Sentía un leve cosquilleo en la mejilla derecha, un hormigueo tan suave, que creía tener miles de pequeños soldaditos aprovechando el profundo sueño en el que estaba sumida para salir al campo de batalla y atrincherarse en mis orejas y mi pelo, en mis párpados, esperando el ataque enemigo. Supongo que en realidad, esa sensación tan solo era un mero reflejo de la batalla interior que sentía aquel día de camino al hospital. Vida o muerte. El tío Carlos estaba en aguas de nadie y yo daría lo que fuese por hacerle de barquera y remar desenfrenadamente en el desesperado intento de traerlo hacia esta orilla. Una pequeña parte de mí también estaba con él en aquel hospital.
Poco a poco fui sintiendo en mi cara el frío tacto del cristal de la ventanilla del coche de mi padre. Fui oyendo al fondo como un pequeño ruido arrítmico y molesto, muy parecido al de un motor a pleno rendimiento, fue aumentando y sincronizándose hasta convertirse en un ritmo melódico y armónico que fue adquiriendo la musicalidad misma de un tema de Green Day. Lentamente fui notando que recuperaba la consciencia y despertaba del cálido sueño del cual había disfrutado durante algunos minutos.
Abrí los ojos lentamente. Frente a ellos, el cristal empañado. En mis oídos aún estaban sonando los auriculares, que seguían tan bien colocados como yo los dejé. Aquella escena tan melancólica, la tranquilidad de la que gozas recién levantada, el sonido de mi música bajita como único ruido y el paisaje que desde aquel asiento trasero del coche podía ver a través de la ventanilla empañada, me evocaron aquella feliz Nochevieja de la que hablaba Ricardo en casa. Todos celebrando la llegada del nuevo año sentados al calor del brasero que mi madre heredó de la suya. Cantábamos villancicos mientras yo reía y el tío Carlos hacía la melodía con ayuda de una cuchara de metal y una botella de anís de cristal. El tío nos trajo regalos a Ricardo y a mí. Se portaba siempre muy bien con nosotros ¿Cómo podía Ricardo ser tan desagradecido con él? ¿Cómo podía preferir estar con Silvia antes que ir a ver a su tío al hospital?
De repente el coche se detuvo, fue entonces cuando fui consciente de que habíamos llegado al hospital. Mi padre aparcó el coche a toda prisa. Mi madre y yo nos bajamos para que pudiera dejarlo en el pequeño hueco que había encontrado. En la calle hacía más frío que cuando salimos de casa. El tiempo había empeorado. Las nubes negras apenas dejaban pasar los rayos de sol. El viento soplaba descontrolado. Eché de menos mi trenca de pana calentita. Una vez que mi padre se bajó del coche, entramos en el hospital.
Al entrar en el hall del hospital no sentí nada bueno, nada positivo. Era como si no hubiese alegría. Como si aquellas paredes rugosas tuviesen la capacidad de absorber toda esperanza y toda ilusión. Supongo que sería por toda la gente que había sentada en una pequeña sala de espera, justo a la derecha de la entrada, que tuve esa sensación. Por un momento me sentí desolada, angustiada, podía sentirme como un náufrago en una balsa en mitad de un océano de desesperación y sufrimiento.
- ¡Marina! Venga mujer que te quedas atrás. Baja de las nubes. – Intervino mi madre.
- Perdona mamá, estaba mirando la sala de espera tan grande de ahí. – Dije señalando con el dedo.
- Pero tenemos prisa cariño, vamos a ver al tío. Venga ven. – Me tendió la mano.
Yo le tendí mi mano también y me agarré fuerte a la suya. Me sentía muy segura junto a ella. No podía negar que tenía mucho miedo. Si por si acaso no era suficiente el temor que sentía ya por el tío Carlos, había que sumarle la espeluznante sensación que tuve nada más entrar en aquel sitio.
- ¡Sí mamá! ¡Vamos! – Respondí con una gran sonrisa de tranquilidad.
Llegamos al mostrador de información. Una enfermera hablaba con mi padre y parecía indicarle hacia donde debía ir. Ella señalaba con el dedo índice mientras mi padre casi se había ido ya por la puerta que ella dijo. Mi madre y yo lo seguimos. Cruzamos una gran puerta sobre la que había un cartel que apenas me dio tiempo a leer, pero supe que era una especie de indicador de las plantas que había. A mano izquierda había dos ascensores. Mi padre estaba quieto frente a uno de ellos, el más cercano a la puerta. El ascensor se abrió y nos montamos.
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A TRAVÉS DE LOS SUEÑOS
Gizem / GerilimLa joven Marina tuvo un accidente de coche hace muchos años en el que sus padres murieron. Desde aquel día tiene visiones que le revelan poco a poco quién fue el culpable de aquel accidente y cuáles eran las causas por las que lo provocó. ¿Conseguir...