La señorita Reeves y la señorita Jones caminaron juntas hasta la plaza. Ambas habían pasado por el proceso de interrogación y la exitación por los recientes sucesos las invadían por más que trataron de ocultarlo.
-Jamás pensé que tendría que tomar parte en una situación así -comentó la señorita Jones.
-Yo tampoco, que asunto más desagradable ¿No piensas como yo, querida?
-Por supuesto -afirmó rápidamente.
-Me apenan los Rouleau. Debe ser terrible para ellos.
-¿Usted cree verdaderamente que ambos lo lamentan? -preguntó sorprendida la señorita Jones.
-Me dio la impresión de ello, sí, confió en que su dolor era sincero -la señorita Reeves miró con interés a su acompañante -¿No opinas de igual manera acaso?
-Debo reconocer que sí, aunque tenía entendido que en esos casos las madrastras se hallaban entre las principales sospechosas.
-Que cosa más horrible.
-Lo sé.
-Aunque no carece de lógica. Las segundas esposas suelen ser mujeres jóvenes. Quedarse con las atenciones exclusivas de su marido y volverse las únicas herederas, tiene cierta lógica que les resulte tentador.
-¿Podría ser Delphine Rouleau nuestra criminal? Su llegada hace poco tiempo al pueblo sería la escusa perfecta.
-¿Cómo?
-Fingir armonía con la muchacha unos años de manera que nadie sospeche de su buena relación. Al mudarse, entran nuevos personajes en escena. Espera cuatro meses, que son suficientes para que una persona gane un enemigo y luego se deshace de ella. Tras tanto tiempo de buenos tratos entre ambas, nadie sospecharía de ella.
-¡Mi estimada señorita Jones! ¡Me escandaliza sus ideas! ¡Vaya mente más retorcida se habría requerido! -exclamó la señorita Reeves para guardar silencio unos intantes antes de añadir -Mas no carece de lógica...
-Oh, es verdadermente terrible y confío en que no se diera así, pero usted ha oído lo que se dice "no hay que descartar la más mínima probabilidad".
-Lleva toda la razón. Solo espero que se equivoque. Me temo que monsieur Rouleau no lo soportaría.
-Yo no estaría tan segura de ello. Es un hombre bastante fuerte. Yo sí lo veo capaz de reponerse. Sabe enfrentarse al dolor. No solo ello, sabe reconstruir su vida. Estoy convencida de que sabría hacerlo.
-Parece usted haber tratado bastante con él antes. Me sorprende lo familiarizada que se muestra en cuanto al caballero.
-¿Yo? -la señorita Jones inquirió con asombro -Oh no... es decir... sí lo había conocido antes de su venida pero casi no hemos tratado. Lo digo en base a los hechos. Ya se repuso de su primera esposa ¿no?
-Le ruego a Dios que esa mujer sea inocente. Sigo convencida de que monsieur Rouleau no lo superaría.
-¿Y que el asesino sea alguien del pueblo?
-¡Verdad! ¡Espantosa idea!
-¿Se imagina? Alguien que ha vivido aquí toda su vida... que le hemos visto día tras día la cara... -la señorita Jones se estremeció.
-¿De que hablan ustedes?
La señorita Jones y la señorita Reeves se voltearon hacia la recién llegada. Se trataba de la señorita Margot Flinch. Las tres eran, si bien no grandes amigas, conocidas y vecinas que se encontraban con frecuencia a parlotear, intercambiar chismes, apoyarse y compartir un té. Todas ellas bordeaban más o menos el límite de la edad matrimonial y si bien se veían bastante bien para su edad, todas ellas se habían hecho la idea de que quedarían solteronas, o al menos, eso es lo que se decían.
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En la vicaría
Historical FictionComodidad, tranquilidad y alegría. En la pequeña vicaría de un pueblito inglés (1940 aprox) los Kippling no habían experimentado nada más en los meses que llevaban casados. Ambos estaban muy satisfechos con sus decisiones y la amistad y respeto que...