1. PREÁMBULO

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PARTE 01

Los asesinos eran sus propios nervios. «Memoria, no podéis traicionarme ahora», pensaba una mujer. No podía parar sus apresurados pasos que retumbaran en toda su habitación. 

Tenía cuatro trozos de papel entre sus suaves, pero sudorosas manos, las cuales estaban así de húmedas desde hace unos minutos; al igual que el resto de su esbelto cuerpo. 

Sentía adentrarse más y más entre el bochorno provocado por sus ilimitados pensamientos, que no hacían más que provocarle para darles unos buenos mordizcos a sus uñas finamente cuidadas. Dichas emociones eran las que bloqueaban su desconcentrada cabeza, pues no hallaba la forma de abstenerse a dirigir la mirada hacia esos papeles. 

Ella sabía perfectamente que debía apartar su ojos de esas letras, para así poder aprenderse el contenido en aquellos papeles. Pero aun así, incluso tratando de desviar la mirada hacia el techo, le era casi imposible el retener sus ojos en algún otro objeto a su alrededor.

 Esos ojos no dejaban de caer en los papeles, una y otra vez; como si de pelotitas de ping pong se tratara. Sus pasos continuaban cortos, y en cada uno intentaba soltar una palabra tras otra; sin embargo, no llegaba ni a pronunciar una sola vocal. 

Era evidente, estaba totalmente en blanco, y con los nervios carcomiéndole hasta el alma. Entre este ir y venir por toda la habitación, un llamado a la puerta interrumpe su desenfrenado andar. 

─Podéis pasar. ─dijo la mujer, mientras volvía a fijar su mirar en esos papeles.

─¿Va todo bien? ─preguntó un hombre, después de cerrar las puertas que le permitieron acceder.

─Por favor, no os preocupéis por mi. ─contestó la mujer entre algunas falsas risas, y se llevó los papeles a la espalda.

─Dejaré de preocuparme en cuanto sepa que no seríais capaz de hacer trampa. 

A pesar de que los papeles estaban muy bien camuflados en las manos de la mujer, al hombre le gritaba una corazonada, la cual se basaba en sospechas de que en realidad sí debía angustiarse. Respiró profundo, debido a que la tensión en su interior era incapaz de disimularse, y expresó con firmeza:─Como estoy seguro de que os olvidaréis hasta de las palabras, que deberían nacer de vuestro corazón ─Introdujo su mano derecha en uno de sus bolsillos─, os he traído un papel más.

─¿Tan pocas esperanzas tenéis de que lo haga bien? ─musitó la mujer entre dientes, con la intención de no ser escuchada, mas que por ella misma, y después sostuvo el nuevo con ambas temblorosas manos. 

─Son sólo cinco papeles en total, no tendréis inconveniente con ello, ¿me equivoco? 

─No recordaré ni mi nombre, es lo único que os puedo asegurar. ─La mujer no pensaba engañarse así misma, pero tampoco quería verse derrotada tan pronto.

─Comprended que estáis exigiendo demasiado a vuestra cabeza; es muy poco tiempo el que invertís en aprenderos tanta información.

─Debo dejar de hacer todo a última hora. ─aceptó la mujer, con cierto tono de decepción hacia su persona.

─Mostradme qué os parece complicado y haré todo para ayudaros; contáis conmigo.

Tras esas palabras, la mujer ordena los papeles; de manera que culmina entregándole al hombre lo que solicitó. 

Fue entonces cuando la amabilidad se vio desprendida en la habitación. Aunque el rostro del hombre se tornó sorpresivo, ya que prácticamente, lo que llegó a sus manos fueron todos los papeles, que anteriormente había entregado. «¿Habré escrito datos tan complejos?», dudó en su mente.

EL DESTINO DE LA CORONADonde viven las historias. Descúbrelo ahora