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La ventana estaba ubicada cerca del techo, era un rectángulo de reducidas dimensiones que fue diseñado para ventilar el sótano y apenas servía para iluminar la habitación. Tenía doble acristalamiento y estaba cerrada con llave para evitar que alguien pudiera entrar por ella. "El hombre sin nombre" solía mirarla continuamente, pero por desgracia, desde el suelo, no podía ver que había al otro lado, sólo distinguía parte del cielo e imaginaba que si se asomaba podría descubrir muchas cosas, pero lamentablemente, con la pierna entablillada, no podía llegar hasta allí.

El joven estaba obsesionado con ella, muchas noches la contemplaba como si fuese su única salida, quizás, si trepaba hasta ella, podría averiguar dónde estaba y cómo salir de allí.

-Dime, ventana -le susurraba-. ¿Qué hay más allá de sus sucios cristales?

Una tarde que su captor iba a salir de la casa y bajó a amordazarla, "el hombre sin nombre" pensó que era una buena oportunidad para intentar llegar hasta elle, la sola idea de intentarlo hacía que su corazón galopara con fuerza, como si fuese hacer una locura.

-Si se entera de esto e enfadará -masculló, y no pudo evitar que en su boca se dibujara una sonrisa.

El joven esperó pacientemente a que su secuestrador abandonara la vivienda y el ruido del motor de su vehículo se perdiera en la lejanía, las posibilidades que tenía de llegar hasta allí eran reducidas teniendo en cuenta que tenía las manos atadas y la pierna derecha inmovilizada con dos trozos de madera, pero tenía que intentarlo.

"Si por lo menos tuviera las manos libre", pensó frustrado, pero su captor siempre se las ataba sobre el pecho para impedir que se quitara la mordaza. "Arrastrarme como un gusano será la única solución"

El joven, sacando fuerzas de donde no las tenía, hincó sus codos en el suelo para deslizarse por el pegajoso pavimento de la habitación. Su pierna herida caía como un peso muerto y el joven se contraía dolorido cada vez que hacía un movimiento más brusco de la cuenta.

-¡Ten cuidado! ¡Ten cuidado! -Se reñía a si mismo y cuando miraba lo alta que estaba la ventana se desilusionaba cada vez más-. No voy a conseguirlo, va a ser imposible.

Cinco minutos más tarde, el chico, con el rostro empapado de sudor por el esfuerzo, llegó hasta la esquina donde pensaba que podría apoyarse de pie. Jamás lo había hecho desde que había hecho desde que había despertado en su cautiverio, pero creía que si se ayudaba de los codos, lo conseguiría.

-No puede ser tan difícil -se dijo a si mismo para animarse-. Tienes una pierna sana, sólo tienes que hacer fuerzas con ella para que cargue con tu peso intentando mover lo mínimo posible la otra.

La tarea, que dicha voz alta parecía más simple que llevarla a cabo, le costó casi diez minutos, el dolor que le producía cada vez que las maderas que protegían su pierna derecha crujían, hacía que le dieran ganas de renunciar a su proyecto, pero estaba más cerca que nunca de llegar a la ventana y desde allí pensaba que poniéndose de puntillas tendía acceso a las vistas ¡No podía renunciar!

La luz que entraba a través de lo cristales la animó a hacer un último esfuerzo, merecía la pena toda esa odisea aunque sólo fuese para que los rayos del sol rozaran su piel después de tantos días de oscuridad.

-Sólo un poco más ¡Sólo tengo que levantarme y llegaré a mi objetivo!

"El hombre sin nombre", tras lanzar un pequeño grito de dolor, consiguió alzar su cuerpo, su pierna sana temblaba como si hubiera realizado un sacrificio, pero se olvidó de ella al instante porque la cabeza llegó a la altura de la ventana y sus ojos castaños se llenaron de destellos.

El joven permaneció inmóvil durante más de quince minutos, embrujado, sus retinas se habían impregnado del paisaje y era incapaz de apartarla, quería memorizar todos los detalles, anotarlos en su cabeza para poder repasarlos cuando estuviera tumbado en el colchón, los necesitaba para saber las posibilidades que tenía de huir allí, aunque parecía misión imposible.

Desde la ventana se veía parte del exterior de la casa, el sótano estaba abajo pero tenía buenas vistas, el joven averiguó que la vivienda estaba rodeada por un amplio terreno vallado, un muro alto de piedra la protegía, quizá de un metro y medio, o más bien dos, lo suficiente para ser consciente de que él sería incapaz de saltarlo en esas condiciones.

El patio era tierra, tierra oscura, sucia, infértil, y en los extremos tenía plantados varias hileras de cactus que hacían aún mas insostenibles sus planes de fuga.

-Es como una prisión de alta seguridad -exclamó decepcionado.

Más allá del muro so se veía nada, no había ninguna vivienda cerca, o por lo menos, desde allí no se percibía, la casa de su secuestrador estaba a mitad de ninguna parte, cerca de un mar que rugía como si estuviera enfadado y de una montaña alta y sombría que parecía que los vigilaba a todos.

"El hombre sin nombre", adherida a la pared, se puso de puntillas para intentar ver algo más, pero al hacerlo, desafortunadamente, perdió el equilibrio y con las manos atadas no pudo asirse a nada para evitar la caída, todo su peso recayó en su pierna herida y mientras lanzaba un aullido atronador enmudecido por la mordaza escuchó como el hueso se partía, la madera que la protegía crujió, y mientras el joven se derrumbaba, una arista afilada penetro en su piel desgarrando todo lo que se encontraba a su paso. El dolor superó con creses su escala de uno al diez llegando incluso al diecinueve, el tiempo se congeló mientras el joven se derrumbaba y el sufrimiento se volvía insoportable, sentía cómo sus músculos eran apuñalados mientras su cuerpo cedía y se golpeaba fuertemente la cabeza. Lo último que vio, antes de perder la conciencia, es que su rodilla destrozada se había flexionado en a dirección contraria a la que dictan las leyes de la naturaleza.

"El hombre sin nombre" se quedó inconsciente tirado en el rincón, su cuerpo dolorido emitía una respiración débil y entrecortada, la madera que protegía su pierna se había parido y estaba teñida de sangre, su rodilla, con los ligamentos rotos, tenía un aspecto espeluznante ¿Cuánto dolor puede soportar nuestro cuerpo? ¿Qué umbrales de sufrimiento podemos aguantar antes de perder la conciencia?

"El hombre sin nombre" parecía un muñeco roto y abandonado en mitad de la oscuridad. El joven inconsciente no sabía e peligro que corría, su secuestrador estaba trabajando y tardaría varias horas en llegar, la hemorragia producida por la madera parecía que no se detenía. Si su captor se retrasaba, posiblemente lo único que se encontraría al llegar a la casa fuese un amasijo de piel y huesos en un inmenso charco de sangre.

Soledad, miedo y dolor, "el hombre sin nombre" había perdido la conciencia y parecía que nada ni nadie iba a acudir a socorrerlo.

El hombre sin nombre -KOOKMIN-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora