Visitas

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-¿Señor? Discuple que lo interrumpa, pero han llegado los Smith de visita. Los he hecho pasar a la salita.

-Gracias, Berta. Manda a Gwen a que llame a la señora, por favor.

La cocinera se inclinó ligeramente antes de retirarse. Con un suspiro, el vicario se quitó sus lentes y se dispuso a recibir las visitas. Al entrar en la sala encontró al señor Smithe examinando cuidadosamente su colección de libros mientras le hacía gestos despectivos a su esposa, quien lo reñía en un susurro trantando de obligarlo a sentarse. No podiendo evitar dejar escapar una sonrisa por la escena, el señor Kippling optó por mantenerse en silencio unos instantes antes de hacerse presente.

-Un extraño placer tenerlos en mi casa -saludó una vez más calmado aunque la sonrisita regresó a sus labios.

-¡Señor Kippling! -aplaudió la señora Smith alegremente -Hace mucho que no teníamos el gusto de vernos fuera de sus maravillosas misas.

El señor Smith por su parte, saludó con un gruñido sabiendo que debía sentarse nuevamente sin haber tenido la satisfacción de haber examinado todos los libros con el detenimiento que hubiera deseado.

-¿Dónde se encuentra su adorable esposa? ¿Está ella bien? -preguntó cariñosamente Catherine Smith mientras le lanzaba una mirada a su marido exigiéndole un buen comportamiento.

-Aquí estoy, mi querida señora Smith -Jane se hizo presente con una enorme sonrisa, acercándose a saludar antes de que su esposo pudiera contestar -les ruego que me disculpen la demora en dar la cara.

-Bah.

Todos se voltearon al señor Smith quien se encogió de hombros ofreciéndoles una sonrisa traviesa.

-Eres imposible, Stuart, verdaderamente imposible -lo riñó su esposa con cariño mostrándose ligeramente divertida.

-¿Desearían un té? -ofreció Jane cumpliendo su rol de anfitriona mientras todos tomaban asiento.

-Sería fantástico, querida. El camino en coche se me hace siempre tan largo. Esa máquina espantosa no hace más que traquetear todo la vía -sonrió la señora Smith.

-Exagerada -masculló para sí mismo su esposo.

Jane se puso de pie inmediatamente al recibir la respuesta dirigiéndose a la puerta.

-¡Pero si no es necesario que vaya usted misma! -se asombró la invitada al verla salir de la habitación.

-No debería serlo -admitió el señor Kippling -mas nuestra criada tiene unas extrañas concepciones de los horarios en los que puede darse un paseo. Hay un pequeño camino por la parte trasera de la casa, perfecto para la las salidas y llegadas del servicio que atraviesa el bosquesillo y a Gwen le encanta salir a caminar por ahí.

-¡Y que lo diga! El personal está de locos. Pocos mantienen la categoría de antes -se quejó Catherine Smith -nosotros, solíamos tener tres jardineros. Usted ha visto nuestro jardín. Requiere de una buena mano de obra. Sin embargo, desde que acabó la guerra hemos tenido que contentarnos con un viejo hombre y un ayudante. Además, creo que el viejo pasa más tiempo en mis cocinas, tomando un refrigerio que cuidando mis plantas. ¡Y ni hablemos del servicio dentro de la casa!

-Oh vamos, Katty, no creo que al vicario le interesen nuestros problemas con la servidumbre doméstica -la contuvo su marido. Luego añadió dirigiéndose al señor Kippling -queríamos saber cuándo velarán a la niña, si podíamos ser de alguna utilidad para usted y de paso, si me haría el favor de prestarme algunos libros.

Catherine Smith no pudo contenerse y rodar los ojos cuando oyó el último comentario del señor Smith.

-No tienes remedio -se lamentó en un murmuro.

En esos instantes, Jane ingresó trayendo la pesada bandeja cargada con la tetera, unas tazas a juego y bocadillos. Captando la sonrisa en la comisura de los labios de su esposo, sonrió ella también mientras acomodaba todo.

-Es verdad que ya ha pasado una semana del lamentable suceso, pero por lo que tenía entendido a los doctores encargados de las autopsias les gusta tomarse su tiempo. Aún no devuelven a la niña. No he podido concretar con monsieur Rouleau cuando será el velorio, pero ese día apreciaré verdaderamente cualquier ayuda. Jane no da abasto con todas las responsabilidades que eso implica.

-Pues Katty la ayudará encantada -se apuró el viejo en ofrecer a su mujer antes de preguntar apresuradamente -¿Y los libros?

-Mientras los devuelva, cosa que confío que hará, puede llevarse los que más le interesen, mi estimado señor.

-¡Por eso me encanta visitarlos! -el señor Smith sonrió satisfecho antes de ponerse de pie para empezar a separar los libros que quería llevarse

Su esposa se cubrió avergonzada el rostro, mas al levantar nuevamente la vista hacia su marido, soltó una sonrisa enternecida.

-Yo quería saber si es verdad que... -la señora Smith se vió interrumpida por el sonido de la puerta principal.

Con curiosidad e interés todos se giraron de golpe hacia la puerta. Fue entoces cuando los KIppling recordaron que su criada no se hallaba presente. Rápidamente Jane se puso de pie para ir a atender.

-¡Señorita Jones! Pase por favor. Hágame el favor de adelantarse pasando al despacho.

-¿Las demás no han llegado?

-Todavía. Es usted la primera. Deme un instante que enseguida estoy con usted. Póngase cómoda.

-Espero no haber interrumpido.

-Para nada. Pase tranquila.

La esposa del vicario regresó a la salita disculpándose apresuradamente sin notar el silencio que se había armado ahí para escuchar su recibimiento a la nueva visita.

-¿Se unirá a nosotras en esta ocación, señora Smith?

-No lo creo, querida. No me gusta que el señor Smith se vea obligado a andar solo.

-Bah.

Haciendo caso omiso al comentario despectivo de su marido, Catherine Smith continuó:

-Asistiré en la siguiente ocación.

-¿Tú, querido? -preguntó rápidamente Jane a su esposo.

-Quizás las acompañe en un rato.

Tras esto, la señora Kippling se retiró aceleradamente sintiéndose incapaz de dejar a una visita sola por mucho tiempo. Poco después volvían a llamar a la puerta y Jane se apuraba en atender. Más señoras ingresaron llenando la casa de risas, chismes y cacareos.

-Creo que va siendo hora que nos retiremos. Me imagino que su presencia será prontamente requerida.

-No me sorprendería. Permítame acompañarlos hasta la puerta -el vicario se puso de pie.

Una vez ahí, la señora Smith se despidió calurosamente adelantándose en el caminito hasta el portillo. Su esposo, en cambio, se retrasó un poco.

-Debería usted cuidar a su esposa, mi amigo -le aconsejó sombríamente al señor Kippling quien lo miró perplejo.

-¿Cómo dice?

-Usted es mayor, conoce más del mundo. Ella es más joven e inocente. Es más activa. Hay un asesino en el pueblo y como amigo le cuento que se lo está vinculando al crimen. Cuide a su esposa. Es una niña y puede correr peligro por meterse accidentalmente en donde no la llaman.

John Kipling contempló al viejo señor Smith con asombro.

-¿Querido?

Unos metros más adelante la señora Smith se volteó a llamar a su marido.

-Ya voy, querida -contestó él -le estaba agradeciendo al vicario por los libros. ¡Me lo voy a pasar de lo lindo estos días que vienen en mi biblioteca!

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⏰ Última actualización: Dec 01, 2014 ⏰

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