CAPITULO VIII

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Desde muy pequeña, odiaba cualquier lugar que luciera abandonado y en esos momentos, el hogar donde crecí, tenía ese aspecto, las sábanas blancas cubrían los muebles y pequeñas obras de arte que mi familia acumuló con el tiempo. Todo estaba siendo perfectamente ordenado para la partida de mi madre. Había pasado un mes desde la muerte de mi padre y las cosas se fueron para abajo, claro, no respecto al dinero, sino a la relación que mi madre y yo teníamos. Su duelo la había llevado al encierro total las primeras dos semanas, no quiso verme a mí, ni a nadie más luego del entierro. Guadalupe estaba muy preocupada por ella al igual que los demás empleados, temían que cayera en cama enferma, dispuesta a seguir a mi padre en el más allá.

Aunque quizá no era mala idea. Incluso yo llegué a considerarlo hasta que Diego me dijo que estaba loca y que debía de poner en orden mi cabeza. Sí, todo lo que pasaba era una tragedia, pero él y yo estábamos a punto de formar una familia, mi bebé era lo más importante y Diego aseguró mil veces que mi padre no querría verme así.

Y hablando de su muerte, el único placer que mi padre se había llevado a la tumba fue dejar a los Bustamante en la ruina. No tuvo tiempo de cambiar las cosas y Malaquias, el administrador de la familia, empezó a efectuar las órdenes que mi padre había dejado por escrito en el testamento, uno que hizo con bastante cautela, y el cual me dejó muy sorprendida. Ahora la casa de la ciudad y la hacienda de la familia de Diego, eran mías, destinadas a pasar a nuestros futuros hijos. Carmen estaba volviéndose loca, rogándole a Malaquias que cambiara todo, pero no había marcha atrás, todo tenía que seguirse al pie de la letra. Lo único que logramos amortiguar, fue que el escándalo saliera a flote.

—Sabes que no los sacaremos de su casa Diego —mi madre sonrió—, no sé mucho sobre los negocios pero no soy como Pedro, aprecio a tus padres.

Sobre todo a Agustín.

—Pero les recomiendo que vean la manera de arreglar la deuda —su tono se volvió un poco más serio—, si bien Victoria ni yo les quitaremos su hogar, no dejaremos que eso quede así. Tus padres deben condonar al menos una parte.

Si es que tenían suerte. Diego no sabía todo lo que se debía, y Malaquias tenía instrucciones específicas de no decirle nada, pues ni quitándoles la casa y la hacienda, podían cubrir la deuda que adquirieron tantos años atrás.

—Siempre ha sido muy generosa —Diego besó su mano—, le aseguro que haré todo lo que esté mis manos para arreglar la situación en la que mis padres se estancaron.

Noté como el cuerpo de Diego se relajaba por completo al oír las palabras de mi madre. Ella podía rezarle una letanía al respecto pero no solucionaría nada. Se estaba largando de la ciudad, huyendo a España, dejándome a mí, sola con todo este problema. Carmen ya de por si me tenía en la mira por todo lo que mi padre había hecho, de alguna manera, pensaría en deshacerse de mí para tener de todo de vuelta. Algo muy dentro de mi me lo decía.

—Ahora si me disculpa —me miró un tanto nervioso—, iré a ver que su carruaje esté listo junto con todo lo demás, con permiso.

Me dio un rápido beso en la frente y salió de la habitación de mi madre. Debido al cansancio que ambas sufrimos, Diego se ofreció a arreglar todo. Lo odié tanto por seguirle el juego a mi madre, ni uno de los dos se tomó la molestia de preguntarme qué opinaba.

—Ya no estés molesta —mi madre tomó mi mano—, sabes que esto será bueno para las dos.

¿Cómo diablos podía ser algo bueno para las dos? Ella era la que respiraría un nuevo aire, la que se libraría de toda esta presión, no yo.

—Sí claro, primero padre y ahora tú —respondí molesta—, al menos sé que él no decidió dejarme.

Mi madre me miró como si tuviera a una extraña frente a ella. Por mucho tiempo, mi relación con ella fue un poco más débil, mi padre era el que siempre me tenía a su lado, el que me demostraba más cariño y afecto. Esta decisión solo estaba terminando de romper el inexistente lazo entre nosotras.

—Sé que no decidió dejarnos Victoria —dijo casi como un regaño—, la familia era muy importante para él,  solo Dios sabrá por qué hizo las cosas de ese modo.

—No metas a Dios en esto —me levanté furiosa—, es algo un poco hipócrita de tu parte, madre.

Estaba siendo muy dura con ella pero me sentía molesta, me sentía abandonada y traicionada.

—Lo necesito Victoria, por favor entiende eso.

—Me harás mucha falta, estaré muy sola —mi voz finalmente se quebró—, no me queda nadie más y lo sabes muy bien.

—Regresaré para conocer a mi nietecito —mamá sonrió—, y además, Guadalupe te hará compañía y tienes a Pilar.

Mi ángel rubio. Había estado tan enferma que su madre ni siquiera me permitía visitarla, todos estaban resignados a que el Señor la llamaría a su lado muy pronto. Solo era cuestión de tiempo.

—Pero madre...

—Te amo Victoria —me dio un último abrazo interrumpiendo lo que quería decirle—, te mantendré en mis oraciones cada día y cada noche. Te veré pronto.

Sin esperar una respuesta más mía, salió de la habitación. Entendía el dolor de mi madre, la pérdida de su marido la tenía desolada pero me estaba dejando peor al irse. Muy pronto me enfrentaría a todo sin ningún apoyo.

Beron tenía razón, las pruebas eran cada vez más difíciles de soportar y me daba miedo terminar destrozada al final.


"La Guardiana del Fuego" ⚠️ Disponible Hasta El 31 De Diciembre⚠️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora