Capítulo 1

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Varios cortes pequeños por las piernas y brazos, un esguince de poca importancia en el tobillo, rascadas en el rostro, tres costillas fracturadas...

Con el silencio de la habitación, Nami se encontraba haciendo una enorme lista de todo lo que había tenido que curar en cuestión de dos horas.

Sus avellanados ojos se posaron en ese chico que tranquilamente—a comparación de antes—se encontraba descansando en la gran cama matrimonial. Su rostro estaba lleno de vendas, pero se veía mucho más limpio y con mucha menos sangre o tierra que antes. La mayoría de las heridas que había tenido no eran de gravedad; cosa que le sorprendió, al ver el estado tan deplorable en que lo había encontrado. Pero, sólo había una herida que de verdad le preocupaba: un corte que comenzaba desde su clavícula izquierda, llegando casi por arriba del ombligo. ¿Cómo podía alguien haberle hecho una herida así de grande?

Aun si hubiera estado peleando contra alguien que usaba un cuchillo, la longitud de la herida no se le comparaba con los tipos de cuchillo que ella conocía. Salvo que fuese de esos raros de cocina (lo cual realmente dudaba). Lo único que llegaba a su mente era una espada.

Admitía que esa herida de verdad le había causado problema; aparte, no era el tipo de cortada que fácilmente podías tratar fuera de un hospital. Ocupaba cierto protocolo de cuidado, ya que de no tenerlo, la herida podría haberse infectado y matado al paciente de inmediato. Para su suerte, ninguna de esas pasó. El chico dormía, con un cuerpo en su totalidad vendado.

Soltando un largo y cansado suspiro, se dejó caer todavía más en el sofá que adornaba la habitación. Según el reloj de la pared, ya pasaban de las dos de la madrugada. Y a pesar de la hora misma, o del hecho que se encontraba ya extremadamente cansada, todavía no podía encontrar esa supuesta motivación para ponerse de pie y marcharse a casa, y no podía dejar de preguntarse como había acabado en aquel hotel con aquel chico al que no conocía de nada. 

Hacía unas horas, cuando el taxi llegó a por ellos, su mente había entrado en un caos sobre a dónde deberían ir. Sabía que en un hospital, ella tendría problemas por involucrarse públicamente con un sujeto del que no sabía absolutamente nada. ¿Qué podía decirles? No tenía ni su nombre, ni su profesión o siquiera sabía el por qué realmente le estaba ayudando. Por lo que, al instante, esa opción había sido descartada. Otra idea fue su casa. Pero, recordando las mismas razones por las cuales no quería llevarlo al hospital, también fue descartada.

Al final, el lugar que más le convenció fue un hotel de mala muerte que se encontraba a las afueras de la ciudad.

Todavía podía recordar la expresión que el taxista le dio cuando vio el cuerpo del chico que estaba cargando; mirada que también recibió por parte de los que cuidaban el establecimiento. Ella fue ágil dando explicaciones: "Se peleó con varios chicos en un bar", ya que eso era algo que frecuentemente pasaba en la ciudad por la noche. Y fue la excusa perfecta para que nadie más preguntara nada, entregándole en silencio las llaves de su habitación y un botiquín de emergencia. Aunque la habitación ya contaba con uno, el tener más material de verdad que le había beneficiado demasiado.

Otro suspiro, y echó hacia atrás la cabeza.

Bien, pensó para sí. Había salvado una vida, y eso estaba bien. Pero, ¿fue una vida que valía la pena, o simplemente se condenó?

Con cierta mofa, no pudo evitar pensar eso.

Reincorporándose en su asiento, volvió a ver la hora, notando que las manecillas del reloj seguían congeladas en la misma hora. Cansada, dejó caer su rostro entre sus manos, posesionando sus codos sobre sus rodillas en apoyo. —Pero qué estoy haciendo...— se preguntó a si misma en voz alta, sabiendo bien, que ni el mismo silencio sería capaz de responderle.

Emergencia de media nocheWhere stories live. Discover now