CAPITULO III

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—Ya se los he dicho, sigan hasta el final de esa finca y ahí hallarán el lugar —les dije una vez más—. Lleven a toda su familia, váyanse ahora mismo, la luna será su fiel compañera, su manto de luz cubre la entrada, ustedes lo verán.

—Señorita Victoria, ¿cómo vamos a agradecerle? —la mujer no salía de su sorpresa—. Nos está salvando la vida.

—Con que encuentren el lugar al que pertenecen, para mí es suficiente —sonreí—. Pero recuerden, no pueden hablar sobre mi hasta que estén en ese lugar. Bien saben que están pendientes de aquellos que no cumplen las reglas de Dios, no hay que correr riesgos.

Había pasado un mes desde que Diego hizo su propuesta de matrimonio. Todos me habían mantenido ocupada con las invitaciones, el banquete, el vestido y demás, ahora faltaba una semana para que por fin fuéramos marido y mujer; y apenas en los últimos días me había dado un espacio para atender mis responsabilidades. Antes de mi cumpleaños, logré localizar a un grupo de personas que habían expresado su temor ante el Santo Oficio, pero fue hasta que una pequeña niña me habló de magia y chispas, cuando supe que tenía que ir y ayudarlos lo antes posible. Últimamente los guardias del Santo Oficio estaban más vigilantes que nunca, no podía permitir que sus vidas acabaran en aquellas celdas. Beron lo había dicho, era mi misión, mi propósito en la vida. No podía defraudarlo.

—Cómo sabremos que eso no nos matará —dijo uno de los hombres del grupo.

—Si esa fuera mi intención, créanme, ya hubiera traído al Santo Oficio para que arrasaran con todos ustedes —lo miré un tanto molesta—, pero no, les estoy ofreciendo una nueva salida, en donde hallarán una vida mejor, créanme, por favor. Yo soy igual que ustedes.

Eran un grupo grande, algunos se miraron los unos a los otros, aún con incertidumbre en el rostro. Pero no tenían de otra, en esta zona, la gente ya empezaba a murmurar sobre las cosas que veían, era cuestión de tiempo, y no podía arriesgarme a que me atraparan con ellos.

—Por favor, se los juro por mi familia, ustedes bien saben cuánto los amo, entenderán que mi palabra tiene valor —en mis manos aparecieron leves lenguas de fuego—. Fuimos elegidos por una razón, una que aún no alcanzo a entender pero aún así, significa que estamos destinados a algo más grande que tener que vivir escondidos con lo que nos fue dado. Seremos libres, alcanzaremos el paraíso.

—Yo confío en la señorita Victoria —dijo una mujer mayor cuando apagué el fuego—, lo veo en sus ojos, no puede haber maldad o mentira en aquel brillo, iremos, y confío que la veremos de nuevo.

Poco a poco, todos empezaron a asentir. Al parecer la mujer tenía peso sobre la decisión que ellos tomarían. Uno a uno, tomaron sus pocas pertenencias, y comenzaron a salir de la casa. Por mera seguridad, les indiqué que no lo hicieran al mismo tiempo, sería demasiado sospechoso. La mujer se quedó en último, parecía querer decirme algo, era ya un poco anciana, no me imaginaba cuánto tiempo había estado escondiendo su don elemental a lo ojos de todos. Esta era una de las satisfacciones que me quedaban, por fin podría vivir como debía, aunque fuera por unos pocos años.

—Me alegra saber que confían en mi —le dije—, significa mucho.

—Es usted muy buena, señorita —puso sus manos entre las mías—, estoy segura que usted es un ángel, y esto es una bendición. Cuídese mucho, le deseo toda la felicidad del mundo.

Salió de la casa, dejándome sola, entre el montón de velas que tenían encendidas en aquella casa. Fue entonces cuando me di cuenta de que la mujer había dejado algo en mis manos, era un crucifijo de madera, estaba muy bien cuidado, realmente era hermoso.

Mi fe en Dios no se había perdido pero ahora mi perspectiva era diferente. Aún así, decidí conservarlo, me serviría para algo, estaba segura.

...

La casa estaba en total oscuridad. A lo lejos podía escuchar el grito del velador, dando la hora, ya era bastante tarde, casi medianoche. Tendría mucha suerte si no encontraba a algún empleado despierto. Desde hacia un tiempo, había hallado la manera de entrar sin que los empleados que cuidaban la parte de enfrente se dieran cuenta. A veces me sorprendía que mi papá los tuviera trabajando ahí. Si algún maldito ladrón entraba a la casa, ellos no lo notarían aunque les pasara enfrente.

La parte trasera era más viable, la luna era la única luz que bañaba los grandes jardines que rodeaban la casa, desde hacía dos años, era mi única compañera.

Me detuve un momento frente a la pequeña capilla, era el único lugar iluminado en estos momentos. Entré en silencio, tenía mucho tiempo que no hablaba con Dios, pero tontamente, me daba miedo. Desde que tenía uso de razón me habían criado como una buena cristiana, me inculcaron el siempre asistir a misa, ayudar a quienes lo necesitaban, siempre en nombre de Dios, además de que tenía que limpiarme de mis pecados más seguido de lo que me gustaba. A cierta edad, no pensé que fuera necesario, pero ahora, me daba pavor confesarme. Estaba segura de que Dios me castigaría por todo lo que estaba haciendo, me condenaría por ser una abominación, y por salvar a todos los que eran iguales a mi.

—Dios, yo sé que me vas a perdonar, tus nos amas, a todos tus hijos e hijas y esto lo hago por el bien de nuestras vidas. Lo juro.

Había una vela apagada justo frente a mí, con sumo cuidado, una leve flama  apareció en mis dedos y la prendí. Esperaba que brindándole esa luz, Dios se apiadara de mi aunque fuera un poco.

...

Entré con el menor ruido posible. Si mi madre me hubiera visto vestida como una campesina, probablemente habría entrado en pánico total. Pero era lo más fácil para pasar desapercibida, ya de por sí era muy arriesgado salir a tan altas horas de la noche. Como Guadalupe me decía siempre, arriesgaba mucho.

Por fin pude respirar tranquila cuando entré a mi habitación. No había señales de que mis padres o alguien más hubieran pasado por aquí. Me quité la ropa sucia y la oculté en el fondo de mi baúl, hasta ahora, Guadalupe no la había encontrado. Ya vería como ingeniármelas para lavarla después. Terminé de ponerme el camisón y me senté para peinarme el cabello. Estaba tan cansada, ya casi podía escuchar los regaños de mi madre por las ojeras que tendría después.

—Me alegra saber que aún con tantos planes, no te has olvidado de los tuyos.

Mi piel se erizó al oír aquella voz. Tenia tanto que no se aparecía ante mi, que llegué a creer que se había olvidado de que existía.

—Jamás lo haría, te prometí cuidarlos y ayudarlos, una boda no impedirá que lo haga.

Beron se acercó un poco más y sonrió. Me lo imaginaba como un abuelo, uno que nunca llegué a conocer. Puso su mano en mi hombro y de pronto, sentí el alivio y el descanso que tanto necesitaba.

—Caudentry crecerá gracias a ti, hija del fuego, ten por seguro que muchos te van a venerar.

¿Caudentry? Qué rayos era eso.

—Hablaremos de eso después. Has hecho bien Victoria —Beron me sonrió—, te deseo la mejor de la suerte en tu boda, espero que ese hombre sea digno de ti.

Su tono no me agradó, quizá si estaba feliz por mi, pero al igual que muchos más, dudaba que Diego fuera suficiente para mí.

—Yo creo que sí.

—Solo recuerda que los corazones son frágiles, ningún lazo de vida o de magia lograría curar uno roto.

Antes de que pudiera responder algo, se desvaneció tan rápido como había llegado.


"La Guardiana del Fuego" ⚠️ Disponible Hasta El 31 De Diciembre⚠️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora