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"El hombre sin nombre" se pasaba las horas en vela contando las estrellas que veía por la ventana, le gustaba las noches porque sabía que él dormía y no bajaría a buscarlo, odiaba sus visitas, le daban miedo, cuando le traía la comida siempre intentaba refugiarse en alguna esquina de la habitación, nunca lo miraba a los ojos, dejaba que pusiera la bandeja sobre el colchón y esperaba pacientemente a que él desapareciera.

Al principio se oponía a comer, por muy suculento que pareciese la comida se negaba a probar bocado, dejaba que el pescado y las papas arrugadas se endurecieran y se cubrieran de moscas; su secuestrador se enfadada, le gritaba cosas horribles y una vez, incluso, le retorció el brazo y le obligó a meterse la comida en la boca, pero el joven no se la tragó, prefería morir de inanición antes que comer algo que él hubiera preparado.

-¡Es por tu bien! Si no comer enfermar -le dejó el hombre preocupado- Tienes que recuperar las fuerzas para curarte, si no lo haces, tus heridas se inyectarán y no te sanará la pierna.

El joven, que todos los días miraba preocupado lo inflamada y morada que tenía la rodilla suspiró sabiendo que tenía razón, de nada servía su estúpida huelga de hambre. Si quería escaparse no podía estar débil, debía ser más fuerte que él, y para eso la comida era necesaria.

- Algún día me fugaré -repetía en voz baja- me fugaré y recuperaré mi vida.

"El hombre sin nombre" No recordaba ningún día donde no existiera el dolor, tenía el cuerpo lleno de quemaduras y el daño que le producía la pierna era inaguantable, generalmente sentía como si tuviera un clavo incandescente atravesándole  la rodilla. El joven la miraba llano de preocupación observando como cada ves se hinchaba más y su piel se tornaba más oscura.

El joven, todos los días al despertarse categorizaba su dolor, era el método que había elegido para averiguar si estaba curándose o no, cerraba los ojos y decidía de uno a diez su grado de sufrimiento, la mayor parte de las veces lo puntuaba con un cinco o un seis, pero otras, cuando la pierna le dolía, llegaba a subirlo a ocho.

"El hombre sin nombre" tenía una brecha en la frente, sabía que estaba cicatrizando por que la piel estaba tensa y ya no sangraba, pero aún así, a veces, encontraba restos de sangre en el colchón porque mientras dormía se rascaba y se quitaba la postilla inconscientemente.

-Me quedará una cicatriz- se lamentaba-. Quedaré marcado para siempre.

Pero lo que más le preocupaba después de la pierna eran sus quemaduras, el joven las tenía por todas partes: una grande en el cuello, otra en la espalda, dos en los brazos, una en la cintura... No sabía cómo se las había hecho, pero eran realmente alarmantes, fuera lo que fuese lo que había sucedido tenía que haber sido grave, parecía que su cuerpo había estado rodeado por las llamas y que, por fortuna, había logrado escapar de ellas.

-¿Qué me ha pasado? ¿Qué ocurrió?- solía preguntarse, pero no obtenía respuestas.

A "el hombre sin nombre" le gustaba la soledad, en las horas en que la oscuridad era absoluta cerraba sus ojos y trataba de recordar lo que era su vida antes de estar enclaustrada entre esas cuatros paredes, pero su mente parecía que también estaba enmohecida y corrompida por el paso del tiempo. Se habían borrado las imágenes, solo existía el vacío, el miedo y el aislamiento.

-¿No recuerdas nada? ¿De verdad no sabes quien soy?- le había preguntado su secuestrador sorprendiendo la primera vez que hablaron y él, con las mejillas encharcadas por las lágrimas y presa de una angustia extrema, había negado con la cabeza.

Amnesia, amnesia postraumática que le impedía saber quien era y que había mas allá de esos muros, que le hacían pensar que la vida era solo eso, estar encerrado en aquel cuarto viendo las horas pasar a través de una ventana, contemplando las nubes que le mostraban que había un mundo afuera, pero que, por desgracia, él ya no formaba parte de él.

El hombre sin nombre -KOOKMIN-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora