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-¿Estás loco? ¿Qué estabas haciendo? -la voz de su secuestrador sonaba colérica, fuera de sí, tanto que el joven aterrado pensó que lo iba a coger una hacha y a descuartizarlo en esos momentos-. ¿Has visto lo que has hecho? ¡Mírate la rodilla! ¿Es que quieres matarte?

Cuando el joven llegó a su casa el joven ya había recobrado la conciencia, sus gritos enmudecidos sonaban en el salón y su captor, presa del pánico, bajó las escaleras atropelladamente, porque presentía que algo terrible había sucedido.

Cuando abrió la puerta la situación no podía ser más espantosa, "el hombre sin nombre" se había arrastrado por el suelo intentado volver al colchón, pero lo único que había logrado es que su pierna derecha se retorciera un poco más y un reguero de sangre bañara los azulejos. La escena parecía sacada de una película de terror y el chico, enfebrecido, emitía espeluznantes lamentos.

El hombre, horrorizado, se acercó a él para liberarlo de la mordaza, los ojos castaños del joven estaban cuajados de lágrimas su frente y bañada en espesas gotas de sudor, su ropa apestaba, parecía que el chico se había orinado encima y la camisa estaba empapado de sangre.

-Llévame al hospital, por favor -le suplicó el chico, sin poder apenas balbucear y el hombre empezó a lanzar improperios al aire preso del pánico.

-¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! -gritaba viendo el aspecto deforme de su rodilla-. ¿Qué cojones has hecho?

Su secuestrador, alterado, comenzó a dar pasos por la habitación sin saber que hacer, el chico lloraba amargamente rogándole que llamara un médico y él no era capa de reaccionar, debía hacer algo, el aspecto del joven era preocupante y si se equivocada al tomar una decisión era posible que el joven falleciera allí mismo. Había perdido mucha sangre, quizá demasiada y su rostro estaba pálido y frío como la cera.

-¡Mierda! ¡Mierda! -mascullaba rabioso.

El joven estaba aterrado, el dolor era tan fuerte que casi no podía respirar, sus dientes castañeteaban y un sudor frío descendía por su espalda amenazando con empaparlo todo, parecía que un animal salvaje estaba devorándole la pierna, sentía como sus colmillos se clavaban en su piel y arrancaban de cuajo sus músculos y tendones, el joven quería gritar, pero los alaridos que había lanzado cuando estaba amordazada había terminado por ahogarle la voz, estaba quedándose afónica y sus fritos no habían servido para nada, sólo podía llorar, llorar y ahogarse en suspiros.

-Llévame al hospital, por favor -le rogó con tal angustia en la vos que parecía que haría cualquier cosa por él si le ayudaba, pero los ojos del secuestrador, funestos y esquivos,, le dijeron que aquella opción no era viable.

-¡Te dije que no te movieras! -le grito enajenado como si tratara de justificar su negatividad-. ¡Que no salieras del colchón! ¡La pierna estaba mejorando! ¡El hueso se estaba soldando! ¡Y ahora esto parece una carnicería! ¡Tienes el fémur roto y la rodilla hecha una mierda! ¿Por qué cojones te has tenido que mover? ¿Por qué has hecho eso?

El hombre se acercó al chico despacio para examinar con detenimiento la extremidad del joven, los ojos castaños del chico lo miraban suplicantes, rogándole que no le tocara, pero la expresión del hombre evidenciaba que lo iba hacer. El estado de su rodilla era peor de lo que pensaba, estaba flexionada en sentido contrario ¿Cómo podía enmendar eso?

-Tengo que ponerte en el colchón -le informó con voz seria para que el chico supiese que no había opción a réplica, y el joven, aterrorizado, negó enérgicamente con la cabeza sabiendo que aquello iba a hacer que le doliese mucho más. ¡No quería que nadie le tocara! Hasta su respiración al hinchar su pecho hacía que su sufrimiento se incrementara ¡Y mucho menos quería que le manipulara él!

El hombre sin nombre -KOOKMIN-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora