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Perder la cordura es fácil cuando estás sometido a situaciones extremas y tu mente esta intoxicada por el consumo de sedantes y antibióticos. "El hombre sin nombre" lo sabía porque ingería cada día ocho pastillas que su captor le hacía tragar después de la comida, él le decía que eran calmantes aunque el joven dudaba que fuera cierto, algunas cápsulas lo dejaban dormido y otras le hacían perder la consciencia, pero a pesar de ello, "el hombre sin nombre" se las tomaba por que recordaba que si no lo hacía, los dolores le invadían haciendo el paso del tiempo insoportable ¿De qué servía estar despierto cuando lo único que existía era el dolor? ¿Ganaba algo asistiendo al lamentable espectáculo de su vida? ¿No era mejor dormir? ¿Dormir o morir? Cualquier cosa era mejor que es tortura.

"El hombre sin nombre" vivía en un continuo duermevela, las tinieblas lo rodeaban y se apoderaban de su consciencia, le hacía caer en el estupor, el letargo, el duro colchón donde yacía su cuerpo se convertía en un lecho de plumas, cerrar los ojos, bajar los párpados y dejar que el sueño la invadiera era su mayor pasatiempo, dormir, dormir y dejar que la quietud del tiempo se enroscara sobre sí mismo en ese remolino de desidia y desesperación donde acababa consumiéndose.

Las horas, las semanas, los días... minutos que sabían a siglos pasaban por su piel envejeciendo sus ilusiones ¿De qué sirve respirar cuando no tienes motivos para seguir viviendo? ¿De qué sirve despertar cuando tu mayor triunfo es dormirte de nuevo?

"El hombre sin nombre" dormía, dormía y respiraba. Dejaba que las cápsulas hicieran su trabajo evadiéndole de la objetividad, contaminando su mente, su cuerpo, su ser, su consciencia, haciéndole dudar de los límites de la realidad.

"El hombre sin nombre" se sentía si estuviera atrapado en la tela de una araña. Los hilos pegajosos aprisionan su cuerpo impidiéndole escapar, su rostro miraba continuamente la puerta atemorizado que se abriera y que su captor apareciera por ella con sus ojos ensangrentados.

-Tienes que permanecer lúcida, -se aconsejaba a si mismo-. No deberías tomarte las pastillas, las próxima vez que te las dé escóndelas bajo tu lengua y luego las tiras debajo del colchón.

Pero cuando su secuestrador le daba las píldoras, recordaba su rodilla y el dolor a nivel ocho que había llegado a sentir. Si no se las tragaba sabía que un sudor frío recorrería su espalda y no podría dejar de llorar.

Delirios, delirios y sombras, el joven caminaba por la cordura de puntillas, haciendo malabarismo mientras la luna y las estrellas le observaban por el hueco de la ventana, su aspecto enmarañado no podía ser más deprimente, su pelo estaba sucio, su camisa harapiento, su sonrisa seca y sus pupilas carenes de esperanza, parecía un desequilibrado, un despojo de lo que una vez fue.

-Era muy guapo -se lamentaba la estrella polar-. Antes del accidente lo era.

La luna que sentía especial debilidad por ella porque era la estrella más sensible de todas, le dedicó una tierna sonrisa.

-No te preocupes por el chico -le contestaba sin estar muy segura de lo que decía-. Ya verás como su suerte cambiara.

El hombre sin nombre -KOOKMIN-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora