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-Tengo frío.

Eran las dos de la mañana y "el hombre sin nombre" había abierto los ojos despacio como si los párpados le pesaran y tuviera que hacer un gran esfuerzo para levantarlos, sus pupilas, perezosas, se adaptaban lentamente a la oscuridad, sin reconocer la siluetas que había en la habitación, un hombre encorvado que lo observaba sin levantarse de la silla. ¿Cuántas horas llevaba así? Algo en su interior le decía que mucho tiempo, posiblemente días, tenía la cabeza embotada y al intentar moverse un latigazo de dolor sacudió su pierna derecha recorriendo su espina dorsal.

Olía a orín, la habitación olía a orines secos y a sudor, el aire estaba viciado con una mezcla de humedad y enfermedad que creaba un ambiente denso, irrespirable.

-Tengo frío -repitió con la voz entrecortada.

Su secuestrador, en silencio, se levanto de la silla y se acerco al chico, le puso la mano en la frente y sonrió al descubrir que le había bajado la fiebre, su rostro delataba el cansancio que había acumulado en las últimas jornadas, su ropa estaba sucia y su cara sin afeitar, tenía ojeras, dos bolsas oscuras enmarcaban sus ojos haciéndole aparentar más edad de la que tenía.

-Te traeré una manta -le dijo, y él le devolvió una sonrisa febril de labios rajados.

Su pierna entablillada estaba menos hinchada, parecía que por fin había empezado a sanar, su color seguía siendo oscuro, como si estuviese varios derrames internos pero el dolor ya no era tan agudo, ya no se estremecía al respirar.

El hombre salió de la habitación y "el hombre sin nombre" se quedó pensativo, sus ojos castaños se dirigieron a la ventana donde la luna y la estrella polar lo saludaron como si se alegraban de su mejoría.

-Ahora es más amable -susurró-. Ya no es tan rudo como antes, se preocupa por mí, quiere que me cure, que me encuentre mejor.

Su secuestrador entró de nuevo en el sótano y lo cubrió con un edredón color mostaza que había cogido de su armario, se quedó un instante junto al joven, en silencio, asegurándose de que estuviera bien y no le entrara frío por los pies ¿Qué era eso? ¿Qué acababa de hacer? ¿Le había acariciado la mejilla? ¿En serio? "El hombre sin nombre" no se lo podía creer.

-Ya no tienes fiebre -le dijo como si fuesen buenas noticias-. Me has tenido muy preocupado estos días, pero parece que, por fin, estás volviendo a la normalidad.

El joven, dudoso, se abstuvo de hacer ningún comentario, se limitó a quedarse en silencio mientras observaba como el hombre se aproximaba a él para revisar la herida que tenía en la frente. Había estado cuidándolo, aunque la mayor parte de la tiempo había estado dormido, recordaba cómo le había dado de comer y se aseguraba de que se tomara las pastillas. No se había movido de allí, cada vez que abría los ojos, él estaba a su lado, se había quedado con él todo el tiempo atendiéndolo vigilándolo, protegiéndolo.

-Mañana te curaré las quemaduras -le explicó con delicadeza-. Con todo el lío de la pierna las hemos descuidado un poco y algunas parece que se han infectado.

El joven asintió agradecido sin saber que contestar, tenía la garganta seca, la lengua pastosa, necesitaba beber agua.

-Tengo sed.

Su secuestrador volvió a sonreírle y le acercó la botella de agua para que bebiera, tanta amabilidad por su parte lo hacía estremecer. ¿Qué significaba aquello? ¿Ahora eran amigos?

-Mañana haremos una lista de la compra -le comentó el hombre mientras el chico saciaba su sed-. Apuntaremos todas las cosas que te hacen falta para intentar mejorar un poco tu estancia aquí, no puedes seguir así.

El joven asintió mientras le devolvía la botella, la calidez de la colcha abrigaba sus temores y deseó poder decirle que lo único que necesitaba era que lo liberara, que lo dejara salir de allí, pero no lo hizo, se limitó a quedarse callado observándolo complacido hacia la ventana. El hombre, pensativo, sacó una llave de su bolsillo y la metió en el candado, y por primera vez desde que el joven estaba allí, hizo girar la manivela y las bisagras oxidadas protestaron mientras se abrían.

-Necesitamos airear esta habitación -le dijo-. Huele a muerte.

El joven cerró los ojos asustado, más de una vez había fantaseado sobre lo que acababa de decir, creía que la Muerte se paseaba por su celda, incluso podía afirmar que había visto su tétrica sombra por las paredes aunque no estaba seguro de si estaba dormido o despierto cuando lo vio.

La brisa marina, sigilosa, comenzó a inundar el sótano llevándose con ella el hedor de la putrefacción. El chico, acurrucado en su manta escuchó por primera vez el sonido del mar, es muy agradable, fresco, tranquilizador, las olas rompían en la costa y, aunque no podía verlas se las imaginaba altas, fuertes, vigorosas, con su cresta corona de espuma.

-Quiero nadar -susurró-. Quiero nadar y acariciar a los peces.

El hombre enternecido sonrió, estaba agotado y deseando meterse en la cama, pero no podía salir de allí, se resistía a abandonar al joven que parecía tan vulnerable en ese momento.

-Me quedaré contigo hasta que te duermas -le dijo-. Y cuando lo hayas hecho cerraré la ventana para que no te resfríes.

El chico asintió, asintió agradecido deseando cerrar los ojos para soñar con el mar.

-Gracias -se limitó a contestar, y el sueño inundó su conciencia.

El hombre sin nombre -KOOKMIN-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora