Dita tenía hábitos extraños, algunos más que otros pero sus compañeros ya se habían acostumbrado a ello y lo pasaban desapercibido a excepción de un pelirrojo que veía estas acciones con desprecio, Camus alegaba que las manías de Dita eran solo caprichos, sobre todo porque a menudo él salía involucrado.
Alguna de estas veces en que Dita hacía de las suyas, involucro a Camus de manera intencional, pues puso en la puerta de la casa del pelirrojo un balde de agua caliente pues sabía que le disgustaba el calor porque en más de una acción lo había mencionado abiertamente; en el momento en que Camus entró a su casa, el líquido empapo su cuerpo.
̶ ¡Te arrepentirás Dita!- gritó enfurecido Camus, en primera odiaba con toda su alma las cosas demasiado calientes, no por nada le decían el mago del hielo y del agua, en segunda su ropa se había empapado y ahora tendría que perder tiempo valioso y tercera, su libro favorito, que traía en la mano, también recibió una buena porción de agua.
Dita veía desde su propia casa aquella escena y soltó una sonora carcajada que llego hasta los oídos del pelirrojo haciéndolo enojar aún más, cuando terminó de burlarse de la suerte del pobre Camus, regresó a su casa dispuesto a planear algo más para jugar con ese pelirrojo devora libros o con alguien más de sus compañeros de armas, cuando hubo terminado salió a la casa de Ángelo, donde seguramente él y Shura le esperaban para organizar algo más divertido para la próxima.
- Dita, te has excedido con Camus esta vez. – dijo Ángelo aguantando la risa.
El mencionado solo se limitó a sonreír de manera burlona, a lo que los otros dos dieron rienda suelta a sus ganas de reír, había sido una broma pesada pero la diversión estuvo ahí.
-Sabes que se vengará, ¿no? Y no solo de ti Dita, sino también de nosotros, es muy listo.- Shura siempre estuvo en contra de esas bromas, no le gustaba en absoluto que se burlaran de los demás, aunque con el tiempo comenzó a aceptarlas y a tratar de comprender a sus dos amigos.
-sí, lo sé, pero fue divertido, admítelo.- Dita sonrió de la manera más infantil que pudo, ambos le devolvieron la sonrisa.
- Vamos, ¿qué puede hacernos Camus?- esta vez las palabras salieron de la boca de Ángelo.
Los tres estaban pensando en esa pregunta, ¿Qué podría hacerles un inocente pelirrojo a ellos tres?, a ellos que se habían proclamado los reyes de las bromas, pobres e inocentes palomitas, no sabían lo que les esperaba, o quizá sí y solo podían esperar el contra ataque del mago del hielo.
-¿acaso te has vuelto loco Ángelo?, tienes idea de cuantos libros que incluyen torturas ha leído ese hombre, me matará, bueno no solo a mí, sino también a ustedes dos.- Dita empalideció de solo imaginar una sección de la casa de Camus repleta de libros y objetos de tortura.
-somos cómplices, amigos y hermanos ¿no es así?, lo prometimos, si uno se va, los demás lo seguirán.- Shura recordó la promesa que hicieron cuando aún eran unos niños.
Dita y Ángelo sonrieron, Shura extendió su puño y sonrío.
-¿juntos?-pregunto Dita
-En la tierra, en el mar y en el inframundo. – respondieron al unísono.
Los días pasaron tranquilos, no había noticias de la venganza de Camus y esto, de cierta manera alegro al trio problema.
Una de esas mañanas cada uno tenía una misión diferente y en diferentes lugares, así que cada cual tomo su rumbo, Shura partió a las lejanas tierras españolas, Ángelo a Italia y Dita a Siberia, ahí, cada uno encontró algo que les dejo, literalmente, helados.
Camus había planeado muy bien su venganza, partió al mismo tiempo que ellos, primero España, ahí encontró a Shura y como si fuera inesperado hizo que tropezara y callera a un lago, justo en su trampa, una vez dentro, lo encerró en un ataúd de hielo, lo mismo hizo con Ángelo, pero cuando llegó a Siberia la cosa se puso más interesante.
Ahí estaba Dita, tratando de llegar a la sima de una montaña helada, estaba con los dedos casi congelados y su rostro sonrojado a causa del aire gélido.
-Dita.- lo llamo el pelirrojo, el mencionado volteo topándose con esa mirada fría y ese semblante serio que a más de uno causaría terror, a él solo pudo ponerle los pelos de punta, tragó saliva, definitivamente este era su fin.
— Camus — su nombre salió como un susurro. — ¿Qué haces aquí?
— Sólo vine por un pequeño trofeo — dijo el pelirrojo, se acercó amenazante hasta donde se encontraba Dita.
Empalideció, en ese momento ni Zeus podría salvarle, intento mantenerse firme pero el miedo lo invadió recordando a qué clase de persona tenía enfrente, el mago del hielo y el agua, el serio devora libros, el calmado y analítico pelirrojo; intento una y mil veces pedirle disculpas, pero todos sus intentos fallaron.
— Dita, Dita, Dita, tu rostro no tiene comparación, ciertamente eres bello, ¿Sabes? He decidido preservar tu incomparable belleza. — Camus sonrió, cosa que no pasaba a menudo y cuando pasaba algo malo sucedería, así fue, el pelirrojo encerró a Dita en un ataúd de hielo, lo tomo bajo el brazo y se marchó de Siberia, cuando hubo llegado, puso a Dita junto a los, ahora, pilares que contenían a sus amigos.
En un principio considero ingresar a sus compañeros al mercado negro, seguro le darían una buena suma de dinero por ellos, luego pensó que eso sería extremista y que no valía la pena, además, ¿Qué sería del santuario sin esos tres?
—Sólo una dulce venganza por arruinar mi libro favorito.
Dan R