Sabía que ya no era normal. Mis manos aún estaban calientes, se sentían tan extrañas que me hacían pensar en miles de cosas y ninguna de ellas eran agradables en lo absoluto. Llevaba mucho tiempo pensando en ello, ni siquiera me atrevía a decirle una sola palabra a mi madre, ella más que nadie, podía ser capaz de llevarme ante el Santo Oficio para que me encerraran en alguno de esos lugares tan horribles de los cuales la gente evitaba hablar. Mi locura podía ser una condena mortal y esa no era la peor parte.
Me miré fijamente en el espejo del tocador. Papá decía que yo ya no era una niña, quizás ese era mi mayor problema. Tal vez todas esas voces en mi cabeza me estaban dando una señal para dejar todas las cosas absurdas e infantiles de lado para así poder convertirme en una mujer de una vez por todas. Toqué mi rostro lentamente, mis mejillas ya no lucían tan regordetas, de hecho, muchos de mis rasgos se estaban volviendo finos y afilados; mi cabello pelirrojo, cada vez más largo y más rizado, encajaba a la perfección con el verde de mis ojos. La hija del General Almeda se la había pasado diciendo la noche anterior cuánto deseaba tenerlo igual que yo.
La noche anterior. Dios, todo fue maravilloso, pues mis padres se esmeraron en que la fiesta fuera perfecta. Todos aquellos pertenecientes a la alta sociedad de la región estuvieron presentes, desde altos dirigentes militares hasta los señores más ricos, todos llevando los más lujosos regalos para la bella hija de Pedro Marenco Peñarte.
Me la pasé toda la noche saludando invitados, aceptando halagos y recibiendo regalos de todo tipo. Las hijas de los amigos de mis padres, elogiaron mi atuendo, preguntando a su vez en dónde había conseguido tan hermoso vestido pero eso fue hasta un misterio para mí, pues mi padre no quiso decirme dónde lo había pedido. Fue el primer regalo que recibí por mi cumpleaños número diecisiete.
En ocasiones, me consideraba muy afortunada, siendo hija única, viviendo llena de lujos y comodidades, siendo la luz de mi padre. A veces, lo oía lamentarse por no haber tenido un varón y culpaba a mi madre por no haber podido darle más hijos. Mi abuela solía decirles que no tenían de qué preocuparse pues yo había heredado el carácter, fuerza y determinación de mi padre. Y aparentemente para él, era suficiente; me dejaba saber cosas sobre el negocio y cuando tenía suerte, me dejaba opinar un poco. Desde muy pequeña me aseguró que ni siquiera estando en santo matrimonio, debía permitir que me hicieran a un lado pues todo aquel que tuviera mi dote, se llevaría un gran tesoro.
Y hablando de tesoros, observé mi muñeca fijamente, ahí descansaba todavía el brazalete que Diego Bustamante me había obsequiado la noche anterior. Era una joya divina y muchos en la fiesta quedaron sorprendidos al darse cuenta del leve cortejo que el hijo de los Bustamante Aguilar me dedicaba. Era seis años mayor que yo, bastante apuesto, educado y encantador, y por supuesto "heredero" de una muy buena fortuna, algo que a mi padre le había interesado mucho. Pero a mi me tenía sin cuidado, mejores pretendientes habían llegado ante mi tiempo atrás, pero Diego, logró encantarme. Bailamos casi toda la noche para disgusto de los demás caballeros y todas las señoritas que esperaban poner a prueba sus dotes en la danza. Y cuando no bailamos, se nos unió mi mejor, amiga Pilar Marqués, y Diego estuvo encantado en contarnos sobre sus recientes viajes y su breve estadía en España. Me fascinaba la emoción que sus palabras guardaban al hablar de todo aquello.
Mientras él bailó con una de las sobrinas de mi madre, Pilar me informó un poco sobre lo que ella había oído. Los Bustamante ya no vivían en España pues vieron algo aquí, algo que los volvería más prósperos. Por supuesto yo ya sabía de qué se trataba, pero Pilar parecía tan entusiasmada al contarme eso que no quise cortarle el hilo. Ya de por sí era un milagro que ella estuviera aquí, la quería tanto, pero sabía que sus días estaban contados. Tenía una enfermedad muy rara, algo que no entendía mucho, pero una terrible tos la acompañaba todo el tiempo, e incluso había presenciado episodios en donde sus pañuelos se manchaban de sangre. Odiaba la idea de que su bonito cabello rubio y sus ojos casi violetas, se vieran empañados por su pálida y desmejorada tez. Mi padre me repetía que lo mejor para mí, era conservar el viejo recuerdo, aquel en donde Pilar y yo corríamos sin parar por el jardín.
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"La Guardiana del Fuego" ⚠️ Disponible Hasta El 31 De Diciembre⚠️
FantasyVictoria María Marenco gozaba de una prodigiosa posición y de un futuro prometedor. Hija de una de las familias más ricas de un pequeño pueblo en la Nueva España, su única preocupación era encontrar a alguien de su clase que pudiera añadir más a su...