Capítulo 9

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Damián

Tres golpes en la puerta de mi habitación logran hacer que me despierte.

—Baja a desayunar cariño —la dulce voz de mi madre se escucha tras la puerta.

Perezosamente me deshago de las sábanas para ir a darme una ducha rápida, ya dentro del baño me quito la playera que uso para dormir,dejando a la vista algunos tatuajes que tengo en mi cuerpo.

En mi brazo izquierdo cubriendo la mayor parte de mi tríceps se encontraba tatuado el árbol de la vida; cerca de mi muñeca de costado estaba un tatuaje que decía "CONT;NUE" y el último tatuaje que tenía era a la altura de mi clavícula que decía con letras cursivas "Carpe Diem". Los tatuajes me los había hecho en cuanto cumplí los dieciocho y cada uno significaba algo profundo para mí.

Termino la ducha y me visto rápido para bajar al comedor donde mi hermana está comiendo un plato de cereal, mi padre esta leyendo el periódico como cada mañana y mi madre está cortando fruta en la cocina.

—Buenos días —saludo centrándome al lado de mi hermana, con mi mano revuelvo su cabello rojizo como el de mamá; ella me lanza una mirada molesta y yo sonrió al ver su enojo.

—¿Me vas a llevar a la escuela? —Emma pone cara tierna para poder convencerme.

—Sabes que si mocosa —mi madre pone un plato de fruta frente a mí y lo comienzo a comer.

—¿Pasarás a ayudar en el centro hoy? —mi madre tiene un centro de ayuda para mujeres que han sufrido maltrato físico o psicológico y cada día después de la escuela yo paso a ayudar en lo que sea necesario.

—Por supuesto, sabes que siempre voy —termino de comer mi fruta, tomo mi mochila, me despido de mis padres y salgo de la casa junto a mi hermana par llevarla a su escuela para después dirigirme a la universidad.

Llevo dos años estudiando Trabajo Social y es algo que me gusta, no quiero que alguien más pasé por lo que yo pasé.

Cuando era niño, a la edad de ocho años para ser más precisos, mis padres murieron en un accidente de auto, salieron a cenar dejándome con la niñera y no volvieron, al día siguiente la policía tocó la puerta de mi casa y me informo de lo sucedido, recuerdo que lloré todo el día por la noticia. Mis padres fueron hijos únicos y los abuelos ya habían fallecido así que no tenía a nadie más que se hiciera cargo de mi, por lo que me llevaron a un orfanato donde pasé los peores seis años de mi vida.

Durante largas noches había llorado la ausencia de mis padres y al principio la persona que atendía el orfanato se había mostrado comprensible ante la situación, pero después ya no fue así. A mí y a los demás niños nos hacían salir a la calle para reunir dinero, solían decir que era porque no tenían fondos para cuidarnos a todos y si queríamos quedarnos teníamos que traer dinero, había algunos días que no lograba los juntar mucho y éramos castigados, a algunos niños los encerraban en el sótano del edificio sin comer por dos días, a otros como a mí nos llegó a tocar la peor parte, éramos golpeados o incluso algunas veces la directora apagaba cigarrillos en nuestros brazos.

Todavía recuerdo las labores que teníamos que cumplir y las consecuencias por hacerlas mal.

***

Hoy era mi turno para lavar los platos, detestaba el olor del cloro que se combinaba con agua que ocupamos para la labor. Sigo fregando los platos y los pongo en una pila fuera del fregadero para secarlos, después de un tiempo ya tengo varios, tomo el sucio trapo que ocupamos para secar, aunque no le veo mucho sentido a lavarlos si después los vamos a secar con ese mugroso trapo; ya secados los empiezo a acomodar el las repisas correspondientes, llegó a las repisas más altas que no alcanzó, tomó una silla vieja que estaba cerca para subirme y poderlos acomodar mejor, escuchó como la silla truena bajo mis pies y en un rápido instante la silla se quiebra provocando que caída de espaldas contra el suelo y varios palatina que cayeron se rompan.

Al poco tiempo una gran cantidad de niños se hace presente a mi alrededor.

—Te vas a meter en problemas —se escucha entre el tumulto de compañeros que me rodean. Me levanto con algo de dificultad por el dolor de la caída, veo como la directora llega a donde estoy y su expresión muestra lo disgustada que está.

—Fue un accidente —digo apurado.

—No me importa si lo fue —me tomo por la manga de mi playera desgastada—. Pero vas a recoger cada cacho de plato, niño andrajoso —me aventó a donde estaban los cachos de platos, caí sobre mi brazo izquierdo y sentí como me lastimaban.

Sin decir más todos mis compañeros y la directora regresaron a lo que estaban haciendo antes. Recogí pedazo por pedazo, en mi brazo había un corte grande y varios pequeños que estaban sangrando.

Termine de lo que tenía que hacer y corrí por los pasillos y escaleras para llegar a mi habitación, pero en el camino choque con alguien logrando que terminará en el piso.

—Lo siento, fue mi culpa, iba distraído —dije tímidamente.

—No te preocupes cariño — dijo la dulce y cálida voz de una mujer, desconcertado por el tono que usaba levanté la vista y me encontré con una mujer de cabello rojizo, sonrisa cálida y rostro angelical— ¿Que fue lo que te paso? —su mirada se dirigió a mi brazo manchado de sangre.

—No es nada.

—¿Cómo no va a ser nada si estás sangrando? —hizo una mueca de disgusto ante mi respuesta—. Vamos a curarte —la guíe a donde teníamos el botiquín de primeros auxilios y me limpio la herida con el cuidado que solo una madre tendría, un sentimiento cálido que desde la muerte de mis padres no había sentido.

***

—Adiós Damián —el abrazo de mi hermana me regresa a la realidad, la aprieto entre mis brazos y la despido con un beso en la frente.

Después de conocer a esa mujer que curó mi herida, todo cambió, ella y su esposo decidieron adoptarme a pesar de que tenían una adorable hija de cinco años.

Con el paso del tiempo les fui tomando gran aprecio y cariño, hasta que se volvieron una familia para mí.


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⏰ Última actualización: Nov 15, 2019 ⏰

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