13. Retorcidos

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-¿Sara?

No sé qué hago aquí. No entiendo cómo es que la tierra me tragó y me escupió de regreso a este sitio.

Miro mis manos y ya no soy una niña. Pero al escena se repite.

El camión se extiende frente a mis ojos, el olor a neumáticos quemados me genera repulsión y mis rodillas tiemblan mientras camino hasta el lado contrario de la calle...donde sé lo que me voy a encontrar.

Miro hacia atrás y no hay nadie más.

Algo me indica también que el chofer del camión no va a salir por sus propios medios. Ni siquiera poseo un celular el cual poder sacar y emitir el llamado necesario.

Mi corazón palpita con fuerza en mi pecho hasta que siento que escapa de su sitio mientras salgo de la grava y mis pies andan sobre el asfalto, sobre las manchas de aceite, algunas medio negruzcas o verdosas, el olor a gasolina se fusiona con el anterior haciendo reventar mis ganas de desarmarme ahora mismo.

Cuando contemplo el acoplado, encuentro una mancha de color rojo intenso y un charco de sangre que deja un rastro alargado, como si hubiesen reventado con globo lleno de tinta bordó.

Las nubes cubren el sol y mis ojos se acomodan a la escena que tengo en frente.

Cuando he llegado al lado extremo de la calle, sigo con la mirada queda el rastro de sangre hasta ver en la hierba alta dos piecitos que conozco muy bien.

Uno de sus zapatos ha sido despedido y yace algunos metros antes.

Sigo caminando...

Ese día, una parte de mí se fue con ella.

Y nunca más pude sacarme la imagen de Sara. Tan pequeña. Casi cuatro años. El cuerpo retorcido, la columna quebrada y girada hacia un costado. Una herida enorme en su cabeza y los ojos perdidos. ¿Qué fue lo último que vieron?

Más allá...la pelota.

Que yo pateé.

Y ella salió a buscar.


El corazón me despertó llorando. "¿Qué puedo hacer?" le pregunté. "Abre los ojos", me contestó "levántate y sigue tu camino".

Inquietada por esta pregunta, quise saber cuál era mi camino. Y entendí que nunca iba a poder verlo con la razón.

Haz lo que amas. Rodéate de gente que te ama. Y despide con alegría a los que se van. Todos somos un viaje de paso en la vida de otros.


Cuando abro los ojos, contemplo el techo de una habitación que no es la mía en una cama que no conozco.

Hay una tv enorme delante, con videjuegos en el suelo, al parecer alguien lo juega desde los pies de su cama. A mi derecha veo también un escritorio con papeles esparcidos, un sillón de costado donde al parecer, la última persona que lo ocupó no se molestó en devolverlo a su lugar.

Al otro lado está la ventana donde se observa un cielo que se me hace conocido, pero al que me vuelvo prontamente para corroborar que estoy en el campus de la universidad. Junto a la ventana hay una estantería de mi porte repleta con libros, algunos sectores están un poco torcidos ya del peso que ejercen y en el cabezal de la cama hay fotografías pegadas. Me acerco a estas y corroboro que es el cuarto de Ángel.

La típica señal de alarma que viene acompañada de su nombre vuelve a darme aviso de que no estoy segura en este sitio. Vuelvo a al ventana. Las nubes están recubiertas de tonalidades rosas y azules, donde aparecen los primeros rayos de sol.

Ángel (Muestra gratis)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora