En el interior de Aquelarre: conocido como el lugar del pecado; que cumplía sus funciones como taberna, hostal y burdel.
Se hallaba todo tipo de placeres que los hombres podían dejar de soñar, para al fin hacerlos realidad. Era una propiedad establecida en las afueras del Reino de Minivias; entre todos los pueblerinos de la clase baja.
Y como toda propiedad, tenía su dueño; quién vivía allí mismo, y en ciertas ocasiones, se encargaba de algunas tareas; tanto de vital importancia, como de pequeñeces.
Ismael había bautizado a su herramienta de trabajo como Aquelarre en honor a sus supersticiones, porque sí, creía fielmente que aquél lugar se encontraba maldito, hechizado, embrujado. Y en los buenos tiempo de Aquelarre, el pueblerino sospechaba de todas las furcias que llegaban a trabajar allí.
No podía rechazar a ninguna, puesto que les temía por sus diversos pensamientos que le gritaban «No son típicas mujeres, son brujas. Por algo los hombres nunca las toman por mujeres de una noche. Se encaprichan como si ellas fueran un tesoro que cuidar con la propia vida. Si las enfrento me harán daño y quizás también destruyan el lugar»; esta superstición provocaba hasta las infartantes pesadillas del viejo.
Por ello tenía casi sólo el cincuenta porciento de poder allí. Las furcias no tomaban provecho en absoluto de aquél temor, pues tenían suficiente con recibir sus buenas monedas por sus servicios.
Con el tiempo, Aquelarre llegó a ser tan reconocido, tanto así que el propio Reino de Neg construyó una sucursal; en sus propios terrenos para asegurarse de tener más súbditos cerca.
Hasta las furcias de otras fronteras y reinos llegaban a dicha sucursal. Y sin duda, los hombres nunca faltaban; los había de todo tipo y de todos los títulos sin excepción alguna.
Por ejemplo ahora, se encontraba allí el que menos debía entretenerse: El Infante Manuel Valtan. Pero evidentemente, tenía a la mejor de las compañías; una que frecuentaba más seguido de lo que un ave frecuentaría a su nido.
─Me encanta; a partir de hoy, voy a lucir como nunca ante mis clientes. ─dijo Marina al tocar las telas negras que llevaba puestas.
─Oh, no ─negó Manuel con los ojos puestos en su deseada; mientras se hallaba recostado en la cama─, si te lo he traído directamente desde mis tierras, es para que lo uses sólo conmigo.
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EL DESTINO DE LA CORONA
Teen FictionLa codicia y la envidia por el poder será motivo suficiente para desatar el caos entre los nobles. Pero hay quienes, entre tanta malicia y desgracia, deberán recordar el valor del honor y la responsabilidad que conlleva tener a toda una nación en la...