“You're my angel
Come and save me tonight.”Angel, Aerosmith.
El despertador pitó mientras un rayo de luz se posaba sobre la cara de Danielle. Eran las 6.30 de la mañana y mientras Dany abría los ojos, unas motas de polvo bailaban haciendo formas curiosas en la luz que se colaba a través de la ventana.
El ático parecía un paraíso de madera, un castillo en el que los libros podían protegerla de cualquier cosa. Por un momento, sintió que no pasaba nada. Que Maddie estaría abajo preparando el desayuno, dándose una ducha interminable o, simplemente, habría olvidado poner el despertador. Pero la verdad acudió rápidamente en su búsqueda, al igual que lo había hecho todos los días desde que su hermana se fue.
“Maddie ha muerto” Se repetía. “Maddie ha muerto.”
Abrazaba la almohada mientras sentía la ya habitual falta de aire y, poco a poco, se recomponía.
Comprender lo crudo de esta realidad se había convertido en una rutina sobre la que giraban el resto de las cosas, y sobre la que a partir de ahora giraría una cosa más. El instituto.
Tomó aire una vez más y miró el ático. Los sueños revoloteaban en aquella cama improvisada sobre el viejo sillón de terciopelo. El ático, una habitación más o menos cuadrada, cuyas paredes estaban cubiertas por altas estanterías de madera de un color marrón oscuro, llenas de libros, cámaras y botellas de distintos colores y tamaños, era su refugio. Nadie, ni siquiera Maddie, lo compartía con ella.
El suelo crujía bajo sus pies al andar. Seleccionó algo de ropa y un libro. Tolkien sería una buena elección. Algo para sentarse en algún pasillo perdido y sumergirse en campos verdes o guerras interminables. Precisamente esa manera de huir del mundo mediante la lectura era lo que Maddie le reprochaba siempre, y ahora que ella no estaba era su única arma contra todo lo que se le venía encima.
El pijama se le había arrugado durante la noche y el moño alto que acostumbraba a hacerse para dormir cómoda descansaba al lado de su oreja. La visión delante del espejo junto a las escaleras era graciosa, pero no se paró a arreglarse. Bajó las escaleras con la delicadeza de un gato, abrió la puerta y continuó su camino hacia el baño.
Las duchas eran algo que siempre le habían relajado; tanto a ella como a su hermana. Quién sabe, puede que fuera el calor, la sensación de que el tiempo se paraba. Pero el tiempo no se paraba, y como siempre había acostumbrado, estiró demasiado el tiempo para ducharse.
Se vistió rápidamente con unos vaqueros oscuros, sus converse rojas de caña baja y una camiseta baseball roja y blanca. Su pelo, castaño y algo ondulado por la humedad caía sobre sus hombros rodeando una cara algo hinchada.
Pero no había tiempo para arreglarlo, y era lo que todo el instituto, o al menos los que sabían su historia, esperaba. Así que salió de casa rápidamente y buscó su bici junto a la verja.
Si a eso se le podía llamar bici.
Era vieja y verde. Heredada de su madre. Tal vez heredada a su vez de su abuela. Pero aún corría como si volase, y eso era todo lo que Dany necesitaba. Limpió las gotas de rocío que habían quedado en el sillín y el manillar tras la húmeda mañana y se montó tan rápido como pudo. Este era el tipo de mañanas que hacían que Maddie detestase vivir en el campo. Todas las facilidades propias de la ciudad, quedaban absolutamente fuera de su alcance. Sin embargo, para Dany siempre había sido más que suficiente, por muy tarde que llegaran a clase, por mucho que tuvieran que correr con aquellas bicis. Hasta ahora. La montaña, que se alzaba tras un par de kilómetros de bosque justo detrás de su casa, tenía hoy un aura extraña, como si también estuviera triste, y los campos verdes que se extendían a un lado y otro parecían inmensos sin los gritos de Madeline para que se diera prisa. Los acantilados de la zona ya no responderían con su eco.
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Las nanas de los Caróntidas.
Fantasy“Él la alzó en brazos y le susurró algo casi inaudible. Los ojos le brillaban fieros, intensos, profundos. Parecía que nada podría interrumpir este momento; y nada lo haría, porque él había venido a llevársela, y con los hijos de la muerte no se jue...