-¡Gwen! -exclamó el vicario.
Poco después se habría la puerta de la sala.
-¿Me llamó, señor?
-Siete veces -masculló él de manera que ella no lo oyera, luego, calmando un poco su tono le dijo -vaya donde la vecina y cómprele un tarro de miel. A Jane le fascina tenerla a la hora del té para acompañar sus tostadas.
-Sí, señor. Ahora mismo, señor.
Ni bien se retiró, el vicario se masajeó la frente, frustrado. Esa muchacha era tan acertada para algunas cosas y tan despiestada para otras...
-¿Señor? Tiene visita -le anunciaron.
-Has que pase.
El médico del pueblo entró seguido por el forense.
-Queríamos conversar con usted, mi buen señor. Tenemos entendido que usted puede resultarnos de gran ayuda para resolver esta horrible situación.
-Lamento que no sea así señores -les dijo seriamente.
Ambos médicos, que habían estado a medio sentarse, se quedaron helados al oír esas palabras sin saber bien cómo reaccionar o si debían retirarse. Tras unos momentos de vacilación, terminaron de sentarse.
-Lo que ocurre -explicó el párroco -es que no quiero verme involucriado en el caso de ninguna manera. He hecho voto de silencio al respecto.
-¿Cómo? -lo miraron perplejos.
-Tal como han oído. Quizás preferirán hablar con mi esposa del tema.
Los invitados intercambiaron una ojeada sin creer lo que estaban oyendo.
-Nos recomendaron que nos comunicaramos con usted -balbuceó uno.
-Lo siento sinceramente. Si insisten, puedo oír lo que tengan para decir, pero no haré comentario alguno.
En esos instantes, Jane Kippling ingresó a la sala. Saludando con cortesía ocultó su sorpresa ante la visita de la que no había sido informada.
-Resulta que usted será una oyente mucho más interesante que su marido, mi estimada -bromeó el médico local mientras todos se volvían a sentar.
-Admito que el tema me genera una profunda curiosidad. Me gustaría sobre todo que el asesino pague su crimen.
-No dude que lo hará. Nadie descansará hasta ello.
-Me alegro -le lanzó una mirada nerviosa a su esposo que por suerte los visitantes no notaron porque de haberlo hecho, pudieron haberla encontrado sospechosa.
-Las noticias que les traemos son las siguientes: Claire Rouleau fue envenenada. Más específicamente, envenenada con arsénico.
-La señora Folister supuso eso mismo -susurró sorprendida la joven.
-Es un veneno bastante común, fácil de conseguir, carente de sabor y un olor muy suave que es sencillamente disimulado.
El señor Kippling apretó la mandíbula, gesto que su esposa reconoció como incomodidad y nervios. Adivinó que moría de ganas de saber más, poder opinar, pero que estaba luchando fuertemente consigo mismo para evitarlo. ¿Por qué?
-Lo encontramos en unos pastelitos.
-¿Cómo? -Jane preguntó intrigada.
-Por lo visto la noche anterior llegó una caja con unos cuantos pastelitos que ellos decidieron dejar para el desayuno. Madame Rouleau estaba un poco indispuesta. Claire se levantó más temprano, lo que, como nos dieron a entender, era costumbre y se adelantó. El pastelito tenía la cantidad de arsénico como para robarle la vida en casi un instante.
-Creí que la habían encontrado en la panadería -comentó la joven recordando lo que le había contado su amiga.
-Habían dejado los quequitos en el mostrador. Claire era una chica bastante activa y por lo visto no era extraño que comiera yendo de un lado a otro o de pie. Eso es todo lo que hemos podido averiguar.
-Costumbres de las chicas modernas -farfulló el forense.
Sabiendo su opinión sobre el tema, Jane le lanzó una mirada a su esposo pero comprobó, para su sorpresa que el rostro de este se hayaba inexpresivo.
-Yo todavía no me acostumbro a ver a las mujeres usando pantalones -confesó el médico local -faldas más cortas, quizás, pero pantalones... -hizo un chasquido desaprobatorio con la lengua.
-¿Usted que opina, señora?
-¿Yo? -la esposa del vicario se mostró sorprendida -pues admito que prefiero una falda sirena y una chaqueta de tweed o un traje bien tallado. Pero me parece que las jovencitas pueden llegar a verse adorables con los pantalones. Y no se puede negar que se ven cómodos. Aunque, como dije, mis favoritos son otros.
Los visitantes intercambiaron una mirada aprobatoria.
-Ahora les pido mis disculpas, los he desatendido verdaderamente. ¿Se quedarán a tomar el té? Déjenme que llame a Gwen para que nos lo traiga -les sonrió viéndose encantadora y se retiró a buscar a la criada, sabiendo que si que quedaba a esperar que respondiera el llamado de la campanilla, llegaría antes la hora de la cena.
-Tiene usted mucha suerte, mi amigo. Su mujer es es adorable.
-Lo sé -las comisuras de los labios del vicario se curvaron levemente -créeme que lo sé, Johnathan.
-¿No había recibido también propuesta de matrimonio de un rico empresario? -preguntó el forense.
-Yo también oí algo similar -comentó Johnathan mirando a su amigo.
-Y así fue -afirmó el vicario -pero como es evidente, declinó dicha propuesta.
Los médicos rieron y felicitaron a su anfitrión quien una vez meditaba en los motivos de su mujer para haberlo preferido. Cuando se calmaron, ambos se inclinaron para susurrar:
-Aprovechando que nos hallamos solos queríamos preguntarle más sobre el caso. Solo su opinión acerca de un asunto brevísimo.
John soltó un quejido y se recostó nuevamente en su sofá, perdiendo el interés y la sonrisa.
-No diré nada.
-¡Oh vamos! Es un asunto muy puntual. ¿Quién en el pueblo podría tener conocimientos de venenos? -preguntó uno.
-¿O tener acceso a ellos? -inquirió seguidamente el otro.
-A parte del boticario -dijeron ambos de manera simultánea.
-El doctor aquí presente -contestó John, en son de broma, para eludir la pregunta.
-Sin contarme a mí, claro está -sonrió Johnathan.
-No diré nada -repitió el vicario.
Los dos visitantes hicieron un sonido despectivo.
-No entiendo porqué tienes esa actitud, John. Me sorprendes.
-Podría incluso jugar en tu contra. ¿Sabes eso?
El párraco se limitó a mirar a otro lado. En ese momento entró nuevamente Jane sentándose una vez más, en el sofá más cercano al de su esposo. Siguiéndola, entró la joven criada, cargando la bandeja de plata en la que traía el té, un bizcocho, tostadas, mantequilla y miel.
-Gracias por acordarte de la miel -le susurró la joven a su esposo de manera que los visitantes no los oyeran.
-Tú te acuerdas del café -dijo en el mismo tono suave encogiéndose de hombros pero apretando cariñosamente la mano de Jane en la suya e intercambiando con ella una sonrisa.

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En la vicaría
Historical FictionComodidad, tranquilidad y alegría. En la pequeña vicaría de un pueblito inglés (1940 aprox) los Kippling no habían experimentado nada más en los meses que llevaban casados. Ambos estaban muy satisfechos con sus decisiones y la amistad y respeto que...