La primera vez

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Recuerdo haber sido un lunes como cualquier otro, el sol brillando afuera, el cielo azul, pequeños pájaros cantando, las hojas meciéndose con el viento y yo, corriendo por la calle detrás de mi autobús a la escuela, lo que para mi gusto sería solo cada 20 minutos. No sirve de nada, no puedo entender cómo no había diferencia si me despertaba media hora antes o 5 minutos tarde. Nunca tomé el autobús en el momento adecuado. Por no decir nunca, lo alcancé una vez. Celebré mucho, pero la felicidad duró poco. En unos segundos me di cuenta de por qué había llegado a tiempo: llevaba una mochila, un zapato, pero llevaba mi pijama más ridícula. No, no fue un sueño. Fue real. Me bajé del autobús y llegué a casa, en consecuencia, tomé el siguiente, que pasaría 20 minutos después.

Ya estaba en mi tercer año, tenía 17 años y pasé la mayor parte de mi vida asistiendo a la misma escuela. Eso significa que todos me conocían allí, incluido Beltrán, que trabajó como supervisor para varias clases.

"Valdéz, el semestre acaba de comenzar y ya estás batiendo récords tarde". Intenté hablar en serio, pero sabía que no lo hice porque era irresponsable.

- Lo siento, Beltrán. Hoy creí que llegaría a tiempo. Ilusiones y más ilusiones en mi vida. - Dije bromeando con un aire de cansancio de mi condición.

- Entonces corre, ya sabes cómo es la profesora Lucía. Te amo, pero no es fácil.

- Me voy, me voy - dije, corriendo por los pasillos y despidiéndome sin siquiera mirar al hombre.

Al llegar a la habitación 310, donde la profesora Lucía ya abarrotaba el pizarrón con teoremas y fórmulas de física, traté de escabullirme, pero como siempre, los adolescentes con forma de demonio con granos e intento de bigote, me molestaron.

- Mira quién está aquí! Bienvenido Donatello.

Ese apodo, aunque ridículo, debo admitir que fue mejor que muchos otros que ya me habían dado, como puta (un cruce lento con un nombre que ya puedes identificar), Maria-mole, Gary (el caracol de Bob Esponja), entre muchos otros. Donatello me pareció inteligente, si pensaba que era por el escultor renacentista italiano, pero ya imaginando que era un homenaje a uno de los miembros de las Tortugas Ninja.

- Hola Juliana. Me alegra que nos hayas dado la gracia de tu presencia en clase, porque en dos semanas esta sería la tercera que extrañarías. ¡Ser tu primera vez es complicado! - Dijo la profesora Lucía, haciendo reír a la clase. Yo, después de vivir tanto tiempo conmigo misma, no podía ni reír ni llorar. Creía que era inmune a todo eso.

Caminé hacia el fondo de la habitación, todavía escuchando algo de diversión y me senté con la cabeza agachada. Abrí la bolsa y agarré mi cuaderno. Lo abrí y me di cuenta de que tendría que volver este año nuevamente, ya que en dos semanas de clase solo había anotado media página y eso no era bueno.

Cuando me tranquilicé y miré el pizarrón, noté que había una persona nueva sentada en frente, cerca de la maestra. Estaba de espaldas a mí, pero no se me hacia alguien conocido con ese cabello largo y brazos delgados. Le pregunté a la única persona en mi clase que todavía era paciente conmigo.

- Rosa, ¿quién es esa chica de allá que tiene ese gran cabello? - pregunté señalando, pero hablando muy bajo para no llamar la atención.

- Si hubieras llegado a tiempo lo hubieras sabido - Ella dice y yo ruedo los ojos. - Ella fue transferida porque su padre es diplomático. No es de aquí, creo que viene de Argentina. Si escuché bien, su nombre es Valentina.

Y fue entonces cuando mi mundo se detuvo. No creo que estuviéramos hablando tan calladamente como pensábamos, y la desconocida hasta ahora, se volteó y me miró. Podría haber jurado que me estaba muriendo. Si no sintiera latir mi corazón y mi respiración, aunque era errática, todavía se inflaba mi pecho, habría jurado que se me había acabado el tiempo. Me estaba mirando, sonriendo y sentí por primera vez lo que se convertiría en "el efecto Valentina".

Todo a mi alrededor me parecía extraño. El gis en la mano de la profesora Lucía encontró el tablero en movimientos insoportablemente lentos, se podía ver el humo del polvo cuando la tiza se desmoronó. El ventilador de techo parecía estar en su potencia más lenta, pero podía sentir el fuerte golpe en mi piel. Afuera estaban las hojas de los árboles como colibríes, que se ciernen y esperan que algo se mueva. El cabello de Rosa cayó lentamente sobre su hombro y hubo un gran ruido de esa acción. Era como si todos los sonidos de cada movimiento se amplificaran mientras todo, absolutamente todo a mi alrededor estaba en cámara super lenta. ¿Qué estaba pasando, dios mío? Miré a mi alrededor en estado de pánico, sudaba y al mismo tiempo sentía frío. Fue entonces cuando me di cuenta: no me había quitado los ojos de encima. pero la sonrisa ya no estaba en su rostro. Se puso de pie más rápido de lo que pensaba y sentí un largo brazo sosteniéndome.

- Cálmate, todo estará bien. Respira No cierres los ojos. Hola Juliana, no cierres los ojos. - repitió la dulce voz. Pero ya era demasiado tarde.

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Las leo chicas 👀

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Esta historia NO ES MIA. Todos los derechos reservados, créditos y respeto a su autora que amablemente me dejó traducirla al español para ustedes.

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Lo que queda atrás | Juliantina I TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora