Capítulo 23.

58 5 1
                                    

-Espero que tengáis todos vuestros trabajos terminados.-dice el señor Andrews.-Mañana empiezan las exposiciones, y los primeros en hacerla serán...-hace una pausa para mirar el folio que tiene sobre la mesa. Tras unos segundos, continúa:-Tyler Monroe y Stephan Bruce.-El timbre suena cuando termina de hablar y todo el mundo empieza a recoger.-Nos vemos mañana.-añade finalmente a modo de despedida.

-¿Cuándo vas a mandarme el trabajo?-pregunta Asier en un tono calmado mientras recogemos nuestras cosas.

-Ah, sí.-recuerdo.-No te lo he podido mandar porque no me diste tu e-mail.-le respondo.-Apúntamelo aquí.-añado cogiendo mi móvil del bolsillo y seleccionando la opción de notas. Se lo entrego para que ponga su dirección de correo y tras unos segundos escribiendo, me lo devuelve. 

-¿Te apetece quedar esta tarde?-me pregunta mientras termino de recoger mis cosas y vuelvo a guardar el teléfono en el bolsillo.-Deberíamos revisar el trabajo juntos para asegurarnos de que nos sale bien.-añade con una sonrisa. Por su expresión, está claro que revisar el trabajo es lo último que quiere hacer si quedamos.

-Es una oferta muy tentadora, pero no puedo.-respondo. Su expresión cambia y puedo ver la decepción en sus ojos.-He quedado con Elliot para salir a correr.-añado con una punzada en el pecho por no poder decirle que sí. Ahora mismo no hay nada que tenga más ganas de hacer que estar con él...

Me mira sorprendido mientras salimos por la puerta del aula.

-No sabía que hacías deporte.-contesta. Yo no puedo evitar reírme.

-Solo corro con él porque me prometió que si lo hacía me regalaría dos libros.-digo recordando nuestra apuesta de hace un par de meses.

Asier me mira sin entender.

-¿Me estas diciendo que sales a correr solo por unos libros?

-¿Tienes algún problema con los libros?-pregunto con una ceja levantada. Comenzamos a bajar por las escaleras y él niega con la cabeza.

-Eres rara, ¿lo sabías?

Yo sonrío.

-Lo dices como si fuera algo malo.

Se encoge de hombros.

-¿Y quién es ese tal Elliot?-pregunta cambiando de tema-¿El chaval ese que va mucho contigo y que me odia?-añade mientras cruzamos el patio para llegar al otro edificio.

-No te odia.-respondo sonriendo. Seguimos caminando hasta llegar a la salida del instituto.-Simplemente piensa que vas a traerme problemas.-añado.-Pero eso también lo pienso yo, así que no pasa nada.

De repente se queda en silencio y su expresión cambia por completo. Mi respuesta parece haberle afectado y no tardo en arrepentirme de mis palabras.

-Asier, era una broma. Lo sabes, ¿verdad?-digo intentando arreglar la situación. Me paro y lo miro a los ojos.

Su expresión es seria y da la sensación de que está arrepentido.

-Leila, darte problemas es lo último que quiero.-dice con cierta tristeza.

Algo dentro de mí se remueve al escucharle decirle eso. Parece realmente preocupado, como si él mismo pensara que va a traerme problemas. 

Quizá lo piensa.

-Lo sé.-respondo.-Era una broma, Asier. No pienso que vayas a traerme problemas.-aunque no sé si estoy siendo del todo sincera. Está claro que somos muy distintos y que su mundo no tiene nada que ver con el mío, y no sé cuánto aguantaremos sin que nada de eso nos afecte.

-Está bien.-se limita a decir.-Nos vemos mañana entonces.-añade completamente serio. Espero que se dé la vuelta y se vaya sin más pero, para mi sorpresa, me abraza. 

Una extraña sensación me recorre el cuerpo al sentirle tan cerca de mí de esta forma. Cómo me rodea con sus brazos y entierra su cara en mi cuello me deja paralizada. Siento como si estuviera dolido, como si hubiera algo que no me está contando.

-¿Estás bien?-pregunto cuando se separa de mí. Él se limita a asentir.

-Te veo mañana.-se despide, y yo sonrío y asiento a modo de respuesta.

Asier se va y yo me dirijo a la parada del bus. Encuentro en ella a una chica de clase que me sonríe como saludo, y yo la imito. Cinco minutos después el autobús llega y me siento al final. Desde allí y durante los quince minutos que dura el trayecto, me quedo observando a las personas que pasan por la calle. Las miro e intento imaginar sus vidas. La chica que está cruzando ese paso de cebra, ¿irá al instituto? ¿Tendrá una vida feliz? ¿Se habrá enamorado? ¿le habrán roto el corazón alguna vez? ¿Se habrá sentido en algún momento como me siento yo ahora mismo? ¿con esas mariposas en el estómago y sabiendo que echas de menos a una persona de la que no hace ni diez minutos que te has despedido?

Me hago muchas preguntas, pero no tengo a nadie que me las responda.


Mientras llego desde la parada del autobús hasta mi casa cojo el móvil y me voy a la sección de notas para ver cuál es el e-mail de Asier y poder mandarle el trabajo en cuanto llegue. Pero cuando lo hago, veo un número de teléfono debajo del correo. Sonrío sin poder evitarlo y guardo el contacto. Unos segundos más tarde le escribo un mensaje.

-Hola, he encontrado este número de teléfono en las notas de mi móvil. ¿Te conozco?

No tarda ni un minuto en responder.

-No lo sé, pero podemos conocernos si quieres. -responde añadiendo un emoticono al final. Yo sonrío y escribo otro mensaje.

-Cuando quieras.

Guardo mi teléfono en el bolsillo de nuevo y saco las llaves de casa. Cuando abro la puerta me da la sensación de que algo no va bien. Todo está en su sitio y Elliot sigue trabajando, por lo que no hay nada que me haga pensar que está pasando algo. Pero aún así lo siento. 

Unos segundos después, estoy entrando en el salón cuando alguien sale de la cocina. Lleva una cerveza en una mano y una bolsa de patatas en la otra. Me mira sonriendo, como si se alegrara mucho de verme. Pero yo no puedo decir lo mismo.

-¡Cariño!-exclama acercándose a mí y abrazándome. Yo me quedo paralizada en el sitio y soy incapaz de mover ni un músculo.

No puede ser. No puede estar aquí. No quiero que esté aquí.

-¿Qué haces aquí?-pregunto casi sin pestañear.

-¿Por qué me miras como si hubieras visto un fantasma?-se dirige al sofá y se sienta en él, encendiendo la tele y poniéndose cómoda.-¿No puede una madre ir a ver a sus hijos?-añade. Pero sé que estaba mintiendo.  Cada vez que ella vuelve, hay problemas. Siempre decía que venía a visitarnos, a pasar unos días, y luego nos acabábamos enterando de que la habían echado del trabajo, de que tenía una deuda muy grande que no podía pagar o de que la policía la estaba buscando. Siempre había algo, y tenía por seguro que esta ocasión no iba a ser diferente. Me daba igual que fuera mi madre: había veces que llevar la misma sangre que otra persona no la convertía, ni de lejos, en tu familia.



La distancia entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora