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"El hombre sin nombre" no tenía espejo y era algo que le atormentaba, por que mucho que se concentraba era incapaz de recordar su rostro y podía vivir sin nombre pero no sin cara.

El joven le había suplicado a su secuestrador que le trajese uno, pero el hombre, tan tosco como de costumbre, se había negado, decía que en esos momentos tenía muy mal aspecto y que la dejaría verse cuando le bajara la hinchazón

"El hombre sin nombre" no podía verse, había intentado contemplar su reflejo en el barreño de agua que él le traía por las mañanas pero era imposible, su captor siempre le añadía jabón para que se lavara y la imagen se volvía turbia, solo lograba divisar una imagen borrosa, apenas perceptible.

-Aloe vera -le decía el hombre sin mostrar la más mínima sonrisa-. Úntate en la cara para que te ayude a cicatrizar, y en un par de semanas tu rostro volverá a ser el de siempre.

Su secuestrador, todos los días, antes de llevarle el desayuno, iba al parterre que rodeaba la casa y cortaba un trozo de aloe vera, se lo entregaba envuelto en una gasa, con cuidado, con mesura y le explicaba como tenía que extendérselo.

-Quítate la camisa -le pidió el primer día con voz autoritaria.

El joven, aterrado, no pudo evitar apartarse de él, su rostro se contrajo y lo miró como si tuviera in monstruo ante sus ojos ¿Quitarse la camisa? ¿Desnudarse? ¿Qué estaba proponiéndole?

-No es para verte desnudo -le explicó ofendido-. Quiero echare aloe vera en las quemaduras de la espalda, tu solo no puedes.

El joven, desconfiado, le hizo caso,, sabía que de todos modos era inútil resistirse, si el hombre quería desnudarlo y hacer lo que se antojara con él no tendría escapatoria, estaba solo, indefenso y recluido en aquel paraje desolado, donde nadie escucharía sus gritos, debía hacerle caso, obedecer y rezar en voz baja para que sus manos ásperas lo único que quisieran tocar fuesen sus heridas.

"El hombre sin nombre" se desprendió de la camisa con manos temblorosos. Su secuestrador, con el rostro impávido, se acercó al joven y comenzó a extender la sabia del aloe por sus quemaduras. Estar tan cerca de él era una sensación desconcertante, el pulso se le aceraba como si temiera que en cualquier instante el hombre pudiese agarrar su cuello con sus rugosas manos y apretando con fuerza hasta dejarlo sin aliento.

-Estás temblando -susurró él utilizando por primera vez un lenguaje menos seco, cortante.

"El hombre sin nombre", tapándose el pecho con la camisa, asintió como si tuviera que confirmar lo evidente.

-¿Me tienes miedo? -le preguntó como si aquello le sorprendiera.

El joven, notando cómo los dedos del hombre recorría su espalda llegando mas allá de donde estaban sus quemaduras, sintió cómo las lágrimas empezaban agolparse en sus ojos. Si hubiera tenido el valor suficiente en ese momento, habría cogido la palangana y le habría golpeado en la cabeza con ella hasta dejarlo inconsciente, pero "el hombre sin nombre" no era valiente y tampoco podía correr con su pierna rota. Estaba tan desamparado que lo único que podía hacer en ese instante era asentir y llorar mientras él le observaba con los ojos nublados por el deseo.

El hombre sin nombre -KOOKMIN-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora