El funeral de Pilar fue incluso más doloroso que el de mi padre. Había tanta gente que seguía sin creer que la hija menor de María y Ramón Marqués hubiera abandonado este mundo. Sus hermanos fueron los encargados de llevar el féretro en sus hombros hasta el cementerio. La amaban con toda su alma y no estaban dispuestos a dejar que nadie más se encargara de ello.
Por primera vez en días, caminé junto a Diego, su mano entrelazada con la mía, dándome ligeros apretones para asegurarse de que yo sabía que estaría a mi lado en este difícil momento. No pude apartarlo, pues aún en nuestra situación, me daba gusto tenerlo a mi lado.
El padre dio un rápido sermón y un rezo, pidiéndonos a todos mantener a Pilar en nuestras oraciones y pedir por su descanso eterno. María se quebró por completo cuando la tierra comenzó a caer sobre el ataúd, pedía a gritos que su hija regresara, le rogó a Dios que la llevara a ella también. Carmen, a quien no había visto por mucho tiempo, fue a su lado y la ayudó a mantenerse por un momento pero no era suficiente. Al final, Rodrigo, su favorito luego de Pilar, estuvo a lado de su madre hasta que todo acabó. Tenia unas ganas inmensas de ir a su lado y consolarlo en esos momentos pero no podíamos, no ahora. Tuve que apartar mis ojos de él pues sentí que alguien más se fijaba en esos pequeños detalles. La madre de Diego no me había quitado los ojos de encima, no habíamos hablado ni siquiera cuando supieron que perdí al bebé, pero ahora, se hallaba frente a mi, y estaba tratando de descubrir lo que pasaba entre Rodrigo y yo.
Diego y yo fuimos a despedirnos, alegué estar cansada, aunque en parte era verdad, pero tenía que hablar con Rodrigo, si bien me sentía mal por la muerte de Pilar, aún tenía que explicarle lo que pasaría con ella, y lo que pasaría con nosotros de ahora en adelante.
—María, no puedo decirte que lo siento —le di un fuerte abrazo—, tú bien sabes que yo amaba a Pilar con toda mi alma, pero mi dolor no se compara al tuyo.
—Mi Victoria, Pilar también te quería muchísimo y al menos me da gusto saber que pasó sus últimos días contigo, jamás terminaré de agradecerte eso.
Me despedí de los demás hermanos de Pilar y de sus respectivas esposas. Rodrigo se quedó a lado de la tumba de su hermana. Tuve que esperar hasta que Diego fuera conmigo para poder decirle algo más.
—Cuentas conmigo para lo que sea —Diego sonaba bastante sincero—, tú sabes que estimaba a Pilar.
Lastima que no pudiéramos decir lo mismo respecto a ella.
—Gracias Diego, gracias a los dos por estar con nosotros en estos momentos. Si me disculpan debo ir con mi madre.
Tomó mi mano entre la suya y depositó un suave beso en ella. Con cuidado, pude sentir algo más, era un pequeño papel doblado. De la manera más discreta lo escondí entre el encaje de mis guantes y para mi buena suerte, Diego pareció no darse cuenta de nada.
—Es hora de ir a casa.
—Sí —le di un último vistazo a la tumba de Pilar—. Vamos.
Nos veríamos de nuevo. Algún día.
...
Diego decidió darme un poco de espacio y vaya que lo necesitaba. Su madre había decidido venir a nuestra casa luego del entierro, fue una tortura tener que compartir el carruaje con ella y estar escuchando todas las palabras que salían de su boca. Ya no recordaba lo poco que la toleraba. Al llegar a la casa, me disculpé y subí a nuestra habitación pero pude darme cuenta de que Carmen me observó hasta que desaparecí por las escaleras. Algo estaba tramando y sin duda no era algo bueno para mi.
Tenia que cambiarme de ropa, odiaba vestir de luto, me daba una sensación de temor inexplicable. De una u otra manera siempre le había temido a la muerte. Fui hacia el tocador y me quité las molestas horquillas del cabello. Cuando por fin me sentí más relajada, saqué la nota de Rodrigo, apenas y era un pedazo de papel, al parecer lo había escrito muy deprisa pero sus palabras eran claras y directas.
Te veré a la medianoche en la vieja finca. Es momento de empezar de nuevo. Solo tú y yo.
Al parecer estaba decidido, ya no tendríamos que esperar más noches para irnos. Quizá Caudentry nos daría todo aquello que ambos deseábamos. Tenia que preparar algunas cosas pero antes de eso, debía desaparecer esa nota; sin ningún cuidado, leves flamas aparecieron en mis dedos y redujeron aquel papel hasta volverlo cenizas.
—Lo sabia —la voz de Carmen sonó desde la puerta.
No tenía idea de cuánto tiempo llevaba ahí parada observando lo que yo hacía. Cómo pude ser tan estúpida. Dejar la puerta abierta era una costumbre para mi, teniendo en cuenta que siempre estaba sola, me había olvidado de la presencia de esta bruja.
—Siempre supe que había algo en ti, ¡algo malvado!
—No se te ocurra acercarte más —le advertí—, no tienes idea de lo que puedo hacerte.
—Ahora veo porque mi hijo se fijó en ti, hiciste brujería en él.
Cerró la puerta de golpe y se acercó a mi a pesar de mi advertencia. Parecía desquiciada, sus ojos estaban llenos de odio y de maldad.
—Eso nunca fue necesario, ustedes lo metieron en mi vida con tal de no perder su patética fortuna.
Eso pareció ser la gota que derramó el vaso. Sin previo aviso, se lanzó hacia mi, me aparté justo para evitar que el atizador que traía en la mano cayera en mi cara.
—Muy pronto vas a pagar por lo que hizo tu padre, ¡no dejaría que eso quedara atrás!
El hierro cayó sobre una de mis piernas. Un inmenso dolor apareció, dándole a Carmen el momento justo para tomarme del cabello y lanzarme al piso.
—Muy bien sabía que detrás de toda esa belleza, había algo podrido, esa apariencia no podía ser cosa más que del diablo.
—Estás loca, nadie va a creerte —dije con esfuerzo.
—Ya veremos. Tú y Rodrigo no se saldrán con la suya.
Sus manos bajaron a su cuello, jamás creí que una mujer de su edad pudiera tener semejante fuerza. Mi vista estaba comenzando a nublarse. Por mero instinto, puse mis manos en su cara, tenía que apartarla antes de que me matara. Un grito desgarrador salió de su boca, se apartó de mi al mismo tiempo que la puerta se abría, Diego entró a la habitación y miró la escena consternado. No podía creer que hubiera lastimado a Carmen con mis propias manos, esa jamás fue mi intención. La había quemado.
—Llevensela.
Corrió a auxiliar a su madre mientras dos hombres vestidos con el uniforme de la guardia me levantaban del suelo y me sacaban de ahí. Grité con todas mis fuerzas, eso no podía estarme pasando, no a mi. Los guardias me llevaron a rastras hasta el carruaje. En pocos minutos estaría frente al Inquisidor y ante todo aquel que defendía las leyes de Dios.
Este era mi fin.
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"La Guardiana del Fuego" ⚠️ Disponible Hasta El 31 De Diciembre⚠️
FantasyVictoria María Marenco gozaba de una prodigiosa posición y de un futuro prometedor. Hija de una de las familias más ricas de un pequeño pueblo en la Nueva España, su única preocupación era encontrar a alguien de su clase que pudiera añadir más a su...