- ¿La culpa carcome cierto? – susurro de forma cruel esa voz a mi oído.
Desperté sintiendo que un carro me había atropellado. Nunca he sido atropellado por un carro, pero imagino que así se debe sentir.
Los golpes sin duda alguna nunca habían sido tan brutales. Creo que solo mi padre me había golpeado de esa manera, recordé sus manos sobre mi cuerpo, sus crueles golpes, las palabras hirientes que solía gritarme, me sentí abrumado, como si un peso invisible se hubiera instalado en mi pecho, tenía ganas de llorar, correr, gritar, no lo sé, tantos sentimientos reunidos, cada uno tratando de superar al anterior, arremolinándose en mi interior, pero aun así no es momento de lamentarse, no ahora.
Me senté en mi cama conteniendo el aire para no sentir el dolor punzante de mis costillas, no era la primera vez que me rompía una costilla. Al menos eso creía, cuando tenía 12 años mi padre me tiro de las escaleras en una de sus borracheras –no muy comunes, pero si catastróficas; al menos para mi integridad física-, ese día sentí esta misma sensación, pero como sabía que él no me llevaría al médico me lo guarde, hasta ahora nunca había sido necesario desenterrarlo del cementerio oscuro y triste en el que yacían la mayoría de mis recuerdos, nunca fue necesario sacarlo de mi mente.
Odiaba recordar, los recuerdos, esos crueles destellos de tu pasado que te hacen ver quien eras, quien fuiste y deseaste ser antes de convertirte en lo que ahora eres, aunque estos dejan de ser destellos de tu pasado, porque estos cobran fuerza y los fantasmas que te atormentan dejan de ser fantasmas para volverse monstruos que no puedes vencer. Se instalan en tu alma y se alimentan de tus miedos, justo como lo haría un parásito.
Yo aún no puedo vencer a los monstruos que carcomen mi alma- pensé con pesar.
Y nunca los vencerás –susurro esa vocecilla traviesa que se dedicaba a hacerme daño.
La perta estaba entreabierta, él salió, una leve sonrisa se posó en mis labios, pequeña y asustada. Eran las 12:30 am, no había comido nada el día anterior y tenía hambre, me levante de la cama con cuidado, respiraba profundamente antes de cualquier movimiento, trataba de no hacer nada brusco, sabia lo doloroso que sería un mal movimiento, años atrás lo había aprendido.
Camine con cuidado hacia la cocina, con cuidado de no tropezar o ser demasiado rápido, las escaleras fueron lo peor, era como recibir una pequeña apuñalada por cada peldaño bajado. Varias veces sentí como si la fuerza abandonara mi cuerpo y estuviera a punto de caer, cerré los ojos con fuerza y me hice ovillo ahí mismo, sin poder controlar el llanto, era más doloroso de lo que recordaba, quizá porque en los recuerdos no se guardan las sensaciones –cosa que agradecía muy en el fondo-, me levante a los pocos minutos, conforme bajaba un delicioso aroma invadía mis fosas nasales, no pude evitar pensar que era demasiado tarde para que alguien –quien quiera que fuese – cocinara.
Asome discretamente la cabeza y lo mire, como si nada hubiera pasado horas atrás, cocinando con una paz imperturbable, a veces el dormía en otro cuarto cuando me golpeaba, por eso su ausencia no me había sorprendido, pero verlo ahí me sabia extraño. Como si probaras tu dulce favorito después de mucho tiempo y cayeras en cuenta de que tenía un sabor desagradable, no lo comprendía. Simplemente era extraño.
Él estaba apagando la estufa y sirviendo la comida, fue como si una corriente eléctrica se desplazara por mi columna vertebral, debía subir, rápido, al demonio con el hambre, no podría aguantar otra paliza, eso sí lo tenía seguro, debía de correr.
Me desplace lo más rápido que pude, pero no podía, el dolor era demasiado intenso, las lágrimas se empezaban a acumular en mis ojos y tuve que morderme los labios al punto de que sentí el sabor metálico en uno de ellos, no importa –me dije-, si el me ve aquí nada tendrá importancia porque es capaz de matarme a golpes.
Camine lo más rápido que pude, me sorprendí de lo rápido que lo hice –Dado el estado de mi cuerpo- y entre a la cama con mayor cuidado, estaba asustado de llegar a lastimarme más si me acostaba de manera brusca en la cama, aunque eso no tendría mucho peso si tomaba en cuenta que casi corrí por las escaleras, tomo las cobijas y me tape lento, pero con un continuo movimiento de mis brazos.
Escuche sus pasos acercándose, la presión en mi pecho se acrecentó. Mis latidos se sentían tan violentos que me daba miedo de que él pudiera notarlos y darse cuenta de que solo fingía dormir.
El lado izquierdo de mi cama se hundió por el peso de un cuerpo que se acaba de posar en ella ¿por qué se sentaba a mi lado? ¿qué quería? Sus manos se posaron en mi rostro, estaba apartando los mechones de cabello de mi frente, con una delicadeza que bordeaba lo aterrador –para mí al menos.
- ¿Estas dormido? – susurro, más para sí mismo que para mí, a decir verdad –pero claro que estas dormido – se reprendió- yo... bueno, te hice comida, posiblemente no lo notes hasta mañana, pero da igual, espero te guste – y beso mi frente.
Sentí un frió recorrer todo mi cuerpo, como si una tonelada de metal remplazara mi cuerpo y mi mente se hubiera reseteado. No lo comprendía ¿Qué lo motivaba para hacer eso? ¿culpa? ¿remordimiento? No lo sabía, pero si tenía clara una cosa, era aterrador, incluso más aterrador que su agresividad, alguien que hace algo así después de agredir a alguien es evidentemente inestable.
Abrí levemente los ojos y lo vi acostarse en su cama, al rato su respiración se hizo acompasada y rítmica, lo cual me indico que estaba dormido, me gire con cuidado, el olor de la comida me seducía a gritos.
- Solo un bocado – me susurre.
Tomé el tenedor y empecé a comer, no solo olía delicioso, tenía un sabor magnifico, comí desesperado, era tan bueno comer después de un día en abstinencia. Una vez termine me acomode para dormir.
Esperando que las pesadillas no me atormentaran esta noche, solo esperando.
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Alma de cristal.
Teen Fiction- No estés triste, a alguien le importas; a mi no, a tu familia tampoco, menos a tus amigos, pero debe haber alguien, un gato, un árbol, no se... algo. Y si, debía haber algo pero no lo encontraría, no en esta vida, fue lo único que atine a pensar...