CAPITULO 4

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Evan Thompson.

A la mañana siguiente me dirigí hacia la ciudad de Denver, Colorado. Sabía que ahí encontraría al líder de los humanos en nuestro territorio. Desde que el resto de la humanidad supo de nosotros hubo infinidad de golpes de Estado por todo el mundo. El miedo, amenazas, y el haber ocultado nuestra existencia por parte del gobierno hacia sus ciudadanos les jugo en contra. Derrocaron a presidentes, asi como reyes. Ahora los países eran controlados por sus militares.

Llegamos a la colina en donde vería al resto de los consejeros. Teníamos a la vista la ciudad de Denver, parecía un asentamiento humano normal, a excepción de los tanques de guerra que se paseaban por sus calles.

-Hace veinte años que saben de nosotros y a pesar de todo se las han arreglado para seguir su vida normal. No importa cuantos mates, siguen reproduciéndose como cucarachas. - dijo Vidal al escucharme llegar.

Negué con una sonrisa.

-Su líder nos espera.- dijo Ibrahim saludándome.

-Perfecto.- asentí seguro.

-Por que no mejor llegamos sin avisar.- dijo Assad.- Avisarles es darles tiempo para que se preparen y puedan atacarnos.

-A los humanos no les gustan los sorpresas.- soltó Ibrahim.

-A nadie.- contestó Lombardi.

El italiano me miró a los ojos y comenzó a sonreír.

-Después de usted consejero.- dijo dándome el paso imitando a un caballero.- A pesar de todo, es su Alpha la responsable de todo lo que sucedió y está por suceder.

-Si le temes mas a los humanos que a mi Alpha.- sonreía caminando hasta quedar frente a el.- Creo que deberías ordenar tus prioridades.

Empecé a caminar hacia los humanos seguido por los demás consejeros.

Elena Sámaras.

Me coloqué de rodillas sobre el piso y bebí del charco de sangre que yacia bajo el cadáver de la mujer. La sangre aun estaba tibia y su carne era deliciosa, pero mi apetito no era tan fuerte como en días anteriores, sabia lo que significaba.

Mi bebé habia dejado de crecer, el siguiente paso era el nacimiento.

Abrace mi vientre sintiéndome complacida, solo en un par de semanas conocería a mi cachorro.

Risas de niños llegaron desde afuera interrumpiendo mi alimento. Dirigí la mirada hacia la ventana, me levante del suelo y camine despacio en su dirección, recorrí las pesadas cortinas y observé a través de los ventanales. Obligándome a mirarlos. Quise sonreír al verlos jugar, sentir algo. Un poco de empatia por lo menos al imaginar a mi hijo nonato haciendo lo mismo en un futuro cercano.

Pero ni un rayo de alegría me cruzo por el rostro.

Me recargue con pesadez sobre el marco de la puerta, hacia tanto tiempo que no sentía nada. Si aun respiraba era gracias a mi hijo.

Toleraba la risa de los infantes, pero nada mas. Me repudiaba la presencia de cada uno de los miembros de la manada. Los mire sin emoción alguna por un largo tiempo. Verlos actuar como si nada hubiera pasado me hizo querer salir y matarlos uno por uno.

-Míralos.- dije en voz alta, sabia que Hayzel me escuchaba.- Duermen y viven tranquilos porque saben que su Alpha los protege.

Mis manos se hundieron en la pared de la ventana, dejando grandes huecos en el. Pedazos de mármol, cemento y asbesto cayeron en el piso.

-Pronto Hayzel.- dije mirándolos una última vez.- Pronto.

Nicolas Perkins.

Corríamos por los pasillos subterráneos del cuartel a toda velocidad, al llegar a la bodega de armas comenzaron a distribuir los cartuchos con balas de plata.

LA ALPHA: ÉXODODonde viven las historias. Descúbrelo ahora