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Jeon Jungkook tenía treinta y dos años pero aparentaba más edad, la vida había endurecido su rostro a base de decepciones y parecía que cada una de ellas se había transformado en una arruga que decoraba su frente dándole un aspecto más avejentado de lo que realmente era.

Jungkook no compraba cosmético ni nada que se le pareciera, era de los que pensaban que la naturaleza nos había dado a cada uno un aspecto y no había que tratar de alterarlo. Todas las mañanas, al levantarse, la única atención que prestaba a su físico era darse una ducha con agua fría y pasarse el peine por el pelo para intentar domar su flequillo salvaje.

-Deberías usar cremas- le había dicho su madre en una ocasión mirándolo con repugnancia-. Mira las patas de gallo que tienes, parece que eres más viejo que yo.

El hombre, sin prestarle demasiada atención a sus palabras, continuó comiendo. Los garbanzos estaban duros y sabía que si se enfriaba el caldo iba a ser incapaz de tragárselos.

-Es por el sol mamá- le explicó

Pero su madre, que necesitaba quedarse siempre con la última palabra en la boca, aprovechó la ocasión para reprocharle una vez más que estaba sólo y que jamás le daría lo que ella más amaba: un nieto.

-No me extraña que ningún chico se acerque a ti -le recriminó con veneno en los labios-. Si no te cuidas, dentro de poco ya será demasiado tarde para encontrar a alguien que te aguante.

Jungkook, con la cuchara en la boca, dejó que pasaran unos segundos antes de contestar. La mujer, con su eterno luto, lo observaba como si tratara de adivinar en qué estaba pensando, en la mirada de su hijo había odio, dolor y rabia, sus ojos castallos parecía que ardían y que jamás iban a volver a la calma.

-No es por las arrugas, mamá- le contestó intentado aplacar su ira-. Los hombres y mujeres huyen de mí por que les doy miedo.

La señora, que no soportaba la actitud derrotista de su hijo, cogió el cuchillo y se puso a cortar rebanadas de pan sin mirarlo a la cara, le ponía furiosa que el joven saca siempre el mismo tema, parecía que jamás iban a ser capaces de olvidarlo. ¡Bastante tenía ella con aguantar las miradas acusadoras de las vecinas cuando la veían pasar! ¿Qué culpa tenía ella de haber parido a un monstruo? ¿Acaso una madre es responsable de las acciones de sus hijos?

-¡Coge la cuchara bien!- le gritó de pronto como si aquello fuera el origen de todos sus males-. Pareces retrasado comiendo con la izquierda.

Jungkook, que quería tener el almuerzo tranquilo, dejó el cubierto sobre la mesa y aspiró hondo mientras contaba hasta diez.

"Relájate, Jungkook, relájate", se repitió a sí mismo, pero las visitas de su madre cada vez le costaban más, muchas veces se preguntaba por qué seguía acudiendo a aquel ritual estúpido que llevaban a cabo todos los domingos: comer juntos, fingir que eran una familia normal y que se llevaban bien. ¿Para qué? ¿Acaso no tenía claro que su madre se avergonzaba de él?

"Está sola Jungkook", trataba de convencerse. "Solo te tiene a ti, aunque sea insoportable debes venir a verla".

Jungkook era zurdo, apocado e intransigente, desde pequeño se avergonzaba cuando los niños se reían de él por escribir con la mano izquierda. Pertenecer a una minoría siempre es complicado, y en su caso el hecho estaba agravado por su falta de habilidades sociales.

Existen leyendas. Los zurdos han sido considerados a lo largo de la historia como seres inferiores, incluso la iglesia Católica en algunas épocas ha llegado a decir que eran sirvientes del Demonio. En el Islam, por ejemplo, lo que proviene de la mano izquierda se considera impuro y existen tratados de psiquiatría de comienzos del siglo XX que llaman a los zurdos locos.

No es fácil ser diferentes, aunque sea en una nimiedad como sea, ser distinto es complicado cuando es origen de burlas, sobre todo en la infancia, de nada sirve que personajes tan ilustres como Einstein o Leonardo Da Vinci hayan sido zurdos cuando tus compañeros de clases de mofan de ti.

Jungkook siempre estaba solo en el patio del colegio, se quedaba en la sombra observando como avanzaba el segundero del reloj, no le caían bien el resto de los niños, parecía que a su corta edad él ya era un adulto y sus temas de conversación le resultaban banales.

-No habléis con el rarito- solían decir-. Dejadlo que se quede solo pensando en sus cosas, a él no le gusta el fútbol no las cosas normales, dejadlo que se entretenga mirando cómo los demás nos divertimos.

Su situación no mejoró en la adolescencia, a pesar de haberse convertido en un joven atractivo y con un cuerpo perfecto, Jungkook tenía pocos amigos, casi los podía contar con los dedos de una mano y ninguno de ellos era íntimo, no le gustaban los bullicios, las aglomeraciones, ni las fiestas, él prefería estar solo en su casa o en la playa haciendo deporte.

-Soy zurdo mamá- le explicó como había hecho mil veces-. No retrasado. El diez por ciento de la población mundial come con la mano izquierda y parece que sólo a ti eso te supone un problema.

La mujer, dolida por que su tono de voz había sido más elevado de la cuenta, puso las rebanadas de pan en la bandeja y le contestó sin mirarlo a la cara.

-¡Tienes respuesta para todo! -le recriminó enfadada-. ¡Si no hicieses siempre lo que te da la gana nos hubiéramos ahorrado muchos disgusto! Pero a ti parece que te da igual que yo sufra ¡No tienes corazón! ¡Ni corazón ni alma!

El hombre sin nombre -KOOKMIN-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora