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Un nuevo amanecer llegó a las calles de Cebrica. Desde muy temprano la ciudad era una locura pues cientos de cebras se dirigían a sus respectivos trabajos: arquitectos, ingenieros, filósofos, pintores, cocineros, albañiles, mineros y entre toda la muchedumbre iba yo caminando con la cabeza ladeada a la izquierda, tratando de lidiar con el hecho de no haber dormido; de camino a los barracones pues tenía que revisar que todo estaba en perfecto orden. Una vez ahí fui recibido por el General Mefistófeles, un militar con prótesis especiales, mas gruesas y fuertes.

—Mefisto, buenos días —lo salude tan cordial como mi cansancio lo permitía.

—Hola Abadón, ¿Otra noche sin dormir? —contestó al ver mi somnolencia.

—Sí, una ojeada de un libro se convirtió en una noche de lectura —respondí cansado—. En fin ¿Cómo van las nuevas extremidades? —bostecé— ¿A ocurrido algún problema o todo en orden?

—Están perfectas: son más resistentes, pueden cargar más peso, nos permiten correr mas rápido, pero tienen un pequeño gran defecto —después de hablar señalo el lugar en donde estaría su rodilla—. Esta articulación se atasca con el uso prolongado o al someterse a un gran trabajo e incluso se llega a zafar, ya nos ha pasado como siete veces.

—Ya veo… —solté un bostezo.

—Y otra cosa, ¿Qué pasó con el proyecto de las nuevas armaduras? —preguntó con mucho interés.

—En desarrollo.

—Abadón, te notas muy agotado ¿Y si mejor te vas a dormir un rato? —sugirió Mefisto, preocupado de mi aspecto somnoliento.

—No te preocupes, yo aguanto —dije mientras contenía otro bostezo— un café y como nuevo. Ahora si me perdonas tengo que ir al pozo de extracción a revisar que todo vaya bien.

—Está bien, cuídate y hablo enserio.

—No te preocupes, estaré bien —di media vuelta y me empecé a alejar—. Y en cuanto a los defectos que me mencionaste, yo lo revisó.

Su rosto parecía expresar preocupación, la verdad no me fije muy bien pues tenía demasiadas cosas en mente y tareas por realizar. Cuando me ofrecieron este trabajo sabía que era pesado pero no me imaginé que tanto, aunque ¿Qué me esperaba? Soy prácticamente el tutor de todos: sugiero posibles mejoras, recabo información sobre fallas o errores, trato de innovar y crear ideas nuevas, y todo eso implica que tengo que llevarme bien con la mayoría. Este estilo de vida me ha causado constantes ataques de estrés e insomnio, al punto de tener que tomar medicamentos anti estrés e incluso para poder dormir.

Yo no se como, pero me perdí tanto en mí que ni enterado cuando llegué al pozo de extracción y nunca lo notaría de no ser por el potente ruido de los extractores de Elixir Oscuro y que casi tropiezo con una tubería. Esa tubería conectaba con un edificio céntrico, el Módulo de Procesamiento, donde se refinaba el fuego líquido dando como fruto la sangre sobre la cual se mantenía nuestro mundo, pues gracias a él nos pudimos levantar de nuestras cenizas y dejamos de ser simples alquimistas, brujos y campesinos exiliados para volvernos constructores, ingenieros y científicos.

El ambiente era poco más que tétrico: un cielo oscurecido gracias a nubes lanzadas por los extractores y el módulo, terrenos accidentados y llenos de agujeros causados por explosiones, fruto de nuestra búsqueda del elixir, además de bastante maquinaria destinada a buscar aún más. Y en medio de todo ese ruido un camino el cual seguí de forma mecánica hasta llegar a mi destino, la Torre de Control: una estructura de metal con anillos dorados y electrificados en la punta.
Una vez ahí fui recibido por una poni vampiro, la cual fue salvada y criada desde que era pequeña, siendo una de las pocas criaturas no cebra que conocía.

Ángel de la Libertad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora