(9-9-2017)

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Hacer como si algo no existiera no lo hace desaparecer

-Es que no lo entiendo, no me entiendo, estoy triste y ni siquiera logro comprender porque, ¿y si no estoy triste?, tampoco entiendo cuales son los requisitos para estarlo o si yo los cumplo.

Observo como una amable sonrisa se dibuja en su rostro. Continuo, hablando demasiado rápido, soltándolo todo en cascada, de modo que Lucía apenas me entiende.

-¿Crees que estoy realmente deprimida?, ¿Le pasa esto a más gente?, ¿Tendrá un nombre específico?, ¿será una enfermedad mental? ¡Madre mía! Tengo demasiadas inquietudes y a nadie para contárselas.

-¡Oye! siempre me tendrás a mi, ya lo sabes- Me gusta cuando Lucía, en lugar de mandarme a la mierda, como haría cualquiera , pero Lucía no es cualquiera, me escucha.

Lucía es esa clase de persona que siempre trata de mejorar la vida de los demás, es una de mis mejores amigas; he de aclarar que tengo dos grupos de amigas, las de Madrid, que se dividen a su vez en dos grupos: las que hablan (Lucía Y Rebeca) y las que no, y las del pueblo, o como nos hacemos llamar: JDF

-Lo sé, pero mi madre se ha empeñado en llevarme a un psicólogo, y yo a esa mujer o intento de tal no pienso contarle mi vida, la sala es triste y me hace sentir como una locacomo sino séme hace sentir aún más tonta.

-Y se parece a una tortuga-También me gusta hablar con Lucía porque me conoce tanto que sabe cuando es el momento acertado para cambiar de tema. Me saca una sonrisa.

-Exactamente, es que encima es eso, no puedo mantener una conversación normal cuando no paro de imaginármela dada la vuelta sobre su caparazón.

Mi madre había seguido el consejo de uno de mis profesores de tercero, el cual insistió.

El motivo no me quedó muy claro, entendí algo sobre que metí plastilina en la cerradura de clase, pero de eso no me acuerdo.

Recuerdo toda mi infancia como una de esas peliculas de autor, además de en blanco y negro, toda la trama, incluso los momentos tormentosos se tratan con una asombrosa normalidad, mi memoria funciona así hasta segundo de la eso.

Fui un mes y después lo deje.

Tuvieron que pasar más de seis años para que volviese y las consultas se hicieran regulares.

Comenzaron de nuevo con los sueños, empapados en sudor y lágrimas.

Miro la imagen que me devuelve el espejo, estaba claro que las cosas algún día acabarían así, aquellos oscuros sueños que me hacían volver a pensar en aquello, en el puente que quedaba cruzando el pinar de al lado de casa.

-Las cosas van mal-repito-Solo consigo decepcionar a todo el mundo, y lo más importante, a mi misma.

-Sería rápido- vuelvo a poner la sonrisa irónica que mamá tanto odia.

Mi madre, otro tema aparte, otro de mis tabús.

¿Cuándo empecé a verla como una enemiga?, sin duda era una de las razones por las que quería comprobar lo que sentiría si saltaba desde aquel puente, volar por unos segundos

Aquel lanzamiento vertical que la profesora de física y química había intentado enseñarme, sin resultados.

-La luz blanca- comprobar si realmente existía dicha luz.

Ver pasar toda mi vida antes de llegar al suelo.

Me pregunto que recuerdos se reproducirían.

Las clases de ballet que acabé dejando, Las clases de violín que también dejé, había renunciado a tantas y a tantas cosa, hasta a ser feliz.

Alguna vez había llegado a intentarlo, tan solo un par de veces, pero nada serio, solo subía y miraba los coches pasarme bajo los pies, Exactamente como estaba haciendo ahora.

No sabía como había llegado hasta allí.

Me siento y meto mis pies entre los barrotes,dejando que las piernas cuelguen en el vacío, rodeo los barrotes metálicos con los dedos y aprieto, hasta que me hago daño, a sabiendas de que dejará una marca roja.

Comienzo a recordar uno de mis sueños:

Los muertos subían las escaleras de la ciudad, estaban llamándome, decían mi nombre, invitándome a irme con ellos, a escuchar sus historias; eran miles de cuerpos, descompuestos, olvidados con el paso del tiempo, y entonces despierto, cuando llegaban a la cima de las escaleras, justo donde estaba, tengo miedo, miedo de morir y terminar como ellos, de no volver a poder jugar al balonmano, aunque a veces realmente lo hiciera mal, de no volver a hacer reír a la que antes era mi mejor amiga, de no poder arreglar nunca las diferencias con mamá.

No me gustan las sensaciones que me inspiran

Durante todo el verano intenté decírselo a mis padres, comprender que pasaba, hacer algo, cualquier cosa.

El verano del 2017 lo jodió todo.

Incluida mi primera relación, pero eso es historia aparte.

Yo no recordaba nada sobre las veces anteriores que había asistido a consulta, nada salvo que mi doctora siempre llevaba falda y una sonrisa fría en el rostro, no como la señora-tortuga:

Su mirada no mostraba signos de flaqueza y no me miraba con lastima, más bien con intriga y nunca me preguntaba nada, simplemente me dejaba hablar y de vez en cuando me interrumpía para citar alguna frase celebre que nunca entendía, hasta que empecé a hacerlo.

Vinieron los diálogos y las consultas cada vez se iban convirtiendo en algo más ameno, menos incomodo.

Lucía me rodea los hombros con el brazo, de manera reconfortante y continuamos caminando, esta vez, en silencio.

Borrosa realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora