó todavía algo alterado Aziraphale.

Crowley sonrió, jugando un poco con el ángel para ponerlo más nervioso con su silencio.

—Sí, por el momento —bromeó, Aziraphale le vio enfadado no sabiendo leer bien el humor del demonio.

Esa se volvió una costumbre con el tiempo. Crowley siempre estaría buscando de alguna manera de ganar el buen humor del ángel, atento a sus preferencias, compartiendo un apacible momento donde parecían no ser enemigos hereditarios en absoluto.

Él no disfrutaba eso de comer, o de leer, pero siempre estuvo al tanto de los lugares y obras más interesantes, con un ángel viniendo a su mente de vez en cuando.


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N/A: Amo a estos dos, y amo a este fandom. Me lance a hacerles esta historia porque iba a explotar, aunque tenga muchas en proceso de otro fandom. Espero hacerles algo decentes a estos dos. Me gustan mucho los recuentos, como la ficción histórica, ya he hecho eso antes, así que espero no ir tan perdida.

Los buenos pecadores  [Good Omens] [Ineffable Husbands]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora