2. EL INICIO DE UN FIN

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EN AQUELARRE, MINIVIAS

La tensión se había disparado más rápido que un cañón recargado y listo para matar. 

El sudor abundaba en cada frente, los nervios nunca se había sentido tan punzantes, y los latidos del corazón parecían sonar como explosiones de bombas por cada segundo que transcurría para la mente del desafortunado Ismael. 

Una inmensa barrera de inseguridad le separaba del raciocinio para tomar una elección tan delicada. 

«Hay riesgo de las dos formas. Si dejo que Marina se vaya al Reino de Neg, yo perdería dinero. Pero aún así tendría un puesto importante en la realeza», caviló Ismael mientras se rascaba inconscientemente la barba.

«Por otro lado, si la retengo conmigo, puedo morir pobre... y puede pasar hasta lo más temible», se mordió la lengua por un ataque de nervios «El Infante buscaría un duelo a muerte por ella. Yo moriría antes de siquiera tomar aliento; ya estoy más viejo que los vinos y él está más fuerte que el hierro».

Ismael quería devorarse las uñas, lástima que ya no tenía de tanto que se las comía; cada que le dominaban esos infernales miedos.

─No me hagas perder más tiempo. Dame al "conejo blanco", viejo.

─¿No hay otra manera de negociarlo? ─preguntó el nombrado temblando, sus palabras se escucharon sumamente entrecortadas; incluso más que un celular sin cobertura.

─¡¿Qué has dicho?! ─Manuel empuñó su espada una vez más, pero con una ímpetu más amenazante que la anterior.

─No, no, no ─titubeó el pueblerino al levantar sus manos rindiéndose─, no me hagas nada, por favor, sabes que soy sólo un viejo.

─Y no puedes contradecirme. ─completó El Infante con un timbre tan desafiante, que hasta a la peliblanca le hizo derramar el mar de lágrimas que tanto había estado reservando.

─¡Ni lo sueñes! ─gritó Marina, cuando vio las manos del pelinegro acercándose una vez más a ella. Corrió por toda la habitación como si fuese una pequeña escapando de los golpes de una madre; con esa misma intensidad que alguien correría de la misma muerte. 

En ese momento, Manuel tomó por las barbas al pueblerino, y retó:─Vendrán conmigo ─colocó su espada en el cuello del pueblerino─, a no ser que ya quieran despedirse.

Aquél pelinegro ya se había impacientado, y por ello hirió el cuello de su víctima. Cuando la sangre empezó a transcurrir y bañar gran parte de dicho cuello, Marina se rindió sin más:─Eres... eres...

─Lo que a partir de ahora tendrás que tolerar. ─intervino Manuel. Soltó de golpe al pueblerino y tomó por última vez a la peliblanca. Finalmente logró sacarla de la manera más brusca, y la trasladó entre arrebatos hasta su carruaje.

─Quiero que le dejes vivir.

─Así sera, haré que lo curen cuando estemos en la sucursal, linda. Por ahora yo busco privacidad. ─El Infante toqueteó las piernas de la peliblanca, quien se apartó de manera automática.

─¡De inmediato al pueblo de Neg! ─ordenó Manuel con enfado; por ese rechazo, a quien manejaba el carruaje. Sujetó el mentón de Marina y musitó:─Ya verás lo mucho que te haré disfrutar en tu nuevo trabajo. Serás mi perra personal ─La soltó; empujando ese blanquecino rostro hacia el lado contrario─, y te haré respetar a uno de la alta clase como yo.

─Esto no lo has decidido a última hora ─dudó la peliblanca─, ¿qué más ocultas?

─Creí que estaba claro, florecita ─guiñó el ojo derecho─. La distancia es tanta, y yo te necesito más cerca que nunca.

EL DESTINO DE LA CORONADonde viven las historias. Descúbrelo ahora