Diente de león

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Me duele el pecho, tan hondo y profundo que siento que este dolor llega a un lugar de mi cuerpo que desconozco.

Esta sábana cubre todo mi cuerpo pero no puede calentarme por más que lo ha intentado, he permanecido inmóvil esperando que esta cama se llene con mi calor pero es inútil, nada sirve.

He estado esperando que alguien venga y me diga que es lo que hago aquí, sin embargo eh visto salir y esconderse al sol, lo sé por esa pequeña delatora que se burla de mi incapacidad de alcanzarla. Al principio llevaba la cuenta, eran 33 veces que salía, ahora sólo aprovecho esos instantes de luz para cubrirme con ellos y sentir calor por un momento, como ahora lo hago cubierta por esta sábana, también le doy a ella la oportunidad de calentarse un poco.

Recuerdo los dientes de León, fuera de mi casa había cientos de ellos, podía soplar y elevar las semillas de 10 de ellos juntos, eran días de calor cuando me recostaba en el campo verde con pastos altos, jamás pensé que añoraría esos días que parecían no terminar.

Dientes de León, en nada se parecen a los de un León real, son amarillentos delicados y suaves, pueden volar y alejarse tanto como el viento se los permita, pueden recorrer el cielo; sin en cambio los dientes de los leones son blanquillos afilados y enormes, capaces de devorar en un instante la piel y los huesos, quien haya nombrado a esas hermosas plantas no se que tendría en mente.

¿Qué podría ser ahora? Devorarme esos barrotes gruesos, oxidados, que me mantienen encerrada, ó ¿salir volando por la ventana?.

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